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Editorial: la democracia se debilita al dar espacios al fascismo

No suelo ver la televisión. No por una cuestión de dogmatismo político, sino porque las series, películas y animes que me gustan no tienen espacio en ella, y porque la información la consumo de manera digital a causa de que es inmediata, diversa -al no depender de la decisión de oscuros accionistas-, y de alcance mundial.

Ya sabía que en ciertos programas de temática política se da espacio a determinadas personas que se hacen pasar por periodistas, pese a que solo publican fake news en un antiético formato de clickbait, y con un tufo a fascismo que debería repeler a cualquiera que se considere demócrata, sea más o menos progresista, o más o menos conservador.

La semana pasada estuve de visita en casa de unos amigos, y tenían la televisión encendida a bajo volumen, por lo que mi atención estaba centrada en la conversación que sosteníamos. Hasta que, de repente, una mujer comenzó a dar unos gritos llenos de rabia y odio que me obligaron a mirar.

Resulta que era una señora vinculada de alguna manera a la Fundación Nacional Francisco Franco, a la que, por la abundante sangre que recorría -internamente- su rostro, casi le provoca un infarto escuchar en silencio los argumentos de un señor antifascista y memorialista que tenía al lado. Ella estaba henchida de ira y de odio, no había sido capaz de gestionar sus terribles sentimientos hacia quienes piensan diferente a ella, y se expresaba muy violentamente.

Sin embargo lo peor no es que el fascismo vuelva a demostrar que es incapaz de tolerar lo diferente, ni siquiera la rabia y el odio que se le escapaba a la mujer sin que pudiera evitarlo, tampoco que en sus palabras estuviera el mensaje revisionista y falso, que intenta imponer la idea de que Franco no persiguió a nadie, y que no existió una dictadura. Lo peor es que el mensaje sea difundido por medios generalistas.

Si atendemos a las lecciones que nos ofrece la historia, observaremos que la clase dominante (grandes empresarios y banqueros), ha fomentado el aumento del fascismo cuando ha observado un posible ascenso de las posiciones de izquierda. En España lo podemos ver claramente con VOX. Tras su exposición mediática, el PSOE ha roto a Unidas Podemos y se ha beneficiado de ese miedo inducido artificialmente. Una vez logrado el objetivo, los de Santiago Abascal pierden en un mes la mitad de su apoyo electoral debido a un descenso en el apoyo mediático.

Por lo tanto las élites sociales han logrado que normalicemos el siguiente concepto: la libertad de expresión es un derecho que permite expresarse a todos por igual. Lo que supone una trampa que aumenta todavía más la desigualdad entre la izquierda y la derecha en la batalla por el gobierno. Primero porque la izquierda no cuenta con emporios mediáticos, así que en campaña electoral su visibilidad se reduce, impidiendo a los ciudadanos conocer la opción que mejor representa sus intereses, y por el otro, ese discurso permite dar espacios al fascismo para mantener los votos dentro de los márgenes del sistema, asegurándose una perpetuación en el poder revestida como elecciones periódicas.

Sin embargo el fascismo es una ideología nociva, que en la práctica ataca las bases de la misma democracia para llevar a cabo una represión contra todo lo que se le oponga, ejemplos tenemos en la persecución que VOX ha iniciado en Andalucía contra los trabajadores que desempeñan su trabajo contra la violencia machista.

Por lo tanto, una democracia establecida debe contar con mecanismos para asegurar su estabilidad como sistema de organización social, con el objetivo de impedir que el odio que destila el fascismo logre expresarse, como ya lo está haciendo, en forma de ataques violentos sobre los sectores más débiles de la sociedad.

Pero no solo, ya que es fundamental impedir que el fascismo llegue a las instituciones, desde las que podrá ejercer una represión brutal que excederá la ya de por sí desproporcionada fuerza con la que la oligarquía reprime a la disidencia, y además lo haría con la posibilidad de revestirla como constitucional, ya que usaría los mecanismos democráticos dispuestos para ello, solo que rompiendo los límites que garantizan -o deberían- el bien común.

Hablo de una represión que se desencadenaría en un doble sentido, por un lado convertida en leyes que supondrían un estrechamiento sostenido e intenso de las actuales libertades, por lo que muchos sectores sociales se quedarían fuera de la protección del Estado, los mismos que sufrirían los golpes de las fuerzas de seguridad. El otro lado de esa represión supondría la ausencia de garantía de los mínimos democráticos en el tratamiento a los detenidos por motivos políticos, habida cuenta de que es algo que ni siquiera sucede hoy.

No es lógico que una democracia permita un ataque contra ella misma por parte de quienes quieren destruirla. Es una perversión del sistema capitalista en su actual fase neoliberal para perpetuarse de manera tramposa en el poder. La libertad de expresión es un derecho que el fascismo no se ha ganado, ni podrá hacerlo, porque promueve un sistema basado en el odio y la represión permanente, dos elementos a los que la democracia es alérgica.

Es fundamental que la debilidad no sea entendida como libertad, porque en la lucha de clases en la que nos encontramos, la normalización de esa debilidad que permite dar espacios al fascismo, juega en contra de la mayoría social que no dispone de medios de producción.