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Coronavirus: el cambio nos llama

Advierto que escribo esto muy influenciado por la gente perteneciente a mi cercano entorno que empieza a enfermar y a morir, con la impotencia de no poder hacer nada, ni siquiera asistir a honras fúnebres inexistentes y a servicios funerarios que se van olvidando en tiempos de coronavirus.

Frente a la insensibilidad de quienes ejercen ciertos cargos públicos “importantes” y de manera expresa me he negado a decir “autoridades”, puesto que no tienen ninguna sea por las causas de sus nombramientos, o por la forma en que llegaron a esos cargos, todos mediocres e incompetentes.

Angustia, pavor, terror, depresión, muerte y desolación. Esta es la realidad del mundo actual, en unos píses más en otros menos, pero todos estamos pasando por esta tragedia, la familia, los amigos, los parientes, cada uno en su entorno va perdiendo uno o varios.

No se comprende, no se entiende cómo es posible que su dolor no sea tomado en cuenta, no sea consolado por el servicio, la solidaridad y el apoyo que se necesita de quien está en obligación de salir al frente cuando suceden este tipo de calamidades.

Esto es el Estado, que desgraciadamente en caso del Ecuador, con una presidencia vacante, un vicepresidente ilegítimo, unos ministros mediocres y sin atinar a tomar las medidas adecuadas.

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Han colapsado los servicios sanitarios y ahora también no saben que hacer con tantos cadáveres acumulados en las morgues de los hospitales, en los cementerios, en las casas donde muere la gente. Tienen que esperar entre dos y tres días para ser retirados para sepultarlos, mientras las familias corren el riesgo de contagiarse y los cadáveres de descomponerse.

La raza humana esta siendo llamada a una gran depuración, a dejar de lado la vanidad, el egoísmo, el orgullo, la soberbia, y a repensar en un nuevo orden social, económico y político que sea más solidario, menos egoísta, menos desigual, más inclusivo,.

Pero sobre todo, menos materialista y más entregado a la solidaridad y al amor entre todos los inquilinos del condominio “Tierra”.

Esta plaga apocalíptica, mediante la cual el mundo y la naturaleza ha encontrado su forma de recomponer y renovar los mares, ríos, lagos, bosques, selvas, la flora y fauna, que reciben nuevos códigos y retoman su autocura para deshacerse del mal que le hemos inflingido sus depredadores: el hombre (entiéndase la humanidad).

La raza humana está actualmente en vías de desaparecer, al menos en una gran parte, pues esta pandemia de orden mundial, no se compara ni con las antiguas “peste negra”, la “fiebre amarilla”, “el tifus” o “la viruela” que diezmaron poblaciones enteras en la Europa antigua y en la América incipiente.

No habría tenido la connotación que ahora tiene en nuestro país, si esto que está ocurriendo ahora en tiempos de traición, hubiera ocurrido en tiempos de la década ganada, donde con previsión, visión solidaria y un excelente liderazgo, de seguro que con la cooperación internacional de recursos humanos e insumos médicos y sanitarios, estaríamos enfrentando con dignidad la epidemia.

Los muertos no serían tantos, y los cadáveres no serían tratados como basura sino con el respeto que los restos humanos merecen.

El mundo está cambiando y esperemos que el hombre aprenda de este cambio y se decida finalmente a entender que todos somos iguales. Que merecemos las mismas oportunidades y el mismo trato de tener acceso a la educación, salud y vivienda de manera digna, y seamos acompañados por los servicios estatales desde el nacimiento hasta una digna sepultura.

Yo por mi parte acojo la enseñanza y prometo solemnemente acoger las lecciones de acuerdo a mis valores, moral y mi Fe, abandonando todo vestigio de individualismo, egoísmo, vanidad y orgullo, y replantearme desde el día de hoy y en adelante (si es que sobrevivo al coronavirus), a poner en práctica la antigua enseñanza de tratar a todos como iguales y amar a todos como a mí mismo.

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