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El mito de otros tiempos llamado “Día de la Hispanidad”

Tal conmemoración sirvió a los sectores más radicales de la derecha franquista para lanzar su campaña de reconquista del poder, desde posturas tradicionalistas y hasta reaccionarias.

Históricamente nacionalismo y la hispanidad representada en la monarquía española y en la derecha ha considerado al continente americano como una prolongación de la propia identidad nacional. América en el ideario español conservador ha constituido un condicionante cultural del pensamiento hispano contemporáneo.

Por eso, el hecho americano aparece inseparable de la reflexión sobre la nación. Todo ello ha servido de soporte para la mitificación y nostalgia, ha alimentado el culto de lo hispánico. Evidentemente los ideólogos franquistas no ignoraron el gran potencial propagandístico que contenía el americanismo.

En este sentido, la construcción de un imaginario nacionalista, el cual, el Régimen dictatorial establecido en 1939 puso a su servicio, lejos de hacer tabla rasa del pasado de España, recurrió a una serie de ideas y corrientes que ya iban gestándose desde hacía varias décadas.

 La llamada hispanidad, tuvo una doble función para la dictadura: constituyó un potente vector de expansión y de proyección hacia el exterior para un nacionalismo frustrado. Asimismo, fue un soporte esencial del nacionalcatolicismo, rico en símbolos, imágenes y referencias múltiples que con el tiempo arraigarían en la conciencia del conservadurismo español.

En este sentido, la hispanidad puede considerarse como uno de los más potentes instrumentos de nacionalización y socialización de la ideología reaccionaria que animaba a la cruenta dictadura de Franco.

Por otra parte, franquismo en cuanto a su manifestación nacionalista no puede considerarse como una particularidad histórica en España, remontándose sus fuentes de inspiración a las décadas situadas entre fines del siglo XIX y el primer tercio del siglo XX.

La doctrina de la Hispanidad así elaborada, sirvió a los sectores más radicales de la derecha para lanzar su campaña de reconquista del poder, desde posturas tradicionalistas y hasta reaccionarias. En este contexto, surge la vocación imperial de España como forma de superar la fragmentación que suponía el auge de los nacionalismos alternativos tales como el catalanismo.

Dicha voluntad de imperio radicaba en una empresa exterior que ensanchara las fronteras de la nación. Asimismo, al ensalzar los “excelsos destinos de España en la historia”, desde la reconquista hasta la evangelización americana, Gomá desarrollaba una concepción teológica y providencialista de la historia que hacía de España un pueblo escogido por Dios para defender y difundir el catolicismo en el mundo.

En suma, a lo largo de los años treinta coexistieron dos corrientes (falangista y católico-integrista) que apelaban a una resurrección nacional a partir de un discurso que alimentaba una nostalgia imperial puesta al día gracias a la doctrina de la Hispanidad.

La Hispanidad constituye una referencia mítica que la dictadura franquista recuperó y asimiló con mucho provecho: el nuevo Régimen asumió el cuerpo de doctrina de la Hispanidad como una parte esencial de la ideología del Movimiento Nacional, convirtiéndola en un símbolo de la “nueva España” fascista.

La integración de América en el relato y el ideal nacional a través de este mito sirvió como arma política al servicio de la dictadura, tanto para fines interiores como para fines exteriores. El modelo nacional que se quiso imponer se basó en una concepción estricta de la cultura tradicional, de inspiración castellana, católica, rural y, en las primeras fases del Régimen, imperial.

El culto a los Reyes Católicos, la celebración del descubrimiento del Nuevo Mundo como obra providencial, la exaltación de los arrojados conquistadores y de la gesta colonizadora, la apología de la evangelización y expansión de la fe, todo conducía a la adulación de la época imperial y las glorias hispanas.

Aunque alcanzó su cénit en la fase inicial hasta 1953, la Hispanidad fue un mito polivalente, maleable y acomodaticio que supo adaptarse a las evoluciones culturales e ideológicas del largo período franquista. Como soporte ideológico y propagandístico, la noción de Hispanidad resultó marcadamente imprecisa y sufrió sucesivos ajustes para adecuarse al cambiante contexto internacional.

En los años sesenta la dictadura creó la celebración “Día de la Hispanidad” según el decreto del franquista, fechado el 10 de enero de 1958. En 1981, ya en “democracia”, el Gobierno de Calvo-Sotelo ratificó este título, pero en 1987, durante el gobierno de Felipe González, una ley establecía el 12 de octubre como el día de la Fiesta Nacional de España.

La colonización persiste en el lenguaje, en las relaciones sociales, en las jerarquías y subordinaciones que se rigen por cierta estratificación social fundamentada en el color de piel, así como por el eurocentrismo, cosas que parecen abstracciones, pero las padecen cotidianamente las personas en España y parte de Latinoamérica.

La celebración del 12 de octubre se presta a la misma retórica de ganar una guerra y de perpetuar, como hace España llamándolo Día de la Hispanidad, este modelo de orgullo negando lo que pasó en la realidad.

En Latinoamérica, el llamado “Día de la Raza” (en algunos casos también Día de Cristóbal Colón), se mantuvo hasta entrado el nuevo siglo. En consecuencia, una oleada de Gobiernos de izquierda, con el ascenso de Evo Morales, el primer presidente indígena de Bolivia como máxima expresión, se generalizó el cuestionamiento desde el poder al nombre de esta celebración.

De esta forma, para algunas comunidades y corrientes políticas, el 12 de octubre se resignificó a favor de los que sobrevivieron a la conquista iniciada aquel día. Este cambio de nomenclatura fue un intento de descolonizar el lenguaje

Con estos cambios en la festividad del 12 de octubre, se pasó de una celebración a una conmemoración del encuentro trágico que supuso para los pueblos indígenas, a los que despojaron de sus tierras, esclavizaron y asesinaron.

En este sentido, gobiernos como el de Cristina Fernández de Kirchner en Argentina, cambió el “Día de la Raza” por el “Día del Respeto por la Diversidad Cultural“. Rafael Correa decretó que en Ecuador pasara a llamarse “Día de la Interculturalidad y la Plurinacionalidad“.

Los gobiernos de Daniel Ortega de Nicaragua y Hugo Chávez, en Venezuela, lo denominaron “Día de la Resistencia Indígena”, y Morales en Bolivia lo renombró como “Día de la Descolonización”. En Perú celebran el “Día de los Pueblos Originarios y del Diálogo Intercultural”.

Costa Rica ya pasó en 1994 a conmemorar el 12 de octubre como “Día de las Culturas”, “haciendo alusión a su composición social y cultural multiétnica” del país. En Chile, una ley del año 2000 lo modificó al “Día de Encuentro de Dos Mundos”.

Considerar el 12 de octubre como de profunda reflexión, implica el reconocimiento en esa fecha del comienzo de la barbarie colonial que experimenta América Latina desde hace más de 500 años. También significa reconocer la resistencia de los pueblos originarios contra cualquier forma de opresión.

Este día sirve en varios países de América para recordar a los indígenas que fallecieron durante la colonización. Además, grupos originarios reivindican sus derechos y se manifiestan contra el genocidio a que son sometidos por las políticas extractivistas y neoliberales, que dañan sus territorios.