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El capitalismo a través de tres películas premiadas en los Óscar

Parásitos ha arrasado en la 92ª edición de los Óscar, siendo la primera cinta de habla no inglesa que recibe el galardón a mejor película. Aprovechando la ocasión analizamos tres películas que se han llevado la estatuilla y que nos permiten reflexionar sobre algunas de las miserias y sinsentidos de nuestra sociedad.

El cine, como el arte en general, nos permite observar la realidad desde diferentes ópticas y a veces deja ver lo que nos rodea de una manera más clara que la que se nos muestra en los periódicos y telenoticias. Al igual que la literatura, es una forma de vivir otras vidas y viajar en el espacio y en el tiempo. De ahí su grandeza.

Pero también nos permite analizar críticamente nuestra sociedad. Y no siempre tiene que ser desde un cine de explícito carácter social como el de Ken Loach. Desde el propio centro del capitalismo mundial surgen películas que, pese a que no hayan sido diseñadas por sus directores para subvertir el orden establecido, sí nos permiten desvelar aspectos que permanecen más o menos ocultos en nuestras sociedades. Este es el caso de las siguientes películas:

Joker. El filme, protagonizado por un deslumbrante Joaquin Phoenix, no es ni mucho menos la clásica producción hollywoodiana sobre superhéroes. Tampoco estamos ante un villano con el cual no sentamos ninguna empatía. Más bien al contrario.

Joker narra la historia de alguien que se ha visto excluido de la sociedad. Una persona con problemas de salud mental que, desprovisto de una red de apoyo en forma de sanidad pública y servicios sociales que puedan ofrecerle la ayuda que necesita, avanza en una espiral de locura.

La frustración ante unas expectativas de desarrollo personal que no se ven satisfechas y una sociedad que lo deja de lado, serán el caldo de cultivo necesario para formar este personaje. Pero estas son también las condiciones que nutren el descontento social. Desigualdad a raudales y desprecio de clase por parte de los más acaudalados serán la gasolina que hará prender la mecha de la rebelión. Una rabia desatada sin programa ni objetivos claros. Pero sí la muestra de un hartazgo, de un odio de clase hacia los ricos.

La rage” de Keny Arkana, “La Haine” de los suburbios de París. Coches ardiendo en las periferias de las grandes ciudades, símbolo de un hartazgo, más que de creación revolucionaria. Hasta que alguien organice esta rabia, claro está. Porque en buena medida, las protestas de Chile, por poner solo un ejemplo reciente, han sido eso. Años de desigualdades e injusticias, de rabia contenida, que explotan tras un asunto que se podría considerar menor (al menos en comparación con otras problemáticas) como fue la subida del precio del metro.

Parásitos. La clara ganadora de la gala es una alegoría del capitalismo que rige nuestras vidas. Una minoría que vive en la máxima opulencia, ajena a la realidad que existe a solo unos kilómetros de sus mansiones: familias que luchan por sobrevivir, viviendas sin apenas luz y que se inundan ante las fuertes lluvias, trabajos precarios y un mundo que nada tiene que ver a la vida de comodidades que se nos muestra en la familia burguesa.

El cine, las series, normalmente nos muestran como protagonistas a los miembros de la segunda clase. En contadas ocasiones es la clase obrera, quien se tiene que ganar con mucho esfuerzo, ingenio y habilidad, el pan día a día. Y es que esta cinta no es ni pretende ser cine revolucionario. No hay objetivos políticos, organización ni siquiera solidaridad de clase en esta batalla. Como mucho podríamos decir (sin desvelar el desenlace) que la película finaliza con un acto de dignidad ante el enésimo desprecio clasista del burgués.

Por eso la lectura que podemos hacer de esta película no es la de un “Novecento” del siglo XXI, pero sí la de una tragicomedia que nos muestra las miseria de nuestras sociedades. Una realidad (en cierto modo caricaturizada en la película) en la que frente al axioma que se nos vende según el cual todos nacemos libres e iguales, unos viven en una insultante abundancia mientras la mayoría está condenada a una vida de privaciones y dificultades.

Ese es el magma en el que nos movemos, y del mismo modo que antes, es tarea de las organizaciones de clase darle forma a esa lucha, para evitar que nos acuchillemos entre nosotros y que nadie pueda vivir en sótanos oscuros que se inundan… ni en mansiones con un ejército de criados.

1917. Por último nos encontramos con este filme, ambientado en la Primera Guerra Mundial. La que era favorita para ganar el Óscar a mejor película es una obra magistral a nivel técnico, que mantiene enganchado al espectador durante toda la proyección gracias al falso plano secuencia con el que fue rodado.

Mucho se ha dicho ya en las pantallas sobre la Gran Guerra. Cabe destacar la cinta de Kubrick, Senderos de Gloria, protagonizada por el recientemente fallecido Kirk Douglas, y que ha perdurado como el gran alegato antibélico. 1917 no es comparable en ese sentido, pero sí nos muestra la sinrazón de una guerra, que no olvidemos, fue una contienda entre potencias imperialistas por el reparto del mundo.

En medio, más de 10 millones de muertos. Todos ellos con nombre y apellidos, jóvenes, como los protagonistas de esta obra, que anhelaban poder volver a casa con sus familias, huir del horror de la guerra. Guerras, que hemos llegado a normalizar y que siguen inundando de cadáveres el planeta. Guerras por recursos naturales, guerras diseñadas en unos despachos que envían a los hijos de la clase obrera a matarse unos con otros.

Eso que algunos dirigentes socialistas denunciaron hace ahora cien años, y que provocó la ruptura de la II Internacional, con la separación entre socialdemócratas (hoy ya social-liberales), que se posicionaron por la guerra entre pueblos en vez de entre clases, y los Partidos Comunistas, que crearían la III Internacional. Una constatación más, por lo tanto, de la crueldad y sinrazón a la que pueda llegar el ser humano, con el infame objetivo de que unos pocos se sigan enriqueciendo a costa del resto.

Decía Aute, versionando al dramaturgo, que “todo en la vida es cine y los sueños, cine son”. Así que de la mano del cine soñemos un mundo en paz, que cuide de sus enfermos, ya sean físicos o mentales, y que combata las desigualdades. Pero teniendo bien presente que como proclamaba un señor de nombre Vladimir, “es preciso soñar, pero con la condición de creer en nuestros sueños. De examinar con atención la vida real, de confrontar nuestra observación con nuestros sueños, y de realizar escrupulosamente nuestra fantasía“.