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De nosotros depende que el fascismo no se aproveche del COVID-19

Los días pasan y caen como losas cada día más. Encerrados en casa viendo cómo las hojas del calendario van cayendo. Puntualmente salimos a los balcones para aplaudir a los que están en primera línea contra el virus: sanitarios, cajeras de supermercado, limpiadores, servicios de limpieza y demás. Acaban las palmas y volvemos a nuestro cubil pensado en qué hacer que hacer cuando esto acabe.

Tocan las videollamadas a traición (por favor avisad antes), y vuelta a la cama a soñar con esos días en los que el contacto no era peligroso, y en los que las cifras dantescas con las que almorzamos nos hacen ser pequeños sádicos involuntarios en los que “solo” 500 fallecidos es una noticia esperanzadora.

Pero al margen de saber si esas cifras son buenas o no, si la curva se aplana o no, todo queda opacado por la insidia y el oportunismo de las fuerzas de la extrema derecha recién expuestas -que no nacidas-.

Su orgulloso y atemorizado padre ve como poco a poco se queda rezagado en la infamia, y se apresta a superarla y a crispar más a una sociedad que ya de por sí está al limite. Que necesita descargar su frustración, ira y dolor hacia algún lado.

El fascismo de VOX y el seguidismo pusilánime del Partido Popular, no por ello menos fascista, dan la respuesta fácil. Siguen fieles a su tradición. Observan cada cifra de fallecidos, como hacemos el resto, pero con una mirada distinta.

Mientras unos las vemos con gran dolor por los que se van, y con cierto hilo de esperanza al ver que los números bajan, ellos, los fascistas, las paladean y las mastican, saborean cada muerto para utilizarlos como arma arrojadiza, enarbolan un falso patriotismo y sacan pecho diciendo que les duelen nuestros mayores, pero en secreto les sube la libido pensando en el siguiente bulo que puedan lanzar.

Llegamos a un punto en el que queremos culpar a alguien de que este enemigo invisible nos ataque, le dotamos de ideología y denostamos todo lo que hace el enemigo político, en este caso en el gobierno, y en su retorcida mente todo vale.

Llegando a un extremo de manipulación y de mentiras que no tiene otra explicación que la de “bueno, tú suéltalo a ver qué pasa“… y pasa que entra en la sociedad. Pasa que algunos por desesperación, y otros por ideología lo compran.

Los casos llegan tan al absurdo, que si la OMS dice que las medidas tomadas por el ejecutivo están siendo buenas, acusan al comunismo chino de comprar la OMS. Acusan de utilizar las fotos sacadas de medios de comunicación para decir que no se muestran los féretros en los medios, y sobre lo expresan todo con mucha violencia.

Por el momento esa violencia se queda en las redes, en mensajes de unos cuantos bits en los que se llama “asesino” a Sánchez, en los que Iglesias es “el hijo de puta del coletas“, y les desean el paredón.

Un par de ejemplos de lo que provoca esta situación, son dos médicos en Madrid. Uno publicaba en redes sociales cómo se planteaba la posibilidad de no curar a los “asquerosos rojos“, y la otra expresaba que en vez de curarles, les vomitaría encima, pasándose el código deontológico muy por debajo del ombligo. Casos que por cierto ya está investigando el Ilustre Colegio de Médicos de Madrid y sus cuentas ya no se encuentran disponibles, pero ¿qué pasará cuando esto suceda en la realidad?

El fascismo se hizo fuerte como siempre lo hizo: aprovechando las crisis más duras y envenenando a los demás mostrando un enemigo el cual pretende destruir la forma de vida idealizada por ellos ( asualmente siempre la que defiende al capital).

Nombrando enemigos de la patria a todos los que no piensan como ellos, fascismo de nuevo cuño que, como el que asoló Europa en los 30, se alimenta del miedo y el dolor. Pero en esta ocasión cuenta con un altavoz en el bolsillo de cada ciudadano, en cada salón y en cada centro de trabajo.

De nosotros depende que los muertos sean los que nos empujen para pelear por los demás para cambiarlo todo. Que su marcha no sea en vano, que podamos seguir avanzando dejando atrás un sistema caduco que da sus últimos coletazos, al que solo le queda mercantilizar la vida.

¿O vamos a dejar que los muertos se conviertan en carnaza para los fascistas?

De nosotros depende.