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La batalla y la memoria de Belchite (II)

Se cumplen 82 años de la sangrienta batalla de Belchite. Las ruinas del pueblo se convirtieron en un símbolo de la sinrazón de la guerra. Y se convirtió también en el primer intento a gran escala de conservación de ruinas de guerra en la Europa occidental.
La memoria de la Guerra Civil y Belchite

Las huellas de la Guerra Civil están presentes en muchos municipios del Campo de Belchite. Ocho décadas después del final de la batalla de Belchite, el pueblo viejo se erige como un auténtico museo al aire libre de los horrores de la guerra, un lugar para recuperar la memoria histórica.

Hace años que se discute el tratamiento memorialista que a lo largo de los últimos 80 años han tenido las ruinas de Belchite, escenario de una de las más cruentas batallas de la Guerra Civil, y cuya reconstrucción fue vetada por el propio dictador Franco. Pero ahora, las ruinas de Belchite, las que dejó la batalla, amenazan con el colapso total.

También a raíz de la Segunda Guerra Mundial se construyeron paisajes memoriales vinculados a desastres humanitarios, aunque solo cuatro se componen de pueblos completos, como en el caso de Belchite: Oradour-sur-Glane (Francia), Lidice (República Checa), Lipa (Croacia) y San Pietro Infine (Italia). En España se mantienen cuatro memoriales basados en pueblos destruidos, además de Belchite: Rodén (Zaragoza), Corbera d’Ebre (Tarragona), y Montarrón y Gajanejos (Guadalajara).

El éxito de las ruinas, en términos memorialistas, se puede explicar por el hecho de que éstas se encuentran implicadas en las memorias comunes de la destrucción causada por la guerra, y los usos políticos que las administraciones hacen de esa memoria.

Durante décadas, los vestigios estuvieron al alcance de todo el que pasase por allí, lo que provocó el expolio de las ruinas. Eso, junto al paso del tiempo, ha deteriorado profundamente los restos, provocando también el colapso de algunos de los edificios y de los restos históricos.

El cartel más famoso de Belchite, Luis Villa de Campo.

No fue hasta 2002 que fue declarado Bien de Interés Cultural, pese a contar con una serie de edificios de estilo mudéjar.

En 2008 las ruinas del pueblo viejo se cercaron y se comenzaron a estabilizar, para, en 2013, comenzar a realizar visitas turísticas guiadas. En esas visitas, los guías enseñan a los visitantes cada rincón, cada historia de lo que allí sucedió, explican lo importante que es su conservación para seguir enseñando a las nuevas generaciones lo que representa una guerra. Podemos recorrer lo que quedó del pueblo como un museo de los horrores de la guerra, pero más realista porque no es un museo, sino un lugar real, el lugar donde todo ocurrió, y la mejor muestra de lo que puede ser una guerra.

Con la medida, se quería evitar que el patrimonio de Belchite sufriese todavía más destrozos. Por eso es tan importante la protección de sus ruinas y aprender de los errores del pasado; por eso, la intención de las visitas es mantener viva la memoria de Belchite, mostrar las consecuencias de la guerra y transmitir un mensaje de paz.

Es evidente que existe una absoluta falta de voluntad política por parte de los diferentes gobiernos. En el caso del PP se trata de una franca oposición. En el del PSOE se trata más bien de cobardía política, a pesar de los intentos realizados en los últimos años.

Los diferentes intereses de los partidos políticos hicieron que en Belchite no se haya consolidado la creación de un espacio memorial de carácter nacional. En realidad, las ruinas del pueblo viejo dejaron de ser objeto de conmemoración en los años 1960, una situación que se mantuvo durante la democracia. Eso impidió que Belchite se convirtiera en un símbolo del sufrimiento colectivo, como había sucedido, por ejemplo, en Gernika.

Existe una gran dificultad para interpretar el conjunto de Belchite, concebido en su momento como un monumento franquista, y transformarlo en un lugar de memoria inclusiva. En muchos sectores se ha mantenido el recelo ante las ruinas del pueblo viejo, especialmente entre los sectores antifranquistas.

Sin embargo, los intentos del ayuntamiento, en los años 1990, de transformar el viejo Belchite en un “monumento a la paz” provocó el suficiente interés para que las administraciones públicas se planteasen las primeras inversiones. De este modo, el conocimiento de los diferentes aspectos de Belchite permite completar el discurso memorialista e histórico, y abrir el espacio a una memoria pública plural, inclusiva y democrática. Esta concepción permitiría la conservación del conjunto, ya que el memorial se transformaría a la categoría de un auténtico memorial por la paz.

A pesar de la aprobación de la Ley de Memoria Histórica, y de sus múltiples carencias, los gobiernos españoles han seguido manteniendo una actitud de dejadez y abandono de sus funciones. No han adoptado las herramientas necesarias para la aplicación de esa Ley (como se ha demostrado en otros ejemplos, como el Valle de los Caídos, muestra de la extrema cobardía del gobierno socialista).

Es necesario proteger y conservar los restos históricos, mantener en pie lo que queda, restaurar lo que se pueda y enseñar a los visitantes, a los escolares, todo lo que hay que aprender del ejemplo de Belchite. Se deben recuperar y proteger las ruinas del Belchite viejo con una finalidad educativa, para explicar que no debe repetirse algo similar nunca más.

Belchite es uno de los valores vivos más importantes de la memoria de la Guerra Civil española, un lugar en el que se pueden aplicar y aprender valores pedagógicos de algo que nunca tuvo que suceder. Su memoria debe servir para que muchos, que ven lejos esa guerra y esa memoria, y para otros que ni siquiera conocen los hechos, aprendan lo que fue aquella guerra fratricida. Recorrer sus ruinas nos permite adentrarnos en los horrores de la guerra, nos permite descubrir la historia, la cruda realidad y la dureza de un pasado español que, a pesar de las décadas transcurridas, aún es muy reciente.

Aunque el pasado traumático se ha suavizado, aún existen temas que crispan a la sociedad española, debido a que la transición de la dictadura a la democracia dejó demasiadas heridas abiertas que aún lo están. Pero se debe  distinguir entre lo que es historia y memoria, y lo que sólo es interés político. Por eso, en Belchite es prioritario llevar a cabo las tareas de consolidación para que lo que queda no desaparezca.