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La izquierda recibe un toque de atención con las elecciones italianas

Tras las elecciones en Italia, es importante establecer contextos y utilizar los filtros adecuados. Gana Meloni y la izquierda se hunde, pero hay mucho que analizar al respecto.

Los resultados de la coalición de derecha y ultraderecha en Italia son inapelables. También lo han sido para la izquierda, aunque de manera negativa. Hace años que no se veía un resultado tan claro en el arco parlamentario italiano. Esa es una realidad y sobre ella hay que trabajar, analizar, comprender, y no pronosticar cosas que son intangibles.

En contexto

Fratelli d’Italia no es solo Meloni. Fratelli d’Italia son todos esos millones de votantes que han elegido una opción política la cual ha confeccionado una mayoría muy por encima, incluso, de la de sus propios aliados, Salvini y Berlusconi.

El Partito Democratico de Letta se vuelve a hundir, y con esta ya van unas cuántas. Letta dimite, y la izquierda se ahoga en un mar de estereotipos y de apuestas políticas, increíblemente y repetitivamente, erráticas. Es el delfín de una Troika fallida en Italia.

Ese es el principal resultado que se debe tener en cuenta si se quiere tomar en serio todo lo que ha pasado este fin de semana en Italia.

Lo que puede traer Meloni

Meloni es un espectro de un síntoma. Ella no es Berlusconi. Viene de abajo, de la periferia pobre romana. No es un magnate y eso es lo que la hace especial a ojos de muchos italianos, cansados de los impresentables mandatarios representados a la perfección por el gobierno Draghi. Será superfluo, pero para muchos ciudadanos eso es un factor político, y debe quedar claro.

Evidentemente, entre sus filas existen fascistas, xenófobos o globalistas a ultranza. Seguro que Meloni, con su oscuro pasado en el Movimento Sociale italiano, se puso hasta las trancas de insultar y despreciar a los “bastardos rojos”. Sin embargo, los votos hacia su formación no indican solo eso. Es más, reducirlo todo a “la derechización de la vieja Italia” es, como mínimo, injusto.

Sorprende, además, ver como incluso todos los medios distorsionan lo que propone políticamente la formación conservadora ganadora, solo con el objetivo de justificar el mal propiciado por los italianos. Fdi propone una “columna europea” dentro la OTAN, legitima la posición de Italia dentro de la UE, aunque, ciertamente, sean inquietantes sus propuestas en materia de género o del trato de la realidad migratoria. Sin embargo, la responsabilidad del fenómeno migratorio es ya una vergüenza para la UE, pues no se quiere mover por puro interés político, dejando un espacio enorme a la demagogia de formaciones como las de Salvini o Meloni.

Los errores de una izquierda herida

Pero estos resultados electorales dicen mucho más. Esta vez, de la mano de la ultraderecha, encontramos una derrota histórica de la izquierda, la cual se ha topado con un muro. Su propio muro. Y es que, desde la caída del muro de Berlín, la izquierda europea solo hace perder votos y legitimidad, y no se entrevé una salida viable ¿Quizás ya no es izquierda el sujeto al que nos debemos referir? No se puede andar juzgando desde la contraparte (la izquierda) sin ser poco más que un espectro de lo que eras.

Vale la pena pensar que lo que representa la victoria de Meloni se debe reposar y analizar en detalles, y desde una perspectiva italiana, pero con la mirada dirigida a esta Europa ciega, ultraliberal y burocrática. El voto a Meloni es un voto reactivo contra esta y no solo reaccionario contra un sistema político italiano que va a la deriva.

Es más, hay más. Solo hay que escuchar a los especialistas para ver, por ejemplo, que entre los chalecos amarillos en Francia hay una parte significativa de votantes que basculan entre la izquierda y la ultraderecha de Le Pen. Lo mismo sucedió con el voto a Mélenchon en estas últimas elecciones, o que en los buenos tiempos de Podemos hubo una parte de sus electorales que provenían de la derecha, aunque venidos a menos en estos últimos tiempos. Lo mismo les sucedió al partido de la izquierda De Linke, en Alemania.

Motivaciones del votante

El electorado, especialmente en los países del sur de nuestro continente, basculan no por criterios solo ideológicos, sino por reacción a todo aquello que no les gusta de este mundo y que les están dejando los mandatarios.

Hay síntomas incontestables de que vamos mal, perdiendo diría yo, en una carrera por la hegemonía donde Europa y sus estados miembros se empequeñecen a ojos de un mundo cada vez más dinámico y plural. El papel europeo en Ucrania puede ser un detonante.

El voto en Italia ha sido reactivo a ese conglomerado político que no nos ha dejado respirar pasada la maldita pandemia, y que ya nos mete en una guerra en la que no sabemos por qué estamos ahí, pero sí que pagamos todos nosotros sus consecuencias.

Italia expresa a su manera, para algunos correcta, para otros incorrecta, un malestar ciudadano muy profundo. Se mezcla con un estado italiano impotente, que contrasta con una industria potente que parece sufrir los dictados de Bruselas, con un trato como mínimo desigual al dado al eje franco-alemán.

Hay mil síntomas históricos que nos dicen que esta Europa no va bien: el rechazo francés a la constitución francesa, el Brexit, el papel de la troika con los griegos, la irrupción de movimientos locales como el de los chalecos amarillos, el rechazo de muchos ciudadanos a las medidas económicas o sanitarias marcadas por Bruselas, la pasividad cada vez mayor en el apoyo a esta guerra entre Occidente y Rusia, etc.

Tomemos todo esto como un laboratorio de ideas y razonamientos políticos con base muy claramente populares, y lucidez amigos, lucidez y menos clasicismo, que esto va en serio. Italia es un nuevo toque de atención, también para la izquierda.