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[Relato corto] La venganza del escorpión (Segunda parte)

Dí la entrevista por terminada y me vinieron a buscar para llevarme de vuelta a la celda.

Al cabo de unas dos horas había centenares de llamadas de todas las televisiones, radios y medios en papel y digitales pidiendo una entrevista con la mujer escorpión. Todos querían tener la primicia de cómo había cometido los crímenes de los que se me acusaba. Fui trending topic en Twitter durante un mes seguido y la entrevista tuvo millones de visualizaciones en Youtube. Aquello no había hecho más que empezar.

La siguiente entrevista se produjo la semana siguiente. Había pedido encarecidamente que me dejaran descansar ya que aquél primer contacto con la prensa había acabado por agotarme. No era cierto. Me estaba preparando bien la siguiente aparición.

Había encendido una chispa que con el tiempo prendería un fuego imposible de apaciguar. Había conseguido captar la atención de la gente usando a los periodistas carroñeros como gancho, ni más ni menos.
El día de la entrevista iba muy preparada mentalmente. Mi fortaleza interior aumentaba considerablemente con cada paso que daba, estaba a punto de alcanzar un nirvana espiritual maravilloso.

La gente no quería saber cómo me sentía yo, solamente querían carnaza, saber acerca de los crímenes. Y eso les dí en la segunda entrevista, carnaza…

Arturo Andrés era el segundo entrevistador. Un viejo conocido showman cuya marca propia eran el paternalismo y condescendencia con los que trataba a sus entrevistados. Conmigo no fue menos pero a diferencia de otras veces y después de muchos años de experiencia como entrevistador por primera vez Arturo Andrés tendría que parar la entrevista para ir a devolver fuera de cámara. Es algo de lo que me sentiré orgullosa hasta el día en que me vaya al otro barrio. Y el día en que lo haga él podré decir orgullosamente: “Vaya, ha muerto el entrevistador al que hice vomitar en directo”. Todavía se me escapa la risa al recordarlo. Al ser una entrevista en directo no pudo hacer más que salir corriendo de la estancia y volver a los dos minutos como si nada hubiera ocurrido pero todo el mundo se había dado cuenta. Mi relato tampoco había sido tan crudo. Tan solo había explicado lo que ocurrió un mes después de la noche de mi violación al primero de los de la manada.

-Pasó un mes hasta que entendí lo que tenía que hacer. Pasé un mes en un estado permanente de letargo del que no me veía capaz de salir. No hablé con nadie acerca de lo ocurrido, me lo quedé todo para mí. No denuncié, no fui a urgencias, no fui a mi médico… Fue como si nunca hubiera ocurrido. Pero entonces… Entonces le vi por televisión. Vi a uno de ellos por televisión como si no hubiera roto un plato en su puñetera vida y todo el odio, la ira y la rabia aparecieron de repente. Casualmente estaban hablando de donde vivía el tipo y aunque no enseñaran su dirección en pantalla con unas pocas averiguaciones encontré su lugar de residencia fácilmente. Así que me armé de valor y fui hacía allí al mismo día siguiente. Cogí el tren e hice unos cuantos cientos de kilómetros hasta su ciudad. Sabía que vivía solo y que nadie nos molestaría esa noche. Así que me presenté en su casa y lo hice.
Sobre las nueve de la noche llegué y vi que no estaba en casa. Llegaría unas dos horas más tarde. Esperé en la escalera. No tenía prisa. Llegó y abrió la puerta de su casa y sin pensarlo un instante me acerqué por detrás y empujándolo con fuerza le hice entrar.

En cuestión de segundos estábamos los dos dentro de su casa y ni siquiera había tenido tiempo para reaccionar. Cuando logró hacerlo empezó a gritar de modo ofendido pues ni siquiera me tenía miedo, era tan solo una forma de decir “¡eh, te has metido en mi casa sin permiso!”. No era consciente de lo que le iba a hacer.
La verdad es que el primero fue de lo más improvisado. Ni siquiera había cargado con un arma. Descargué toda mi furia contra él con mis propias manos. Dicen que cuando estás en verdadero peligro tus fuerzas se multiplican de forma milagrosa y pareces Clark Kent justo después de salir de la cabina telefónica. Y es cierto. Me abalancé sobre el hijo de puta de forma que caímos al suelo al momento y empezamos a rodar con mis manos encajadas en su cuello. Cuando me dí cuenta el color de su piel había tornado en un lila “falta de oxígeno” y al poco había dejado de respirar.

Creo que pasaron horas hasta que me di cuenta de lo que acababa de hacer. Esperé sentada en el suelo mientras su cadáver yacía enfrente de mí durante horas, en las cuales el color púrpura fue cambiando a gris y finalmente amarillo. Su apartamento era una mierda. Una especie de loft, aquello que ahora llaman orgullosamente “diáfano”, con un comedor y una cocina americana de dos metros de largo. En ella un montón de cuchillos colgados de una barra de hierro. Me levanté y acercándome a ellos cogí el más largo y lo llevé al cadáver. De una vez le rebané el pescuezo sin titubear un instante. La sangre empezó a correr como si de un río se tratara cocina abajo.
Tengo que hacer un pequeño inciso aquí ya que creo recordar que este fue el preciso instante en el que el señor Andrés salió por patas, oh sí…

Pero sin duda hay algo que no os he contado… El señor Andrés salió corriendo una segunda vez, la que relaté la forma en la que encontraron el cadáver. Bueno, digamos que dejé fluir la creatividad. Sobre las tres de la madrugada después de muchas horas pensé en hacer algo bueno con ese cuerpo frío e inerte. Al día siguiente se lo encontraron con la cabeza cortada encima del mármol de la cocina y un trozo muy particular de su propia anatomía (llamémoslo así) incrustado en su propia boca. Lo había hecho. Sólo me quedaban cuatro y una vida por delante encerrada entre rejas. Me daba igual, era consciente de que no podría esconder las pruebas. Ya estaba muerta por dentro y me iba a llevar por delante a mis verdugos para que no pudieran hacérselo a nadie más.

El segundo de ellos no corrió mejor suerte. A este lo reservé para otro entrevistador famoso de otra cadena de televisión nacional. Fue pasadas tres semanas de la última entrevista. Había despertado la curiosidad del personal y querían saber más. Como una radionovela por capítulos, iba narrando mi historia de principio a fin con un protagonista cada vez. Cientos de miles de personas esperaban semana a semana a que llegara la siguiente entrega de la mujer escorpión.

La madrugada siguiente de mi primer crimen me encerré en casa planeando mi siguiente movimiento. Me quedé sentada en el sofá observando a mis escorpiones. Enseguida se me ocurrió la forma en que mataría a mi segundo agresor.

Por la tarde me acerqué a una farmacia y compré un par de jeringuillas. Sabía donde se encontraba mi segunda víctima y me dirigí hacía allí. No estaba en casa. Se encontraba en la terraza de un bar tomando algo con unos amigos. Esperé a que entrara al baño. Fui detrás de él y sin que se diera cuenta entré en el servicio de caballeros. Él se dirigió a los urinarios y en cuanto me pude posicionar detrás suyo le clavé una de las jeringuillas en el cuello llena de aire y se lo introduje en milésimas de segundo. Cuando pudo reaccionar se giró y al momento cayó al suelo presa del terror pues los espasmos se habían apoderado de su cuerpo. Pasaron varios minutos hasta que murió. Saqué de mi bolso un escorpión negro que deposité encima de su pecho y salí andando de allí.
Me quedaban tres individuos y sabía que el tiempo jugaba en mi contra ya que la policía pronto relacionaría ambas muertes y pondría protección a los otros tres integrantes de la manada. De manera rápida fui en busca de mi tercer objetivo.

El entrevistador salió de la sala con una expresión de miedo en la cara. Supongo que la forma de contar aquellas historias de una forma tan clara y sin ningún tipo de pudor les helaba la sangre. Podía sentir la creciente incomodidad que les provocaba a todos aquellos que llegaban con el objetivo de sacar el tan preciado titular macabro del día, de la semana o quizás del mes.

Pasaron unas tres semanas hasta que dí los datos de mí tercero y cuarto homicidio. Esta vez y para variar fue a una cadena de radio y a un programa en concreto que se dedicaba a difundir contenido relacionado con la criminologia. Cada noche a las dos de la madrugada se hablaba acerca de casos verídicos e historias inventadas de todo tipo y hacían entrevistas a investigadores y científicos. La presentadora, Margarita Pino, fue muy profesional en todo momento. No buscaba la exclusiva como habían hecho los demás, sencillamente me escuchó atentamente y me dio vía libre para poder expresarme.

—Cuando quieras…

—Bien—carraspeé un momento antes de empezar—, por dónde íbamos… Ah sí, por supuesto. Al terminar con el cabrón del baño volví a casa a por material. Encendí el televisor un momento y pude comprobar como las noticias habían corrido como la pólvora en pocas horas. Si quería terminar mi obra tenía que darme prisa. Cogí una pequeña bolsa de deporte que usaba para el gimnasio y la llené con diferentes cosas imprescindibles. Cuchillos de diferentes tamaños y filos, dinero, etc… y por supuesto tres de mis escorpiones negros.

Me dirigí a casa del siguiente. La casualidad o el destino hicieron que se encontrara con otro de los que me faltaban en la lista. Forcé la puerta sin pensarlo y al estar dentro me encontré la sorpresa. Hasta ese momento no me había costado ganar en el cuerpo a cuerpo ya que este tipo de depredadores sexuales se hacen fuertes en grupo pero en soledad no le llegan a ninguna mujer ni a la suela del zapato. Por poca fuerza que yo tuviera era muy fácil hacerme con el control de la situación uno por uno pero… Esta vez eran dos. La situación fue completamente surrealista. Me quedé plantada en el recibidor y escuché las dos voces. No me lo pensé y antes de que el dueño del piso saliera a ver qué era lo que pasaba me lancé encima de él sin pensarlo y saqué un cuchillo de mi bolsa. Forcejeando llegamos hasta el comedor donde el segundo hijo de perra gritaba y se llevaba las manos a la cabeza pensando que un ladrón había entrado en la casa. En un momento en el que me giré y dejé ver mi rostro pudo reconocerme y mientras el primero me intentaba quitar el cuchillo de las manos el segundo se echó encima de mí sin pensarlo y me tiró al suelo consiguiendo que el cuchillo efectivamente saltara de mis manos.

—¡Tú! ¡Maldita bruja!

Me inmovilizó las manos con las suyas.

—Tío, ¡se ha cargado a Manolo y Rubén!

—¿Venías a por nosotros? ¡A eso venías bruja!
El que me tenía cogida me propinó una bofetada con tanta fuerza que un poco más y me rompe el cuello. Le miré a los ojos con tanta furia que se achicó un instante.

—Vais a morir. Ahora.

Le dí una patada en la entrepierna y conseguí echarlo a un lado mientras el otro estaba distraído buscando el teléfono para llamar a la policía. Justo enfrente me quedaron el sofá y una mesita llena de cervezas vacías de vidrio. Alcancé una de ellas y la rompí en la cabeza del que se había quedado aturdido en el suelo después de la patada. Se desmayó al instante.

—¡Nooo!

Su compañero gritó y empezó a buscar algo con lo que defenderse. En el bolsillo de mi pantalón había guardado la otra jeringuilla llena con el veneno de uno de los escorpiones. Me acerqué al otro cabrón quien había sacado un trozo de cuerda de tendedero que tenía en un cajón en el comedor y al tenerme a un palmo de él me lo enredó en el cuello y empezó a apretar. Me dio tiempo a sacar la jeringuilla y clavársela en el corazón a lo que reaccionó de manera instantánea cayendo desplomado encima de su amigo. Me deshice de la cuerda y cogí aire. Estaba cansada pero eufórica. Sabía que ninguno de los dos estaba muerto aún y todavía era pronto así que jugué con ellos un poco antes de sentenciarlos. Como había hecho la primera vez y al tener la casa para mí sola les corté el miembro viril y la cabeza en redondo y dispuse las cuatro piezas encima del sofá de una forma un tanto graciosa. Sin duda la policía se llevaría una sorpresa. Al lado un par de escorpiones negros serían la cerecita del pastel.