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Debate o Dogma: ¿cómo se ha originado la crispación social en España?

Durante los últimos meses, antes incluso de comenzar con la Fase 0, en el campo político español se comenzó a escuchar sobre la “crispación“. Los conservadores ibéricos sostenían entonces -y también ahora- que la actuación equivocada del gobierno de coalición con respecto a la pandemia del COVID-19 era la culpable de esta tensión social, mientras que los progresistas aseveran que sus posturas agresivas e incluso golpistas en los sectores más radicales de la derecha, son las razones de la crispación.

Para analizar el tema y obtener un diagnóstico político, nuestro redactor de la sección España Miquel de Toro, y el colaborador de elestado.net Miguel Sanz Sanz, dirigente juvenil del Partido Popular (PP), debatirán sobre la crispación social que existe en la nación europea. El primero representará las posturas de izquierda, y el segundo de la derecha moderada.

Debate o Dogma: ¿cómo se ha originado la crispación social?

Miquel de toro considera que es causada por la acción de la derecha

A la falta de proyecto político se le añade otro factor esencial de la crispación: el cinismo que acompaña muchas de las declaraciones de figuras públicas, que falsean sus afirmaciones, obvian la verdad o mienten descaradamente.

La sociedad española está preocupada por el clima de crispación que se está alentando desde algunos sectores políticos, económicos y sociales, y que se plasma, día a día, en el tono y las declaraciones de algunos líderes políticos, que tienen un foco de debate en el Parlamento y en ciertos medios de comunicación. Esta situación ha desembocado en insultos, acusaciones falsas, en el “y tú más” al que nos están acostumbrando desde las bancadas del Parlamento y los platós de televisión.

Decía Joaquín Estefanía en 2007 que “entendemos por estrategia de la crispación un desacuerdo permanente y sistemático sobre algunas iniciativas del antagonista político, presentadas desde la otra parte como un signo de cambio espurio de las reglas del juego y, en última instancia, como una amenaza a la convivencia o al consenso democrático”.

Ejemplos de cómo diferentes situaciones sociales en nuestro país han servido de arma arrojadiza para fomentar esa crispación tenemos muchos. El independentismo catalán ha servido para que partidos de casi todo el espectro político justifiquen declaraciones absurdas o, directamente, para el uso de las más burdas mentiras. Esto lo hemos visto, incluso, en los informes de los órganos de “seguridad” del Estado y de la judicatura, que ha usado el independentismo como una forma de “acoso y derribo” de determinadas ideas políticas. Por eso, durante un tiempo se produjo una brutal campaña para asociar al independentismo con la violencia y el terrorismo.

También ETA se ha “recuperado” últimamente como arma de crispación, tras algunos acuerdos del gobierno con la formación Bildu, que han despertado el fantasma del terrorismo, sin que el PP, por ejemplo, uno de los que más se aprovecha de la situación, tenga el menor problema en acusar al gobierno de hacer lo mismo que ellos hicieron durante años. Incluso de acusarlo de pretender hacer cosas que el gobierno no ha hecho, pero que ellos sí hicieron, como en el caso del acercamiento de los presos al País Vasco.

Estos discursos de odio van calando, progresivamente, en la sociedad. Y están permitiendo que afloren nuevos focos de violencia, ligada siempre al extremismo político. Tampoco en este caso faltan ejemplos: ataques a inmigrantes, homosexuales, a colectivos de excluidos se suceden de forma habitual con total impunidad y, en muchos casos, con un coro de jaleadores profesionales.

Uno de los problemas a los que nos enfrentamos ante ese discurso de odio entre nuestros políticos es la falta de consecuencias que acarrean sus comportamientos. Se saben impunes. Y eso les da alas para mantener el tono bronco de sus afirmaciones. Cuando Álvarez de Toledo llama “hijo de terrorista” a Pablo Iglesias, lo hace sabiendo que eso no le va a suponer ningún problema.

En primer lugar, porque se sabe arropada por su partido; en segundo, por su impunidad parlamentaria; y en tercero, por un sistema jurídico y político que les permite esos excesos. Pasa lo mismo cuando Santiago Abascal lanza, desde la tribuna de Vistalegre, su discurso xenófobo y racista, que incita al ocio y la violencia. Sabe perfectamente lo que está haciendo. Y sabe, perfectamente, que no va a tener consecuencias legales contra él ni contra su partido. Se trata, en estos casos, de una estrategia completamente irresponsable, pero que saben que les dará rédito electoral entre sectores sociales que se han instalado en esa crispación permanente.

¡Cuidado! La introducción de elementos que regulen lo que dicen los políticos no quiere decir introducir un sistema de censora, sino el desarrollo de un sistema de control que penalice a aquellos que utilizan sus privilegios y estatus políticos para, desde la tribuna pública, lanzar mensajes de odio y mentiras.

Esta situación se refleja en los datos del barómetro del CIS que, en octubre de 2018, recogía que el 90% de los españoles están preocupados por la crispación, el 52% consideraban que los partidos políticos eran los principales responsables, y casi el 14% responsabilizaba a los medios de comunicación (frente a un 0,3% que culpaba a los independentistas catalanes). La situación de crispación política contrasta, en gran medida, con el conjunto mayoritario de la sociedad que, a pesar de todo, sigue centrándose en sus preocupaciones cotidianas, aunque la crispación se haya colado en sus vidas.

Una de las causas más importantes del discurso de crispación es el cortoplacismo electoral de nuestro sistema de partidos, que sólo busca incrementar el crédito de los votantes, pero sin tener en cuenta los intereses reales de la ciudadanía. Es decir, se trata de mantener un enfoque puramente personal, de defensa de los intereses propios. De ahí que tener un programa político o una ideología adecuada haya dejado de ser importante, y que sea la “brillantez” y el dominio del escenario de las primas donnas lo que se busque, cimentándose así las constantes trifulcas en una arena política que se transforma en un simple circo mediático.

A la falta de proyecto político se le añade otro factor esencial de la crispación: el cinismo que acompaña muchas de las declaraciones de figuras públicas, que falsean sus afirmaciones, obvian la verdad o mienten descaradamente. Como las declaraciones de Díaz-Ayuso durante la crisis de las residencias en Madrid. Esto hace que la crispación se convierta en un elemento emocional que impide el debate o la crítica razonada y razonable.

Otra de las causas se refiere al grado de legitimidad que la oposición reconoce al gobierno actual (muy poca). Esa falta de legitimidad ha derivado del hecho de que el PP no haya sido capaz de reconocer su derrota en las urnas, pero, sobre todo, del hecho de que para ganar no todo vale.

En este sentido, el PP ha subordinado cualquier consideración a la posibilidad de ganar las próximas elecciones, y presupone que la atmósfera de crispación le favorece, evidentemente, más que al gobierno, pero también en la competición que tiene con los otros partidos de la derecha y la extrema derecha en su lucha por el mismo nicho electoral. Esto está llevando a la radicalización de sus propuestas. La estrategia de Pablo Casado no engaña a nadie, más que a aquellos que quieren ser engañados o que buscan una justificación para sus propias ideas.

Por eso promueve la crispación: si considera que la crispación le favorece, la promueve a través de diferentes medios:

  • Renunciando, de forma sistemática, a discutir las propuestas del gobierno, intentando deslegitimarlas por todos los medios.
  • Rechazando las iniciativas del gobierno, o planteando condiciones inasumibles, pero siempre sin plantear sus propias propuestas (si las tuviese).
  • Negándose a aceptar las propuestas de acuerdo del gobierno, pero, al mismo tiempo, exigiéndole que acepte sus propuestas, a cualquier precio.

Los rasgos principales de esa estrategia la podemos ver claramente: la crítica feroz al gobierno, que también se traslada a los medios de comunicación; la falta de aceptación de las reglas mínimas de la cortesía política o del juego democrático (incluso con llamamientos a velados golpes de estado); la magnificación de los supuestos “errores” de los demás (vemos la paja en el ojo ajeno…), o la distorsión de los hechos, negando, incluso, cosas que están a la orden del día en las hemerotecas.

Al marco de la crispación contribuyen también ciertos poderes económicos, con tentáculos muy activos en el aparato del Estado, partidos políticos y medios de comunicación. Estos poderes fácticos han centrado su discurso en la hecatombe económica que supondría la llegada al gobierno de Unidas Podemos y, a raíz de la pandemia, de los esfuerzos que la economía va a tener que hacer para enfrentarse a la nueva crisis que se avecina. Nuevamente, el discurso del miedo toma protagonismo, frente a cualquiera que promueva la justicia social.

Miguel Sanz Sanz considera que es causada por la acción del gobierno de coalición y por la extrema derecha de VOX

La clase política en general no ha estado a la altura de lo que requería una tragedia como la que hemos vivido. El cortoplacismo, la táctica política, la estrategia partidista, el afán por descabalgar al rival del poder o el ansia por deslegitimar a la oposición deberían haber quedado en un segunda plano, supeditado todo ello al esfuerzo que cada uno estaba en condiciones de hacer para paliar los peores efectos de la pandemia.

A la mayor crisis sanitaria vivida en nuestro país en un siglo se ha unido, por desgracia, un clima de crispación y de polarización política y social sin precedentes en lo que llevamos de democracia. En un momento de desorientación, repleto de angustia colectiva e incertidumbre hacia el futuro, ha sido descorazonador seguir cada miércoles las sesiones de control al Gobierno en el Congreso de los Diputados, pero no menos lo ha sido echar un vistazo a los comentarios vertidos en Twitter según el hashtag correspondiente a cada día.

Unos pensarán que ha tenido mayor responsabilidad en la situación vivida el Gobierno o la parte del mismo más montaraz e intransigente. Otros que una parte de la oposición, la más escorada hacia la derecha, que llevó a cabo un acto multitudinario a puerta cerrada cuando ya se conocían en Madrid varias decenas de casos de coronavirus, y que no ha tenido piedad a la hora de responsabilizar directamente al Ejecutivo de Pedro Sánchez de los fallecimientos.

Pero lo cierto es que la clase política en general no ha estado a la altura de lo que requería una tragedia como la que hemos vivido. El cortoplacismo, la táctica política, la estrategia partidista, el afán por descabalgar al rival del poder o el ansia por deslegitimar a la oposición deberían haber quedado en un segunda plano, supeditado todo ello al esfuerzo que cada uno estaba en condiciones de hacer para paliar los peores efectos de la pandemia. Hay momentos como éste en el que el país, que no es sino el conjunto de los ciudadanos que lo habitan, tiene que quedar situado en primer lugar. En otros momentos históricos supimos hacerlo y ahí está la transición española para corroborarlo.

Es, asimismo, totalmente cierto que el Gobierno no ha facilitado en nada la posibilidad de un acuerdo o, por lo menos, de discrepancia en las propuestas dentro de un ambiente civilizado por su ninguneo a la oposición, en especial al Partido Popular, formación al mando de varias comunidades autónomas y alternativa a nivel nacional.

La falta de empatía de Pedro Sánchez con la población, sus ruedas de prensa interminables en las que el elemento de la propaganda tenía tanta importancia o más que la información a los ciudadanos, o su obsesión por construir un relato en el que las referencias a la muerte, el luto o la desgracia no estuvieran presentes.

Que la soberbia del Vicepresidente Iglesias y su autoritarismo unido a la incompetencia de los cuadros que le rodean, dinamita cualquier posibilidad de pacto allí por donde pasa. Que Vox ha contribuido de manera significativa a la crispación con sus acusaciones tan feroces, sin ninguna contención, empleando unos argumentarios tan esquemáticos y pobres. A un Gobierno al que al principio de la legislatura calificaron de “ilegítimo”, lo han tachado reiteradamente de “criminal”. A partir de ahí nada puede subir más la apuesta.

O que incluso en algunos momentos de tensión, algunos portavoces nacionales del PP no han tenido la templanza y el tacto necesarios, cometiendo excesos verbales en los que, por ejemplo, dos líderes como Alberto Núñez Feijóo o el alcalde Martínez Almeida nunca han incurrido.

Pero, lo más preocupante de todo es saber hasta qué punto, esta tensión política tan lamentable es reflejo del clima social existente, Y como decía al principio, las barbaridades que se leen en Twitter o los comentarios que se escuchan en la calle, no están tan alejados de lo que se dice en el Parlamento.

No se puede generalizar, pero es evidente que una parte de la sociedad española no ha cambiado el chip en una experiencia como la que hemos vivido, que tantas cosas nos va a hacer replantearnos. No podemos seguir viviendo la política con un “forofismo” propio de aficionados de clubes de fútbol. Alimentarnos solo de los imputs que sabemos coinciden con nuestros prejuicios e insertados en una burbuja en la que despreciamos cualquier opinión contraria a la nuestra o que favorezca el replanteamiento de nuestras convicciones.

Me gustaría acabar este artículo con una nota de optimismo, apostando porque en la reconstrucción económica y social, una vez que se logren controlar los focos de contagio, va a haber una mayor predisposición al entendimiento y compartiendo este párrafo del brillante escritor liberal y ex Secretario de Estado de Agenda Digital en el último ejecutivo de Mariano Rajoy, José María en “La Vanguardia”:

“Quien piense que estamos libres de volver a las divisiones civiles que rompieron por mitades nuestro país en el pasado no entiende que el inconsciente colectivo sigue proyectándose peligrosamente sobre nuestro presente. No podemos bajar la guardia y pensar que estamos a salvo de repetir tragedias fraticidas. El trauma emocional que sufrimos es tan intenso y profundo, que exige prudencia en quienes gestionan la política desde el Gobierno y la oposición.

Es hora, por tanto, de empatía, generosidad y concordia, De cuidar la libertad de todos y abrazar la democracia en su debilidad y dificultades. Vivimos momentos cruciales de nuestra historia. La pandemio ha hecho emerger contradicciones, deficiencias, errores y tensiones que ocultaba nuestra normalidad. Pero ha demostrado también que nuestra democracia es sólida. Mal que les pese a alguno: sigue en pie, a pesar de estar cuestionada por muchos y asediada por problemas que parecían insalvables”.