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Una visión alternativa (II): las Leyes de Burgos en Nueva España

Las leyes elaboradas por Castilla para organizar sus nuevos territorios no fueron respetadas por sus autoridades, lo que condujo a unas situaciones de expolio y opresión.

Este artículo es la segunda parte de un contenido en el que se trata desde un punto de vista alternativo la conquista de Nueva España. Para leer la primera parte, recomendable para entender lo que se expone a continuación, haga click aquí.

Creo que es tremendamente injusto responsabilizar, no ya a los castellanos (no confundir con españoles porque pese a los fachas actuales, como apuntábamos antes, España no fue España -con reservas incluso, hasta los Borbones, concretamente con Felipe V, en el XVIII), sino a todos los españoles, y a los tataranietos de aquellos, quinientos años después, de los desmanes cometidos por estos desalmados (y la mayoría de estos tataranietos, estarán precisamente desde generaciones en América).

O sea, que es muy posible que muchos de los remotos antepasados españoles fuesen unos auténticos malnacidos, pero por favor, no se puede obviar que la mayoría de sus descendientes (y de sus más feroces críticos), son precisamente los nacionalistas americanos que hoy en día reniegan y despotrican sin darse cuenta de quienes sus propios antepasados.

Aunque para mí ello no disminuya un ápice su culpabilidad. Por favor, os suplico que aunque ya da igual, no olvidemos que la simiente de estos malditos (y la de los que no lo fueron), quedó más plantada en América que en España. Y allí arraigó. Y afortunadamente para todos, sus actuales descendientes están demostrando tener valores mucho más elevados que sus antepasados. Pero no puede evitarse constatar que cuando un mandatario americano se refiere a estas nefastas actuaciones probablemente esté hablando precisamente de “sus” propios antepasados.

¡Qué diferencia con el tratamiento que reciben los filibusteros y piratas ancestros de los ingleses y americanos en los países anglosajones y entre todos los hijos de la pérfida Albión! Gente cuyo racismo endémico, aún en el caso del impuesto y prolongado celibato de las travesías, no evitaba que su mirada diaria solo fuera dirigida a sus camaradas de armas o navegantes compañeros de navío, sometidos por si fuera poco en la edad de mayor tiranía de las hormonas.

Por lo que al arribar y establecerse en su destino, casi nunca -al que lo hizo aunque fuese por amor, lo estigmatizaron y repudiaron-, se mezclaron con las indias (de la India), ni las indígenas (de América), ni con las africanas.

Situémonos en la Castilla del siglo XVI. Sorprende y contrasta sobremanera el tratamiento “oficial” que se pretendía hacia los indígenas, tan lejano con el que parece desprenderse de la leyenda negra, y que incluso cabría decir sin exageración ninguna, como luego se verá, que las protestas de los dominicos ante los abusos sobre los indígenas, y las consecuencias de las mismas plasmadas en las leyes de Burgos, pueden ser considerados como un claro antecedente de los derechos humanos actualmente asumidos por la práctica totalidad de las naciones del planeta ¡con casi cinco siglos de antelación!

Y de lo que creo cabe que tanto los españoles actuales como todos los americanos de buen corazón podemos sentirnos bastante orgullosos.

Por otra parte, es cierto que no podemos contemplar ni juzgar estrictamente los sucesos históricos a la luz de la moral imperante en la sociedad occidental del siglo XXI. Ruego por tanto se atienda esta sabia recomendación ya que esto resulta capital y de suma importancia a la hora de tratar de entender comportamientos, que, sin ánimo de justificarlos, resultaron absolutamente comprensibles en los momentos en que se produjeron, al estar en total coherencia con los usos y costumbres habituales en la época en la que sucedieron.

No debe por otra parte olvidarse que los sentimientos más elevados, la fe religiosa, el honor, se afrontaban entonces desde un punto de vista, y desde un aspecto fundamentalmente visceral y consustancialmente se expresaban también en muy numerosas ocasiones de forma trágica y feroz, como testimonian las distintas guerras de conquista y de religión acaecidas en el ámbito más local, la frecuencia de los duelos individuales, de los ajusticiamientos públicos, e incluso de los autos de fe, como así se desprende, además de lo reflejado en los escritos históricos y documentos de la época, a la luz de los numerosos relatos que nos ofrece la por otra parte gloriosa literatura contemporánea.

Hay que reconocer que la crueldad de la época realmente sorprende a nuestra mirada actual. La vista de la sangre en aquel tiempo no causaba la menor repulsión, más bien resulta atrayente. Piénsese en la expectación despertada por las ejecuciones capitales en el lugar más prominente de la localidad. La gente corría a contemplarlas, y a tenor de los testimonios recibidos, tal parece que mayor era la expectación cuanto más sangriento o doloroso resultaba el tormento.

Sin olvidar en la posterior y desgraciada evolución del problema el enorme peso de los más prosaicos y mercantiles motivos puramente económicos, que llevarían años después ya con Carlos V a correr un tupido velo sobre las actuaciones criminales de estos desaprensivos, y a convertir en papel mojado y obsoleto estos altruistas avances legislativos.

Soy consciente de que voy a resultar prolijo, y pido perdón por ello, pero para que se entienda bien lo sucedido y que cada lector pueda sacar su propia consecuencia, prefiero considerar imprescindible el explicar bien, para aquellos más legos en la materia, conceptos determinantes en el desarrollo de la vida diaria como podía ser la encomienda.

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