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La doble explotación que sufre la mujer

La mujer está doblemente explotada gracias a la coalición entre el patriarcado -estructura de sumisión de género-, y el capitalismo -sistema de explotación de clase-. La conformación social, económica y política hace que también esté oprimida.

El sistema patriarcal y capitalista es un sistema de explotación de la mayoría por parte de unos pocos. En esa jerarquía, la mujer y el hombre (sea este pobre o no) no están juntos. La mujer siempre está por debajo del hombre.

La mayor parte de los hombres del mundo se beneficia del amor y cuidados de las mujeres. Al principio la de su madre (y mujeres de la familia) y luego, posiblemente, la de sus parejas, esposas e hijas.

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Los que no tienen cerca a una mujer, suelen pagar a alguien para educar, criar, limpiar… Esto les sale más económico, ahorran en esfuerzo y tiempo y también en dinero. Ya que estos trabajos son los peores pagados y valorados.

Explotación y precariedad en el ámbito laboral

La mujer está doblemente explotada, como mujer y como clase. Lo que implica mayor brecha salarial y mayor precariedad. Las limitaciones de vida que imponen a la mujer trabajadora a situaciones de opresión y violencia patriarcal, son normalizadas.

La violencia que se practica sobre la mujer no está aislada de la violencia que el sistema ejerce sobre el pueblo trabajador. No obstante, se hace necesario matizar que la mujer está doblemente explotada.

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Aunque el enemigo común sea el sistema capitalista, las mujeres asalariadas no son tratadas de la misma manera que los hombres.

En el capitalismo la masificación del trabajo femenino, en áreas que son extensiones de labores del hogar, es la norma. Los trabajos considerados feminizados, suelen desarrollarse sin contrato y sin derechos laborales. Son trabajos muy precarizados y sin apenas protección social. Lo que facilita que la mujer sea explotada laboralmente.

Por encima de lo que haga la mujer en su trabajo asalariado, cuando llega a casa tiene que atender a las personas dependientes. También ocuparse del hogar. Lo que hace que para muchas resulte prácticamente imposible participar en movimientos sociales ni políticos.

La doble jornada

La mujer no solo es una mercancía a la hora de vender su fuerza de trabajo, también lo es en el espacio familiar. Principalmente, se sigue dejando en manos de las mujeres ocuparse de la casa y la crianza de los hijos… Además de las horas de la jornada laboral y en ocasiones, las horas invertidas en los trayectos de ida y vuelta al trabajo.

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A esta situación habría que sumarle el sentimiento de culpa, impotencia y fracaso que sienten al no poder invertir el tiempo deseado en el crecimiento de los hijos. Un sentimiento formado por las presiones de los estereotipos que el patriarcado ha impuesto a la mujer: “sino llegas a todo, no eres una buena madre“.

La opresión social y cultural sobre la mujer ha creado barreras que condicionan las relaciones sociales, limitando la búsqueda de estrategias que posibiliten mayor participación de las mujeres en ámbitos aún hoy masculinizados.

El feminismo

Hoy en día la mujer lidia con un mercado laboral donde los derechos están desvaneciéndose. En un momento en el que el trabajo asalariado es imprescindible para mantener a la familia. En el ámbito del hogar, aunque las diferencias respecto a las responsabilidades asumidas se hayan reconocido, es más común que siga siendo la mujer la que asuma la mayor parte.

Por si fuera poco, en ocasiones se ven obligadas también a soportar los paternalismos de sus “compañeros de lucha“. Aún condenadas a ser valoradas bajo los estereotipos culturales que marcan los roles que la mujer debe cumplir. Siendo juzgadas socialmente en situaciones de violación y acoso sexual.

El alquiler del cuerpo de la mujer para la satisfacción de los deseos sexuales y reproductivos del hombre, es otra losa más  que sufre la mujer.

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