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Ecuador, ¿isla de paz?

¿Ecuador es una isla de paz? La sociedad ecuatoriana considera que sí, porque ha construido su identidad sobre la idea de que somos gente cálida, por ser  gentiles y amables con propios y extranjeros. En parte, esta idea es el resultado de su ubicación geográfica, en medio de dos países (Colombia y Perú) que han vivido, de distintas maneras, agudos procesos de violencia.

Por una parte, la hermana Colombia ha padecido durante décadas el azote del narcotráfico, ha alojado a la guerrilla más antigua del mundo y ha sufrido también de una cruenta violencia política. Por otra, Perú albergó durante la década de 1980 a la guerrilla más sanguinaria de América Latina, a esto se suma que también ha tenido que lidiar con el narco a cuestas.

En este vecindario, tanto para los ecuatorianos como para los analistas de la región, los problemas de violencia que sufría el país han sido, por decirlo de alguna manera, minimizados. Sin embargo, si nos acercamos un poco a las cifras, es fácil detectar que las tierras ecuatoriales no son un remanso de paz.

De hecho, el número de muertes violentas tuvieron un crecimiento sostenido entre 1993 y 2010, llegando a registrar este último año un tasa de 18 muertos por cada cien mil habitantes (pcmh), lo que representó que, en ese momento, este pequeño país tenía dos pandemias juntas de muertos (según la Organización Mundial de la Salud, una tasa de 9 muertes pcmh es ya una pandemia).

Frente a esta situación alarmante, entre 2010 y 2017, el gobierno ecuatoriano mostró una preocupación especial por contener el fenómeno de la violencia y también por reducirlo. Esta voluntad se expresó, por ejemplo, en la creación de un Ministerio Coordinador de Seguridad Integral, cuya función consistía en coordinar el trabajo realizado por las diferentes instituciones relacionadas con la seguridad del país, entre ellas las Fuerzas Armadas, la Policía Nacional, la Fiscalía, la Policía Judicial, entre otras, y además de generar las directrices de la Política de Seguridad Integral del Ecuador, entre cuyos ejes se encontraba “el fomento de una cultura de paz”.

Además, se emitieron políticas de control de porte y tenencia de armas de fuego en manos de la sociedad civil; se mejoraron las condiciones labores y personales de los oficiales de la Policía Nacional; se incrementó el número de Puestos de Auxilio Inmediato (PAI) en casi todas las ciudades del país; se fortaleció el departamento de criminalística de la Policía; se crearon algunas casas de acogida para las mujeres víctimas de violencia de género; también se buscaron reducir las redes de comerciantes de artículos robados; entre muchas otras acciones, sin duda insuficientes pero decididas.

El resultado de estas y muchas otras políticas, estrategias y actividades generaron una reducción importante de los indicadores de violencia. Según cifras oficiales de la Policía Nacional, la tasa de muertes llegó a 5 pcmh en el año 2016, incuestionable indicador de que la violencia en Ecuador se contrajo de manera significativa. Este logro se podría atribuir a la preocupación del gobierno por contener la violencia en la sociedad, lo cual permitió a los ecuatorianos acortar el espacio entre su imaginario de isla de paz y la realidad imperante.

Lamentablemente, ahora el Ecuador está desandando el camino recorrido. De hecho, a partir del 2017, los indicadores de violencia han vuelto a crecer. Entre 2016 y 2017 se registró un incremento del 19% en los homicidios intencionales (casi 1000 muertes violentas para diciembre de 2017), y un aumento del 333% en el número de femicidios registrados en el país (151 mujeres asesinadas para finales de 2017). Durante el período siguiente, 2017-2018 estas cifras tuvieron un descenso que no logró alcanzar los niveles registrados los años previos. No obstante lo dicho, el gobierno se precia de tener controlado el problema, lo cual resulta paradójico, entre otras evidencias debido a que la inseguridad ha llegado hasta a las cárceles, que ahora son el escenario de amotinamientos, violencias y muertes, sin precedentes registrados (al cierre de este artículo son 5 los muertos que resultaron solo del amotinamiento del día de ayer).

¿A qué se debe este repunte de la violencia? Esto no ha ocurrido por arte de magia, todo lo contrario, esto es responsabilidad del abandono estatal, o mejor dicho, del abandono gubernamental. Para el presidente Lenín Moreno y para sus ministros, las políticas públicas de seguridad han sido un campo de acción absolutamente aislado de su comprensión e interés. Su poca afinidad con el sector, pese a su importancia y sus urgencias, lo han impulsado a delegar funciones a unos pocos funcionarios de su confianza, quienes actúan con total autonomía, bajo la consigna de reducir el gasto estatal, justificando su accionar con el argumento de una necesaria austeridad fiscal (aunque en algunos casos la única austeridad aplicada ha sido la intelectual).

Entre los recortes realizados encontramos la eliminación de las instituciones de coordinación política, la desinversión en el equipamiento para la Policía Nacional (lo que ha repercutido en la merma de adecuadas condiciones profesionales para los oficiales, en el desinterés por la producción de datos estadísticos sobre violencia, en la muerte por inanición de los sistemas para registros balísticos, con un largo etc., por delante). Además, se eliminó el Ministerio de Justicia; se eliminó la Secretaría Técnica de Prevención Integral de Drogas, y desaparecieron muchas otras políticas, estrategias, planes y acciones.

En definitiva, retomo la pregunta con la que inicié este escrito ¿Ecuador es una isla de paz? Aunque para los ecuatorianos  esté firmemente posicionada la idea de que somos un oasis en medio de un agreste entorno, la verdad es que los indicadores nos alejan de la percepción que tenemos de nosotros mismos. No somos una isla de paz, porque existe una violencia creciente que en algún momento fue contenida y controlada por el Estado, pero que ahora resurge ante la consigna de la austeridad. Estamos deshaciendo lo andando y en lugar de un país de paz, desgraciadamente nos estamos convirtiendo en un país de mierda.