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La estrategia de la oposición para derrocar a Nicolás Maduro el próximo 10 de enero

La derecha venezolana sigue impertérrita su estrategia que, por ahora, la ha llevado de derrota en derrota, y a día de hoy la ha dividido en diferentes facciones tan resentidas las unas con las otras que regresar al escenario de unidad de 2015, no parece una posibilidad que se pueda alcanzar a corto plazo.

Pese a ello la oposición ha vuelto a cometer el mismo error: esperanzar a su base social con un nuevo “esta vez sí salimos de Nicolás Maduro” sabiendo de antemano que no es posible, lo que conseguirá reducir aún más su apoyo y provocar una nueva división al no tener los resultados obtenidos, algo que provocará otra encarnizada pelea interna en la que se echarán la culpa los unos a los otros.

Algo similar sucedió hace unos meses cuando Niolás Maduro acudió a la ONU a dar su discurso ante la Asamblea General de la institución. Los líderes de la oposición venezolana expresaron que el presidente de Venezuela sería detenido al pisar suelo estadounidense por “haber cometido crímenes de lesa humanidad“, lo que no sucedió. A renglón seguido expresaron que no le dejarían hablar por “el rechazo internacional del régimen“, lo que tampoco pasó, y al final vieron al revolucionario recibiendo felicitaciones por una multitud de diplomáticos de todos los continentes, e incluso fue a un acto en la ciudad de Nueva York sin que pasase ninguna de las predicciones de los analistas de la oposición.

Ahora han trazado un plan que no van a poder llevar a cabo, porque su estrategia se ha basado en una manipulación constante contra Nicolás Maduro en el exterior, para conseguir que los ciudadanos de otros países no salgan a protestar contra el golpe de estado que esperan dar, anhelando que la mayoría de Occidente respete la interrupción de la democracia concibiéndola como un “mal mayor necesario“.

Sin embargo surgen dos problemas. El primero es que en el interior de las fronteras de Venezuela, la oposición no tiene capacidad de influir en la realidad cotidiana, y en el plano geoestratégico, México, Rusia y China no apoyan los planes golpistas de la oposición, por lo que un gobierno que no sea reconocido por esas tres importantes naciones no tiene oportunidad de asentarse.

El plan de la oposición, consiste en aplicar el artículo 233 de la Constitución Bolivariana de Venezuela. Concretamente este párrafo:

Cuando se produzca la falta absoluta del Presidente electo o Presidenta electa antes de tomar posesión, se procederá a una nueva elección universal, directa y secreta dentro de los treinta días consecutivos siguientes. Mientras se elige y toma posesión el nuevo Presidente o la nueva Presidenta, se encargará de la Presidencia de la República el Presidente o Presidenta de la Asamblea Nacional.

La derecha de la nación sudamericana da por hecho que el Mundo no reconocerá a el segundo mandato de Nicolás Maduro porque la elección en la que fue elegido la convocó la Asamblea Nacional Contituyente (ANC), que no ha sido reconocidas oficialmente por Estados Unidos (EEUU) y algunos de sus aliados. Ese hecho provocará que exista una falta absoluta del presidente, por lo que sería el presidente de la Asamblea Nacional -dominada por la oposición, pero con sus funciones suspendidas por el Tribunal Constitucional porque la derecha mantiene a tres diputados que fueron elegidos en base a fraude-, el que se haría cargo del poder ejecutivo hasta la convocatoria de elecciones.

Sin embargo, además de los problemas señalados en párrafos anteriores, y que Nicolás Maduro puede jurar su cargo en el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) y ante la Asamblea Nacional Constituyente, ya que ésta última es el poder plenipotenciario que cuenta con el aval de más de 8 millones de venezolanos, que la eligieron frente a los 3 millones que votaron en su contra durante el plebiscito organizado por la oposición, la derecha debe decidir quién será el presidente de la Asamblea Nacional en ese momento.

Cuando todavía existía la unidad en el campo conservador venezolano, cuya expresión era la Mesa de Unidad Democrática (MUD), se acordó que cada año de los cuatro que dura la legislatura legislativa, habría un presidente de cada una de las cuatro organizaciones más importantes de la derecha. El primer año la presidencia recayó en Henry Ramos Allup, de Acción Democrática (AD), tras él vino Julio Borges de Primero Justicia (PJ), actualmente la ostenta Omar Barboza de Un Nuevo Tiempo (UNT), y en el próximo periodo le tocaría al partido Voluntad Popular.

Pero ahora existe una división total que ha llegado hasta la Asamblea Nacional, donde la oposición también se ha dividido en bloques que están totalmente enfrentados, y que no parecen dispuestos a mantener un acuerdo que ahora mismo le daría la presidencia de la república a Voluntad Popular, en el caso de que el cuento de la lechera opositor se convirtiera en realidad.

Escoger al nuevo presidente de la AN va a suponer una nueva lucha interna en la oposición, que se va a pelear por escoger al que ellos creen que va a ser el próximo presidente de Venezuela, cuando lo que sucederá es que Nicolás Maduro se juramentará ante la ANC o el TSJ. Por una nueva fantasía, la oposición dará un paso más en la dirección contraria.