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El velo: un “consentimiento” de las mujeres musulmanas (la realidad de Afganistán)

Afganistán tal y como lo conocemos ahora no existió hace 41 años. El retroceso ha sido patente y en ningún caso paulatino, sino radical. Durante aquella época fue un país evolucionado que apostaba por el futuro y tenía grandes objetivos. Estos avances culturales y económicos, que acaecieron en la época de mayor auge de Afganistán, se dieron a causa de la revolución afgana en abril de 1978 (la revolución de Saur) nacida con el propósito de transformar la decadente realidad de la sociedad.

No es menester obviar que muchas de las medidas aplicadas en dicho gobierno revolucionario y progresista favorecieron a las mujeres. Por ejemplo el gobierno llevó a cabo la abolición de la compra de mujeres, permitiendo así su acceso al mundo laboral.

Por desgracia esta etapa duró poco ya que los muyahidines y los sectores más conservadores de la sociedad occidental (con el apoyo económico de Reagan y Thatcher) tomaron el poder del país afgano mediante las armas, tras una cruel y sonada guerra. Este hecho haría que las mujeres (al igual que el resto de la población) regresara al punto inicial, se retrocedieran y deshicieran todos los avances conseguidos en la revolución afgana. La sociedad afgana volvió a sus costumbres más conservadoras.

A partir de este momento hubo un momento clave en cuanto a la dirección del código de vestimenta de las mujeres, una corriente impuesta de Occidente (con tanta fuerza que estamos en el 2019 y sigue imperante). Este nuevo mandato (como todas las medidas coartivas hacia las mujeres) fue iniciado y financiado con dinero saudí, recibido e implantado por los regímenes árabes, aplaudido por los Estados Unidos y difundido por los grandes medios de comunicación. No es de extrañar que esta corriente conservadora viniera con fuerza desde Occidente, ya que cabe recordar como Reagan y Thatcher apoyaron la insurrección armada que quería acabar con la libertad de la sociedad afgana.

Las mujeres, de nuevo relegadas al ámbito doméstico, vieron como poco a poco la indumentaria islámica y el hiyab se imponía de forma imperante en su realidad.

Frente a una tasa de analfabetismo de un 85% no es de extrañar que muchas mujeres desconocieran sus derechos, cosa que las posiciones más conservadoras usarían para someterlas. Se empezó a extender socialmente la idea de si no usaban el ‘hyiab’ no podían tener la posibilidad de conciliar matrimonio. Esto en su escueta y precaria cosmovisión resultaba una tragedia ya que el matrimonio era lo único que podía protegerte frente a sufrir abusos sexuales.

Las mujeres mediante la coerción se vieron obligadas a dar su consentimiento, ya que de este modo se las hizo creer que se reafirmaba su identidad personal (“soy musulmana”). Se creó la necesidad de visibilizar su individualidad a través del velo. Como bien dice Wassyla Tamzali: “El velo no es una elección, sino un consentimiento”. El hiyab es pues un símbolo de opresión.

Mimunt Hamido, en forma de grito ante la impotencia, cuenta cómo vivió esta transición a pesar de que ella no era de Afganistán, pero sí de un país musulmán: “Empecé a temer que un día mi cuerpo y mi vida ya no me pertenecieran, así que decidí irme de mi ciudad y emprender una vida distinta, donde la fe no rigiese mis pasos y no cortara mis derechos ni mi libertad. Para eso había que alejarse y romper con ciertas cosas que amaba y sigo amando. Eso es doloroso, y es más doloroso que después de unos años las cosas estén peor. De ahí mi activismo y esta lucha por la verdadera libertad de elección”. La realidad de muchas mujeres, como la que experimentó Hamido, fue la de perder el control de sus vidas.

La salida del país afgano fue la única salida posible para evitar encontarse sometida, y así pudo dar voz a muchas de esas mujeres que siguen silenciadas bajo el patriarcado.

En los últimos días en las redes sociales se ha extendido el debate entorno al tema del ‘feminismo islámico’. La mediatica Iratzu Valera (entre otras), con desconocimiento de causa han abierto las puertas de par en par a esta corriente, como se ha visto procedente de la represión de Occidente ante países progresistas y de la coacción de las mujeres mediante constructos sociales dañinos, corrosivos y que atentan contra la libertad de la mujer.

Hamido de forma premonitoria a este conflicto nos advirtió cómo de peligroso es dicho feminismo islámico y el porque no se le puede poner “nombres y apellidos religiosos al feminismo”. “El islam político, entendido como norma social, no es compatible con el feminismo. El islam es una ideología sexista que separa a hombres y mujeres”, mientras el feminismo por su parte es un movimiento de liberación. Pero para occidente siempre es crucial hacer imperar los ideales mas conservadores. Una vez más utilizar la religión como una herramienta de control, el reconocido opio para el pueblo, un elemento de alienación. Esto simple y llanamente está en oposición con el feminismo, que busca la libertad de las mujeres.

 

 

Cabe mencionar que es la interpretación de la religión islámica la que lleva a este tipo de practicas y no la religión islámica en si misma.