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Un eterno minuto de silencio por Víctor Jara

Dos semanas después de ser conocido el veredicto que tras casi 45 años de espera al fin condena a los ocho militares implicados en el asesinato de Víctor Jara, la vida y la alegría del cantautor chileno deben recuperar aquella potencia que se diluyó entre las décadas de investigación del sangriento crimen y la lucha incansable de su familia por la justicia. La impunidad de quienes fueron capaces de torturar y acribillar a un inocente ha llegado a su fin y no puede haber un mejor momento para recordar y homenajear a un grande de la música. Hoy, nuestra justicia es la memoria de un hombre que supo ser feliz sin renunciar a la realidad.

Era el autor de “Te recuerdo Amanda” un  hombre de sentimientos nobles y siempre ancha sonrisa que únicamente con su guitarra y su voz consiguió que la solidaridad, la hermandad y la belleza definiesen el carácter de toda una generación. Víctor Jara actuaba siempre con un poncho, era ameno y pausado, de una personalidad asombrosa. La escena era siempre suya y su público, ávido de sensaciones, se tomaba el tiempo necesario para escuchar letras que eran poesía. Canciones sencillas, pulcras, en las que palabras y frases hermosas se casaban con acordes y melodías que no las desmerecían. Así era la música de Víctor Jara.

Nacido en 1932 en el seno de una humilde familia campesina del sur de Chile, Víctor aprendió a cantar y a tocar la guitarra gracias a su madre. Durante toda su infancia debe trabajar en el campo, pero nunca dejará de asistir a la escuela. El haber tenido acceso a una educación lo convierte en un muchacho cultivado, siempre curioso y en busca del conocimiento.

Cuando su madre fallece, Víctor se marcha de su pueblo para buscar su vida artística. Hacía años que su padre, bebedor y agresivo, había abandonado el hogar y ya nada retenía al joven en el mundo rural. Partió entonces hacia Santiago de Chile para cumplir su sueño de ser director y actor de teatro, por lo que decidió matricularse en los estudios de dramaturgia de la Universidad de Chile.

Pero mientras estudiaba en la Escuela de Teatro, Jara comenzó a explorar la música de una manera más profunda. En 1957, ingresó en el grupo Cúncumen, una agrupación folclórica a la que también pertenecía la cantautora Violeta Parra. Fue precisamente la autora de “Gracias a la vida” la que alentó a Víctor para que siguiese la senda de la música, aunque este prefirió continuar durante un tiempo centrado en sus ambiciones dramáticas.

Con el paso del tiempo obtuvo su éxito como director, llegando incluso a exportar sus representaciones fuera del país. Víctor Jara comenzaba a cobrar fama como dramaturgo a la vez que iba realizando sus primeras composiciones musicales. Durante los años 60 compagina sus labores teatrales con su nueva carrera como cantautor. También como cantante logra tener una gran acogida, llegando a producir una extensa discografía tanto en solitario como con el grupo Quilapayún, que él mismo lideraba.

De ideología comunista y defensor de la cultura autóctona, Víctor Jara explota la canción protesta como forma de expresar sus ideas y sentimientos. Algunos de sus temas musicales conocidos son: “Te recuerdo Amanda”, “Deja la vida volar” y “Vientos del pueblo”. Canciones que formaron parte del movimiento musical y social de La Nueva Canción Chilena. La gran sensibilidad y espíritu crítico de Jara harán que él sea uno de los máximos exponentes de esta corriente.

Además, su lucha por los derechos sociales y su interés por proteger y fomentar la folclore chileno hacen que en 1971 sea nombrado embajador de cultura por el presidente Salvador Allende. Durante su última etapa disfrutaba de una plaza de profesor de la Universidad Técnica del Estado, donde impartía  clases de música. Aunque como recuerda su esposa, la bailarina y activista británica Joan Turner: “Víctor creía que la mejor escuela para el canto era la vida“.

Un hombre feliz

La dictadura lo asesinó, pero él nunca retrocedió. Si tan solo sus manos hubiesen sobrevivido, una guitarra hubiera vuelto a sonar desafiando a todas las botas militares del mundo. Víctor Jara fue toda su vida un hombre feliz porque era dueño de sus gestos y palabras, porque amaba a su mujer y a su familia, pero sobre todo porque vivió en una época que cuidaba y promovía la cultura y el arte.

Por todos es conocida la trágica muerte y agonía de Víctor Jara. Sí, aquel crimen histórico que comenzó el 11 de septiembre de 1973, la mañana del golpe de estado de Augusto Pinochet, y terminó cuatro días después a ritmo de alaridos y metralleta. Fueron 44 balazos desafinados los quisieron terminar con una armonía y un canto que por siempre perdurarían en la memoria de Chile.

Ahora, que al fin se ha hecho un poco de justicia y los ocho militares, a los que no merece la pena nombrar, han sido condenados a penas de (apenas) 15 años. Ahora podemos decirlo: “Deja a la muerte volar”.

El mundo en tus manos

Las manos en su estado natural son gráciles, creativas,  disfrutan de su desnudez y sirven para amar pieles y mástiles. Las manos  esclavizadas no caminan libremente entre trastes, sino que aprenden movimientos teledirigidos por el temor y la ira. Son alienadas y en ocasiones violentas y frías. La mano ejecutora es siempre este tipo de mano, inerte, con dedos perfectamente sustituibles por piedras, entrenada para oprimir y silenciar.

Está en tus manos, si estas son libres, el proteger aquello que quieres crear o disfrutar de los aparatos opresores existentes en cualquiera de sus formas.

Es sabido que ignorancia y la falta de perspectiva de las que derivan los absolutismos, pretenden acabar siempre en primer lugar con las manifestaciones artísticas no arraigadas. No obstante, las ideas lineales definidas por el poder  se agotan antes de poder explorar los extensos terrenos del arte, estancando y deprimiendo a las sociedades.

Y aunque Chile fue vencido por una dictadura aquel trágico día, el tiempo y la historia nos han demostrado que ni todo el dolor, ni todos los tendones reventados contra el frío suelo del Estadio de Chile -ahora rebautizado como estadio Víctor Jara– pudieron terminar con el legado de aquel artista siempre sintonizado con la libertad, aquel que nos ha dejado huella y tacto.

Un eterno minuto de silencio por Víctor Jara.