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Los codiciosos incautos, la savia que nutre a los bancos

Ya se han cruzado por mi camino dos ahorradores que se sienten engañados. Ambos han recibido sendas herencias, hecho injusto con respecto al resto de mortales, que decidieron ingresar en sus cuentas corrientes, al menos esa era su pretensión. No es que sean cantidades que hagan perder el juicio a un bancario, ni que te reciba con la alfombra roja, pero ante la falta de inversores, cualquier cantidad con la que se acerque alguien a un banco es bien recibida. El buitre de turno, el bancario con la corbata o el boa al cuello, intentará disuadirte de ingresar el dinero en una cuenta corriente que tan poco rédito da a tu dinero, luchará como quien se disputa los despojos entre la jauría carroñera para convencer al codicioso incauto de que invertir a través de su banco beneficiará el haber de su cuenta.

A los dos les juraron que nunca perderían. Ninguno de los dos me puede asegurar en qué producto financiero firmado con el banco dejaron sus dineros. Según la CNMV estos son los productos que más se negocian en España: renta fija, renta variable, fondos de inversión, productos híbridos, productos derivados y productos estructurados; estos productos son la forma genérica en la que se engloban las decenas de subproductos que se negocian en el mercado. Evidentemente, no les pregunté si habían contratado alguno de estos productos, mis escasos ahorros no me dan para pensar en inversiones de ningún tipo, menos en conocer los entresijos de cada uno de ellos.

Lo que sí les dije a los dos es que si entraron en la sucursal bancaria con el solo ánimo de meter el dinerito llovido del cielo en sus cuentas de ahorro sin más pretensiones que no tenerlo debajo del colchón (porque las noticias corren que vuelan y el personal está muy necesitado, lo cual obliga a evitar las tentaciones de quienes conozcan el escondite), o si ya iban predispuestos a que el empleado de turno les propusiera algún negocio. Dado que ninguno de los dos es nada tonto, es inexplicable, por mucho que les juraran en la sucursal bancaria que su dinero no solo no corría peligro, sino que aumentaría exponencialmente, que no supieran que toda inversión comporta un riesgo, a no ser que se obcecaran al oír lo de que aumentaría, o es que realmente ignoran las malas artes financieras consistentes en ocultar los riesgos. Riesgos que no afectan a los bancos, claro está, expertos en privatizar las ganancias y socializar las pérdidas, con el consentimiento del poder político, este último jamás tan claro mero consejo de administración del poder económico.

Solo pensaron en los rendimientos. Los imagino sucumbiendo a la verborrea técnica del bancario, con pronunciaciones frecuentes de rendimiento, ganancia, aumento, y la más mágica de todas, dinero, dinero, dinero; perdidos en un mar de palabras ignoradas que, por vergüenza, no se atrevieron a pedir que se las explicaran. Y si hubieran dado el paso, seguro que el empleado de banca habría salido airoso, pero si las explicaciones sobre el producto se las pidiera un juez puede que ni el mismísimo director de la sede principal de la entidad supiera en qué consistía el producto firmado con mis ahorradores, ya convertidos en inversores por arte de birlibirloque banqueril, como lleva ocurriendo en España desde que los bancos empezaron con la ingeniería financiera. Así la llaman los expertos, la gente llana lo llamamos engaño, como se ha llamado toda la vida. Son varios los casos de bancos que no han podido explicar ante un juez en qué consistía el producto que le endosaban a sus clientes.

Entonces, les pregunté si sabían en qué invertiría el banco el dinero por ellos depositado. Si en robarles la comida a los del Tercer Mundo, en armas para matar a los del Tercer Mundo o en especular con la vivienda de los del Primer Mundo que cada vez más nos acercamos al Tercero. La respuesta del primero fue que solo le importaba que su dinero aumentara, que no era Teresa de Calcuta (ay, si yo te hablara de esa señora…), que él no pretende cambiar el mundo, y si está así montado pues mala suerte para quien lo sufra, por no reproducir en medio tan serio el verbo que tanto les gusta usar a las mujeres del PP cuando se refieren a la chusma que tiene problemas, es decir, parados y pensionistas. El segundo, algo más responsable socialmente lamentaba el uso espurio que pudiera hacer el banco con su dinero, pero que lo que yo le decía lo hacen las bandas criminales, no las entidades financieras. Le recordé aquella célebre frase del dramaturgo alemán que decía que fundar un banco es un delito, lo que viene a decir que su fundador es un criminal, y añado yo que de desalmados se rodea, así es el negocio.

Otro asunto que les intranquilizó es si sabían en qué puesto del cobro quedarían si el banco, dios no lo quiera, quebrara y los españoles no lo rescatáramos. Seguro que estarían como los accionistas, en el último lugar, solo les llegarían las migajas, si es que algo les quedaba. Ya sabemos, gracias a Adam Smith, que la codicia es buena para el conjunto de la sociedad, pero en el caso de estos dos ahorradores, y por lo que aparece en los medios de incomunicación muchos más, su candidez es pasmosa. Con la de casos conocidos de estafas millonarias y colectivas de productos bancarios indescifrables incluso para el broker más despierto, los ciudadanos siguen siendo engañados por las entidades bancarias. Estas conocen desde hace siglos que la codicia del hombre occidental no tiene límites y de ello se vale. Los bancos tienen todo un ejército de profesionales de múltiples disciplinas que no paran de inventar productos cada vez más complicados, pero que siguen ofreciendo a sus clientes porque saben que al regalarles el oído con las palabras adecuadas como las ya expresadas de rendimiento, ganancia, aumento y dinero, dinero, dinero, todo explicado, mejor dicho imprimido, en folletos muy atractivos a la vista pero muy engañosos para el propio bolsillo, seguirán picando en masa porque les puede más la codicia que el entendimiento.

Uno de mis ahorradores ha podido retirar el dinero del banco, se da por contento con que la pérdida acumulada no vaya a más. No denunciará lo que considera engaño porque pensó que, con su formación académica, jamás le engañarían en ningún asunto como a esos pobres ancianos de las preferentes. Ha asumido su derrota ante el poderoso más protegido del sistema capitalista. Al otro ahorrador me lo encontré hace unos días cuando iba a entrar furioso a la sucursal bancaria para que le restituyeran lo perdido. Le deseé suerte, a lo que me respondió airado con un escueto “¡ninguna!”; hoy mismo lo he vuelto a ver, a la pregunta de qué tal le fue en el banco su respuesta fue “¡son unos ladrones, terminaré sacando el dinero, no me queda otra para no seguir perdiendo!”.

¿A cuántos codiciosos incautos habrán engañado hoy? Ya lo dicen los millonarios, afortunados los pobres que no tienen que preocuparse por administrar ningún patrimonio. En esa categoría nos vemos, así que nunca nos engañarán por incautos.