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Malos tiempos para los africanos en el sur

De Isla Canela a San Juan de los Terreros, los de piel oscura que vienen de África, al norte o al sur del Sáhara, desean pisar sus finas arenas, o resbalarse en sus redondeados pedregales. Eso quienes consiguen llegar, otros muchos quedarán eternamente cubiertos de agua salada. Sus huesos, porque su carne servirá de alimento a los peces que en los días venideros degustarán los hogares andaluces que puedan pagar la captura de los devoradores de sus congéneres.

Algunos que estuvieron cerca de arribar a los arenales o a los pedregales, los conquistarán hechos cadáveres vomitados por el mar que ni tragárselos quiso. Tal vez se coman sus partes blandas las aves carroñeras que conforman el símbolo del partido más corrupto de Europa. Mujeres, hombres y niños venidos de África encuentran su epitafio mudo en las tierras sureñas de España, aquella que nunca hostigó al forastero, vinieran de donde viniesen. Esos muertos silenciosos fallecieron aterrorizados, exhaustos, hambrientos, sedientos, gritarían, suplicarían a su dios, los adultos evocarían por última vez a sus madres, los niños, abrazados a ellas, morirían sin explicarse por qué sus madres no los sacaban de esa atroz pesadilla, por su edad ignoran la muerte.

Las lágrimas de los familiares que conocen la noticia del ahogamiento, o de los que asumen que se ahogaron porque nunca vuelven a saber nada de ellos, todas juntas, podrían llenar el mar Mediterráneo si se secara. Nadie en Europa oye sus llantos, y si los oyeran muy pocos se conmoverían.

Quienes con toda seguridad no moverán un músculo de su cara son los trescientos noventa y cinco mil novecientos setenta y ocho votantes andaluces, sí, con todas las letras, reflejo del nombre de cada uno de ellos, del partido neoliberal retrógrado, aquellos que ante las muertes de El Tarajal nos preguntaban desafiantes a los que nos horrorizamos ante la actuación de los servidores del orden público si los tenían que haber dejado pasar a todos. Cómplices de su desprecio a la vida ajena son los mandamases de los partidos conservador y liberal, cuyos votantes tampoco destacan por su amor a moros y negros, a no ser en el día del Domund, por eso de practicar la caridad, que ya no es cristiana porque no puede ser cristiano quien no ama a su semejante, ¿o sí lo es?

Hoy por hoy, la comunidad andaluza no tiene transferida la competencia sobre la vigilancia de las llegadas de inmigrantes a sus costas, o, lo que es lo mismo, la Ley de Extranjería la aplica el Estado. Esa ley obliga a no rechazar a un solo extranjero que llegue a la frontera española. No sé si los oradores del trifachito conocen las leyes, me temo que no, porque si las conocieran advertirían que sus propuestas se contradicen con el articulado de las propias leyes españolas que tan solemnemente mencionan. Y, lo peor, aseguran que ellos están para que la Ley se cumpla, son los garantes del Estado de Derecho. El zorro cuidando las gallinas.

Como es imposible instalar las criminales concertinas en casi mil kilómetros de costa, y aunque se invirtiera para ello todo el PIB español, las ilegales devoluciones en caliente serían más difíciles de perpetrar, por no decir imposible. Por ello, no sería descabellado imaginar que los dirigentes de algún partido del trifachito estén pensando en dar rienda suelta a sus votantes escopeteros para auxiliar a las autoridades, rifle en mano y envueltos en la bandera del pollo, en su defensa de evitar la nueva invasión musulmana de España, al más puro estilo El Tarajal.

Bueno, los disparos serían al aire, que ya sabemos que los moros y los negros son muy cobardes, y con eso bastaría para que salieran escopetados, nunca mejor dicho, en las pateras o a nado, de vuelta a la costa africana, de donde nunca debieron haber salido. Disparos al aire más que nada porque los buenistas lo grabarían todo y los muy chivatos denunciarían a los patriotas, y aunque nadie saldría nunca condenado, siempre es un engorro eso de los abogados y procuradores. Interésese el lector por los movimientos de civiles armados en la frontera de México con EEUU, país este último espejo del trifachito.

Luchemos por que Andalucía no viva la regresión descarnada al franquismo como han firmado los conservadores y los neoliberales retrógrados. Es evidente que la identificación del diferente es a simple vista en el caso de los africanos, como demostraron las redadas indiscriminadas de los servidores del orden público bajo el mando de los ministros del Interior del Régimen del 78. Evitemos que el mensaje racista y xenófobo que ha calado en esos trescientos noventa y cinco mil novecientos setenta y ocho votantes andaluces crezca como una bola de nieve y cruce el umbral del odio, azuzado por los bulos y mentiras de los que solo buscan el voto fácil, y nos lleve a recordar que la primera víctima en España reconocida por delito de racismo y xenofobia fue la dominicana Lucrecia Pérez Matos, en 1992.

Evitemos que ese odio a la piel oscura lleve a esos trescientos noventa y cinco mil novecientos setenta y ocho votantes andaluces a desear convertirse en un mar de manos que ahogaría sin misericordia al moro o al negro que burlara a los escopeteros de la costa. Nunca nos perdonaríamos que el mediodía español acabara convirtiéndose en un racista sur norteamericano en el que se pudiera escuchar como propio el lamento de “Strange Fruits”.

Hay un refrán que les gusta usar mucho a los pequeñoburgueses, que es el de que no pidas a quien pidió ni sirvas a quien sirvió; que se lo apliquen esos trescientos noventa y cinco mil novecientos setenta y ocho votantes andaluces que no recuerdan que hemos sido una nación con mano de obra excedentaria que obligó a muchos compatriotas a emprender la emigración como única solución a la indigencia, o con exiliados por ideología o por la guerra, acogidos en Europa, África y América. Si tan orgullosos están del pasado de España, también los episodios tristes forman parte de su acervo.

Que cada uno de esos votantes asuma su compromiso con la reacción, todos sabían al monstruo que estaban apoyando con su voto. Esperemos que no den el paso de acudir a la dialéctica que mejor practicaron sus predecesores, sí esa que usted ya sabe, la del puño y la de lo que porta el líder de los neoliberales retrógrados al cinto. Por cierto, bella estampa para los nostálgicos ver a su líder montando a caballo, seguro que les recuerda a la gloriosa policía montada de Sevilla. O a cualquier señorito de cualquier localidad andaluza, de esos jinetes que golfean en las ferias.