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La grandeza artística de Dorothea Tanning

Iba yo al Reina Sofía, con la curiosidad de encontrarme con Dorothea Tanning, para mí hasta ahora simplemente la representante americana del surrealismo, y en mi ignorancia, que humildemente arrepentido reconozco, conocida principalmente por ser “la mujer de” (de Max Ernst).

Pero esta extraordinaria mujer fue mucho más.

Hay que decir que vivió, siempre muy activamente, más de cien años, y que, destacando desde su más tierna infancia, abandonó la universidad en Chicago, y se trasladó a Nueva York, donde veinteañera (no olviden la época, los años treinta), se labró un prestigio como dibujante e ilustradora. Y, como es fácil suponer, dado su carácter independiente y la que le podemos suponer tremenda curiosidad, embarcó en busca de ese algo más hacia… París (en esos años, no habría habido otro destino posible para ella).

El estallido de la guerra la obligó a regresar a su país, donde trabajo para el Corte Inglés de la época de allí, al término de la misma, cumple su anhelo de regresar a París y allí conoció a Max Ernst (con quien se casó, en una doble y seguro que humorística boda junto con Man Ray y su pareja), y quedó deslumbrada suponemos que tanto por el surrealismo en sí, que como se desprende de su obra anterior perfectamente expuesta en la retrospectiva conectaba bastante con su visión del arte, como por (tras una estancia- ensayo de un par de años juntos en Sedoma, Arizona), la vida en sí de la ciudad dentro del ambiente artístico en que luego se movieron.

Mi felicitación a la comisaria de la exposición, que nos permite imaginar mediante fotos y testimonios lo que debían ser aquellas reuniones en su casa, fumando (que allí y entonces no era pecado), charlando y bebiendo toda la noche con la pléyade de intelectuales y artistas que entonces poblaban París. Sí, en esas fiestas en su casa estaban casi todos los monstruos que ustedes se figuran. Cerramos por un momento los ojos y…¡Qué envidia! Llegas casi a sentir añoranza de no haber podido estar allí.

Su pintura. Clara, nítida en la forma, complicadísima en el fondo (lástima no poder preguntarte). Desde sus primeras obras transmite determinación, seguridad, que pese a la firmeza en el trazo, acompaña frecuentemente con uno de sus leitmotiv: infinidad de puertas abiertas, mejor diríamos entreabiertas, hacia el punto de fuga, una detrás de otra, y de otra, y de otras dos, y así sucesivamente. Inquietante. Su obra más famosa  “Pequeña serenata nocturna” , de resonancias mozartianas, para mí, con demasiado simbolismo. Vemos su pasión por el ajedrez, muy representado en su obra, y nos deslumbramos con su autorretrato, Birthday (1942).

Increíble. Impresionante. Y no fui yo solo el golpeado por esta maravilla; pude observar para mi consuelo que casi todos los visitantes se quedaban “enganchados” durante bastante tiempo frente a este lienzo.

El detalle de su… ¿falda?, si se observa detenidamente son cuerpos humanos abrazados, las puertas…, más puertas…, esa invitación a que descubramos esos otros mundos…, ese pecho tan hermoso y tan desafiante…. Realmente impresionante.

Y luego su evolución hacia el impresionismo y sobre todo el expresionismo, que (y lo siento), para mí ya no tiene esa altura, así como su instalación “Chambre 202, Hôtel du Pavot”, del Pompidou, con esculturas blandas, que particularmente encuentro demasiado inquietante. Pero como yo digo siempre; el arte te gusta o no te gusta, te llega o no, te conmueve o no. Y ya no hay reglas. Es cuestión de gustos. Y todos muy respetables.

Gracias Dorothea Tanning por haberte conocido, tuviste que ser una gran mujer, y para muestra lo que siempre defendiste (y que yo hasta ahora desconocía), como tú muy bien decías, que tú no eras una mujer artista, que tal cosa no existía y que en sí misma esa frase era una contradicción. Que lo primero te venía dado por la naturaleza, y lo segundo define lo que tú eras. Y muy grande.

Delenda est Moscardó.