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El juego del calamar: un reflejo de nuestra estructura social

El Juego del Calamar es una serie coreana que relata la historia de un grupo de personas que son reclutadas para participar en un juego.

El juego del Calamar es una serie coreana producida por Netflix, estrenada en septiembre, y que relata la historia de un grupo de personas adultas que son reclutadas para participar en seis juegos infantiles. El detalle es que en cada prueba los participantes tienen que jugarse la vida. El premio final al ganador que logre superar todos los juegos es de 45.600 millones de wones.

Un argumento original

Si algo tienen las series coreanas es lo novedoso y harto particular de sus tramas. Si a eso se le añade una impecable escenografía, un buen guion y unas excelentes actuaciones, tienes como resultado El Juego del Calamar. El argumento logra captar la atención desde los primeros minutos. Los juegos infantiles hacen que el espectador recuerde inmediatamente qué juegos practicaba de niño. Como olvidar (el trompo, las bolillas, la rayuela, el elástico, las cogidas, etc.).

La competencia despierta una parte instintiva en los seres humanos. Somos competitivos. Nos encanta competir, pero también nos encanta ver competencias. Eso hace que la serie tenga un plus: tomamos partido por uno o más concursantes o por uno de los equipos. El hecho de no saber en qué consistirá el siguiente juego, quién ganará y quién será eliminado le pone más suspenso.

¡Ah!, algo más, la naturaleza humana, siente una atracción por lo desagradable. Una especie de goce por el morbo y la violencia. La serie derrocha “gore” desde su primer capítulo. Ese gusto por lo desagradable hace que esta producción enganche a cualquiera, y no quiera parar de verla. Sigmung Freud en El Malestar de la Cultura, dirá que la cultura con su autoridad y ley trajo la represión de nuestros instintos agresivos. Eso explicaría el porqué la violencia tiene tanto adeptos.

Una realidad parecida a la nuestra

No hay forma de que el telespectador no pueda identificarse con los participantes del juego. Nuestras realidades sociales se parecen mucho a las historias personales de los personajes. El Juego del Calamar ejemplifica magistralmente la cruda realidad de nuestra sociedad dentro del sistema capitalista: pobreza, desempleo, desigualdad, migración.

Y con eso otros fenómenos sociales adyacentes, que agudizan el drama social: deudas económicas, familias disfuncionales, adicciones, delincuencia, corrupción, abuso. Las historias detrás de ellos son muy parecidas a las historias de la vida real, y eso hace que el espectador se identifique rápido con ellos.

Análisis de forma y fondo

La industria cinematográfica coreana tiene altos niveles de presupuesto para sus producciones. Así que no escatiman en invertir más allá de lo necesario. De ahí que la escenografía de El Juego del Calamar es impecable.

Desde la enorme muñeca (a la que por cierto, faltó explotar más) del juego de luz verde luz roja, la adaptación del barrio coreano en el juego de las canicas, toda la parafernalia empleada en cada juego, el decorado de la sala vip, la sala de control del líder, el lugar donde cremaban los cadáveres, etc.

 

La muñeca del Juego del Calamar

Y qué decir de la fotografía. El juego del Calamar es también un juego de colores. El contraste de los trajes de los empleados con los de los jugadores, la asimetría y colores de las escaleras, las tomas desde lo alto mientras se realizaban los juegos, las formas y colores de las máscaras de los vips, la toma de los finalistas en el comedor, la escena de la caída de la histriónica y el antisocial, la escena de los vidrios.

 

Escaleras de colores

Analizando con mayor detenimiento El juego del Calamar, podemos hacer algunas acotaciones. La serie es la metáfora y el reflejo de cómo es nuestra estructura social.

En este sistema, la sociedad es como El panóptico (concepto acuñado por Jeremy Bentham y posteriormente por el psicólogo y filósofo Michael Foucault. Un lugar diseñado para cárceles y prisiones.

La misma que suponía una disposición circular de las celdas en torno a un punto central: un edificio, desde el cual se puede vigilar todo el lugar. Lo que significa que quien vigila puede observar a todos, no obstante, el vigilante no es visible para los demás.

Foucault toma el concepto y lo lleva al plano simbólico sobre el poder, el control y la dominación que aplica el ser humano en la organización social. A decir de él, el contrato social requiere de la imposición del dispositivo de la vigilancia para regular el comportamiento humano en la sociedad.

Pero no es que esté mal la regulación porque se necesita de ella para vivir en comunidad. A nivel empresarial me recuerda El efecto Hawthorne, un estudio realizado por el investigador Henry A. Landsberger en 1950, que concluye que las personas son más productivas cuando se sienten vigiladas.

Para lograr dicha regulación, la sociedad necesita de una serie de reglas, premios y castigos además de alguien quien vigile que se cumpla lo estipulado. El meollo de esto son los excesos de quien aplica la ley y los vacíos de la misma.

El Juego del Calamar tiene reglas para todos los 6 juegos, (cada jugador con un número diferente, y con uniforme, como símbolo de la no identidad y no subjetividad), hay un fabuloso premio económico, hay un castigo para quienes pierdan: ser eliminados. Y por supuesto, no podía faltar, hay un vigilante.

Pero al igual que en la serie, en nuestra sociedad las reglas del juego tienen sus vacíos, y cualesquiera puede ganar esgrimiendo alguna artimaña. Los premios de la vida puede llevárselos alguien que no se lo merece, ya sea por injusticia, porque se valió de palancas, hizo trampa, se saltó las leyes, evadió impuestos, no hizo la fila, ganó con fraude electoral, sobornó al funcionario, etc.

El castigo no siempre es para los “malos”. Dentro de las cárceles, por ejemplo, también hay gente inocente que está pagando por algo que no cometió. Y en las calles están libres quienes deberían estar encerrados.

Si algo tiene la naturaleza humana es que está dispuesta a todo con tal de preservar la supervivencia. El Juego del Calamar revela que somos capaces de matar si está de por medio nuestra vida. Y es que cualquier ser humano puede convertirse en un asesino, solo necesita la situación. En la serie los participantes renunciaron a un vínculo con sus compañeros más allegados por sobrevivir. 

Pero nuestra sociedad va más allá, hemos convertido la supervivencia en una justificación para obtener un beneficio propio a costa de los demás. Nos saltamos las reglas no para sobrevivir, sino para beneficiarnos.

Qué importa si a quien perjudicamos es un empleado, es la madre de mi hijo, los hermanos que dejé sin herencia,  personas inocentes a las que estafé. Rompemos los lazos en pro de nuestro narcisismo.

En la serie el papel del vigilante del panóptico recae en un primer momento en el líder, Front man (Lee Byung-hun), pero como el ejercicio del poder no tiene cara, puesto que cualquier persona puede ser un representante del poder real para vigilar a los demás. Da igual quien vigile. Cualquiera puede ser vigilante porque los vigilantes, a su vez, serán siempre vigilados por sus superiores. Y así continuamente hasta llegar a quien encabeza el verdadero poder.

El juego de Calamar nos devela que en nuestra organización social el poder no siempre lo tiene quien creemos, debido a que siempre hay un poder detrás de ese poder.

Recordé la viñeta de Mafalda acerca de la obediencia, en la que ella le dice a su mamá: “Yo soy el presidente”, y la mamá responde: “Yo soy el Banco Mundial, el Club de París, el Fondo Monetario Internacional”. Si ese Gran Poder tiene la capacidad para controlar directa e indirectamente la vida de los demás, ¿Quién controla a ese poder?

Aquí cabe reflexionar, en nuestro sistema, si el vigilante desde esa posición de poder y saber absoluto hizo las reglas (¿a su medida?), ¿la ley también es para él, o él está por encima de ella? ¿Hasta qué punto su posición le permite aplicar la ley sin escapar de ella? ¿O sucede como en la serie, donde el verdadero poderoso se burla de la ley (encarnada en el policía infiltrado) y simula someterse a ella cuando en realidad no aplica ni siquiera sus mismas leyes?

Sigamos. Es interesante la importancia que la serie le da a “lo escópico”, es decir, a lo visual. No solo para el personaje psicópata detrás del juego, sino para todo el personal involucrado en la jerarquía cuadrados, triángulos y círculos, además de muchos otros detalles: la muñeca, los vips enmascarados detrás de la pantalla, el estricto control por cámaras de seguridad, los colores de las escaleras y de los trajes de los vigilantes, el rojo en el cabello, etc.

 

Los Vips

Esa característica tan peculiar de la serie en relación al acto de VER, me hace recordar varias cosas. El reality show, Big Brother, las películas de Saw o el símbolo del ojo que todo lo ve en el reverso de los billetes de un dólar, asociado a la masonería y a los Illuminate, sociedades secretas que aparentemente buscan controlar los asuntos globales.

No obstante, el símbolo del ojo que todo lo ve es muy antiguo y empleado en varias civilizaciones, y siempre quiso representar a Dios, el poder, la autoridad y la protección. ¿No es acaso Dios, al que se le atribuye la capacidad de verlo todo, alguien que está (o que hemos puesto) en la posición del panóptico? Nos puede ver, pero no podemos verlo. ¿No es Dios la forma en que nuestra civilización encontró para regular el comportamiento de la naturaleza humana?

Volviendo a la serie. Esa posición de omnipotencia en los líderes del juego solo puede ocuparla alguien que cree que los demás son simples objetos de goce. Que pueden ser manipulados a su antojo desde su paupérrima realidad, con el fin de incitarlos a perder su dignidad para el disfrute de quien los mira. El voyeurismo sin frenos.

Asemejar la competencia humana a competencia de caballos es evidencia de esa transición degradante de sujetos a objetos. Los dos personajes detrás del control del juego en la serie son seres perversos, que violan la ley (tanto la ley externa, como la del juego) para su propio goce, goce escópico al fin. Por ello, El Juego del Calamar deja entrever una cadena de delitos: asesinato, tráfico de órganos, tortura, secuestro, fraude.

En nuestro sistema social moderno, las tecnologías de la información son un dispositivo en la que el poder tanto político como doméstico emplea para el ejercicio de control, un control obsesivo.

Algo que quizá tiene ese toque voyeur-perverso ¿Acaso el poder político no emplea su posición para espiar, vigilar, y transgredir la privacidad de los ciudadanos comunes y de quienes considera sus opositores con el pretexto de acciones de inteligencia y seguridad interna?, ¿no han sido acusadas algunas redes sociales como Facebook de violar la privacidad de sus usuarios? El uso de cámaras de vigilancia, drones, satélites, si bien son muy útiles. Son también mecanismos que el poder emplea para perfeccionar el control.

El deseo como motor humano

El deseo en el ser humano siempre va a ser un deseo insatisfecho. En la serie, los millonarios aburridos de su realidad, quisieron encontrar algo de diversión y crearon el sistema del juego para divertirse. Los jugadores también están hartos de su realidad y su deseo los mueve a un objetivo para cambiar radicalmente sus vidas, o terminar iguales o parecidos a los millonarios de la historia. No importa el tener, el hacer o el saber. Los humanos siempre vamos a estar insatisfechos.

No se trata de satanizar a los ricos y ensalzar a los pobres. Esos prejuicios y críticas de moral sobre la avaricia o la vanidad hacia cualquier bando no caben aquí. El juego del Calamar no le quita responsabilidad al destino de los participantes. Ellos están ahí por su propia voluntad. Y parte de lo que son tiene que ver con algo que hicieron y dejaron de hacer para que hayan llegado a ese momento.

No solo es el sistema social, sino también las elecciones y decisiones que hacemos. El protagonista era un apostador, el amigo un corrupto, una de las chicas era delincuente.

Drama, final y actuaciones

Hay que reconocer que en El Juego del Calamar, el director y lo productores dosificaron bien el drama. Detalle al que generalmente no estamos acostumbrados, dado los ríos de lágrimas que solemos ver en las series coreanas. El episodio de las canicas y el episodio final son muy conmovedores.

El final, considero que pudo ser mejor. Si bien, el último juego fue intenso y bien realizado, queda una sensación de que algo faltó. Quizá Sae Byeok mereció más. Hay un deseo de justicia, una ira inconmensurable por la crueldad y la bajeza de los organizadores que continúan reclutando personas necesitadas.

La escena final deja puertas abiertas, aunque también puede cerrar todo ahí. O te pasas al bando de los psicópatas como lo hizo ya uno de los ganadores, o los enfrentas y te diferencias de ellos como aparenta ser la próxima temporada.

Las actuaciones de los ocho personajes más importantes de la serie son geniales. Y es que la historia detrás de ellos y su perfil está tan bien logrado que es fácil la identificación, la empatía o el desagrado por alguno de ellos.

Una mención especial a Gi-Hun (Lee Jung-Jae) y Sae Byeok (HoYeong Jung), definitivamente actorazos. Destacar por supuesto a los antagonistas Oh Yeong(Oh Il-nam), Lee Byung-hun (The Front Man), Heo Sung-tae (Jang Deok-su), y los demás actores secundarios: Sang-Woo (Park Hae-Soo), el carismático Anupam Tripathi (Ali Abdul), Wi Ha-Joon como Hwang Jun-ho y Kim Joo-ryoung como Han Mi-nyeo.

Actores de El Juego del Calamar

A pesar de que se comenta que la traducción en español no fue tan fiel al original, considero que el guion fue excelente. La banda sonora quizá es el punto más débil de El Juego del Calamar. Muy por debajo del nivel al que nos tienen acostumbrados las series coreanas.

El vals del Danubio azul no fue suficiente para apuntalar la banda sonora. No obstante, la serie es la más vista de Netflix en varias semanas. Rotten Tomatoes le dio una valoración del 100%.​ En la plataforma de IMDb la audiencia la ha valorado con 8.3 estrellas sobre 10. Sin duda una excelente producción. ¿Habrá segunda temporada? Veremos.

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