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¿Existe el patriarcado?

Poco a poco está volviendo a surgir el debate en torno al patriarcado. Qué es, cómo se origina, qué repercusiones tiene en la sociedad actual, cómo interactúa con el resto de estructuras… Muchas preguntas con múltiples respuestas.

No existe una definición de patriarcado única, universal, consensuada, nos encontramos ante múltiples proposiciones y enfoques distintos. El patriarcado es, según su significado literal, el “gobierno de los padres” (en griego árkhein significa mandar y patḗr, padre). En los últimos tiempos, este término se ha utilizado en referencia a un tipo de organización social en el que la autoridad recae sobre los hombres, quienes oprimen y explotan a las mujeres, un sistema con funcionamiento propio que se relaciona con el capitalismo.

Para Gerda Lerner el patriarcado es “la manifestación e institucionalización del dominio masculino sobre las mujeres y niños/as de la familia y la ampliación de ese dominio sobre las mujeres en la sociedad en general”. Marta Fontenla lo define así: “en términos generales, el patriarcado puede definirse como un sistema de relaciones sociales sexopolíticas basadas en diferentes instituciones públicas y privadas y en la solidaridad interclases e intragénero instaurada por los varones, quienes como grupo social y en forma individual y colectiva oprimen a las mujeres también en forma individual y colectiva, y se apropian de su fuerza productiva y reproductiva, de sus cuerpos y sus productos, sea con medios pacíficos o mediante el uso de la violencia”.

A menudo, encontramos este término como sinónimo de opresión o discriminación a la mujer, pero ¿es esto correcto? Otra de las cuestiones que levanta ampollas es el modo de interactuar patriarcado y capitalismo.

Hay quienes sostienen que la desigualdad existente se desprende de anteriores modos de producción que eran organizados directamente por el patriarcado, es decir, es algo residual que sigue impregnado en la sociedad actual. Se asume que el capitalismo es indiferente a las relaciones de género, que dicho modelo de producción podría subsistir sin contar con la discriminación de género.

Siguiendo esta línea argumental, se deduce que sería posible lograr la emancipación femenina dentro del marco del modo de producción capitalista, algo que salta a la vista que es completamente imposible, de ahí que sea necesario rechazar este postulado de pleno. Como ya he comentado en otro artículo, el capitalismo es única y exclusivamente capaz de dotar de igualdad formal y jurídica a las mujeres ante los hombres, jamás de lograr su liberación.

>>Una crítica marxista al feminismo<<

Por otra parte, según una teoría diferente, el patriarcado se combina con el capitalismo, modelando las relaciones entre clases a través del género y las relaciones entre sexos y, a su vez, siendo afectado por el capitalismo de forma recíproca. Es decir, se asumen capitalismo y patriarcado como esferas aisladas, aun estando interconectadas.

Patriarcado y capital, alianza criminal.

Hay quien, basándose en esto, amplía esta teoría y añade una tercera esfera, un tercer sistema: el racial. Son sistemas que interactúan y se mezclan con el objetivo de explotar u oprimir, pero que a la vez son distinguibles entre sí.

La pregunta es ¿dónde empieza uno y acaba otro? ¿Qué tiene en común una mujer negra prostituida y su “hermana” de género y raza Rihanna, por ejemplo? ¿Cuánto dista su situación de la del hombre blanco que tiene que dormir en las calles que ella recorre?

Uno de los principales problemas que supone denominar al “patriarcado” como un sistema de explotación, es que implicaría necesariamente la existencia de una clase explotadora (que obtiene beneficio de dicha situación) y una clase explotada (en este caso, las mujeres). Esta concepción de “clases sexuales”, presentando a hombres y mujeres como sujetos antagónicos, es irreal, como ya he profundizado. No existen clases sexuales como no existen clases raciales. El hombre no es la raíz o fuente de la discriminación de la mujer en la sociedad, al igual que no lo es el conjunto de personas blancas en el caso del racismo.

Puede que haya quien considere un beneficio del hombre obrero llegar a casa y tener el plato de comida servido o encontrarse el baño limpio día a día, todo de manera gratuita. En el sentido literal de la palabra, lo es, pero no es así debido a un pacto no escrito entre los hombres para dominar a las mujeres y no tener que encargarse de las labores domésticas.

Esto es una consecuencia directa del sistema capitalista, de la consolidación del trabajo doméstico como algo privado, relativo a la esfera familiar. Esta concepción del hogar como una esfera privada da pie a una división desigual del trabajo, pero sigue sin existir una apropiación de un excedente productivo por parte de la “clase explotadora” hombres.

Más bien se podría afirmar todo lo contrario: la existencia del modo de producción capitalista perjudica en mayor medida a dicho hombre obrero que cualquier “beneficio” que pudiera obtener (sin olvidar nunca que la situación de la mujer en dicho sistema se encuentra incluso un peldaño por debajo de la de este hipotético hombre, ya que es la realidad de tantos hogares en la actualidad).

Teniendo en cuenta lo expuesto, podemos llegar a la conclusión de que la clave es comprender cómo el modo de producción capitalista determina y transforma las relaciones entre los géneros y la opresión que se da en el marco del mismo. Un error frecuente es reducir la complejidad de estas relaciones a un factor puramente económico. No nos encontramos exclusivamente ante interacciones simplemente económicas, se trata de un orden social que acoge en su marco relaciones de subyugación, explotación y alienación, de ahí que se reproduzcan y perpetúen las ideas de la clase dominante para seguir manteniendo a la explotada como funcional al capitalismo.

El trabajo doméstico y de cuidados es, sin duda alguna, una de las mayores cargas que tiene que soportar la mujer en este actual modo de producción. Esto es así debido a que se ha producido una naturalización del mismo, se espera de la mujer que se encargue de él, es lo “normal”. Es por esto que ha perdido su condición de trabajo y, por tanto, su reconocimiento social como tal.

La única solución posible ante esta situación solo se da en el marco del comunismo, donde el hogar, los hijos (y sus respectivos cuidados y educación) y los ancianos dejan de ser algo privado, relativo a la esfera de la familia tradicional, y pasan a ser socializados. Evidentemente, esto no es un fenómeno que se vaya a producir de un día para otro, requiere de una transformación profunda y progresiva de la sociedad actual, a través del socialismo, con el objetivo de lograr la extinción de la sociedad de clases.

“Lo mismo se puede decir del lavado de la ropa y demás trabajos caseros. La mujer trabajadora no tendrá que ahogarse en un océano de porquería ni estropearse la vista remendando y cosiendo la ropa por las noches. No tendrá más que llevarla cada semana a los lavaderos centrales para ir a buscarla después lavada y planchada. De este modo tendrá la mujer trabajadora una preocupación menos.La organización de talleres especiales para repasar y remendar la ropa ofrecerá a la mujer trabajadora la oportunidad de dedicarse por las noches a lecturas instructivas, a distracciones saludables, en vez de pasarlas como hasta ahora en tareas agotadoras.Por tanto, vemos que las cuatro últimas tareas domésticas que todavía pesan sobre la mujer de nuestros tiempos desaparecerán con el triunfo del régimen comunista.No tendrá de qué quejarse la mujer obrera, porque la Sociedad Comunista habrá terminado con el yugo doméstico de la mujer para hacer su vida más alegre, más rica, más libre y más completa.” A. Kollontai

 “XXI. ¿Qué influencia ejercerá el régimen social comunista en la familia? Las relaciones entre los sexos tendrán un carácter puramente privado, perteneciente sólo a las personas que toman parte en ellas, sin el menor motivo para la injerencia de la sociedad. Eso es posible merced a la supresión de la propiedad privada y a la educación de los niños por la sociedad, con lo cual se destruyen las dos bases del matrimonio actual ligadas a la propiedad privada: la dependencia de la mujer respecto del hombre y la dependencia de los hijos respecto de los padres.” F. Engels

Por otra parte, y volviendo a la cuestión inicial, si suponemos el patriarcado como un sistema independiente de las relaciones productivas dentro del marco de la sociedad de clases y aislado del concepto de propiedad privada, cuyo origen está apretadamente ligado a la misma, nos sería imposible explicar por qué se produce, reproduce y perpetúa este fenómeno sin recurrir al esencialismo o a afirmar que es algo que está impreso en la naturaleza humana (algo, por cierto, radicalmente opuesto al marxismo).

Gerda Lerner, anteriormente citada, data la aparición del patriarcado en el Neolítico, jamás antes, y relaciona estrechamente su surgimiento con la economía de producción y sus consecuentes dinámicas. A partir de las evidencias antropológicas de las que disponemos en la actualidad, se puede afirmar que, efectivamente, el origen del mismo está indisolublemente ligado a la propiedad privada y a la posterior acumulación de riqueza por parte de un sector de la población.

Hay quienes pretenden sostener que el origen de la opresión a la mujer surge y se desarrolla paralelamente a este fenómeno en base a la capacidad sexual, reproductiva de las mujeres. Esta teoría no se sostiene de ninguna manera ya que, de ser cierta, la raíz de nuestra opresión sería puramente biológica, es decir, intrínseca a nuestra condición de “hembras” (como pretender afirmar los sectores más revisionistas y antimarxistas del feminismo). Si algo, esa opresión, fuera inherente a nuestra condición, sería imposible acabar con ella, por lo que todo ese movimiento emancipador y su discurso se desmoronarían como un castillo de naipes.

La sexualidad de la mujer, su función reproductiva, solo supuso un vector de opresión en tanto se necesitó de la misma para la perpetuación del modo de producción incipiente y para proteger la herencia. Debido a esto y sólo después del surgimiento de la propiedad privada, la mujer fue relegada a la esfera doméstica y al trabajo de cuidados.

Negar esto o reducirlo a biologicismos nos situaría, de nuevo, en el punto de las “clases sexuales”, de la guerra de sexos, del hombre y mujer como sujetos antagónicos.

Algo muy importante a tener en cuenta cuando se realiza esta afirmación es la importancia de dejar patente que la negación del patriarcado como sistema no implica la negación de la discriminación y violencia contra las mujeres, ni del machismo que impregna las relaciones sociales e interpersonales, para evitar malos entendidos o posteriores deformaciones de dicho discurso. En ningún momento se minusvalora, obvia o se pretende incluir o reducir simplemente a pura explotación capitalista.

En resumen, no existe un patriarcado como sistema aislado, es decir, con unas leyes de funcionamiento propias y autónomas, dentro del capitalismo. Lo correcto sería hablar en términos de misoginia o machismo en tanto que pertenecen a la superestructura y ésta deriva del modelo de producción (capitalismo) que, a su vez, se apoya en la división sexual del trabajo.

Según Marx, la superestructura (en alemán Überbau) consiste en ese edificio jurídico-político que nos organiza socialmente (el Estado y sus instituciones, las leyes, la policía, la educación…), a lo que se puede agregar también la ideología, las tradiciones, las religiones… todo aquello que nos conduce a comportarnos de una manera determinada. Siguiendo este planteamiento y como ya se ha dicho anteriormente, es en este nivel donde se encajaría el denominado patriarcado.

Para comprender tanto el pensamiento de Marx y su percepción de la sociedad como los elementos de la superestructura, es necesario entender cómo funciona la estructura o base, la relación entre ambas y cómo interactúan entre sí.

La estructura (en alemán Basis) es la base material, el modo de producción vigente, compuesto por las relaciones sociales de producción (la manera de vincularse de los hombres para producir, capitalista-trabajador) y las fuerzas productivas (materiales, herramientas, maquinaria…) vinculadas entre sí. Entre ellas se teje una contradicción, un motor de cambio, la lucha de clases.

La estructura son los cimientos sobre los que se construyen los fenómenos ideológicos de la superestructura, es decir, la estructura determina la superestructura. Si no fuera así, sería imposible explicar por qué respetamos la propiedad privada y la sociedad de clases, una gran fuente de injusticia para la clase obrera. Para que se mantenga el modo de producción vigente, se necesita una superestructura acorde al mismo, con un Estado (instrumento burgués mediante el cual la clase dominante se impone sobre la explotada) y unas leyes que legitimen la explotación.

“Según sean las condiciones de existencia de la sociedad, las condiciones en que se desenvuelve su vida material, así son sus ideas, sus teorías, sus concepciones e instituciones políticas.” Stalin

De todo esto podemos deducir que la subyugación de la mujer en la sociedad no es más que la reproducción de los roles dentro del marco de la sociedad de clases, la materialización del modelo de producción. La situación de la mujer está enmarcada indisolublemente en la lucha de clases y solo es posible su transformación con un profundo cambio de la estructura.

Hay que tener presente que la existencia de relaciones claramente patriarcales, comportamientos misóginos y violencia machista no determinan la existencia de un sistema aparte como tal. Es de vital importancia conocer en profundidad aquello que queremos destruir, cómo se comporta y relaciona con el resto de elementos de la sociedad y ser lo más terminológico y conceptualmente correctos posible si queremos acabar con la violencia sistemática y la discriminación específica que sufrimos las mujeres en la actualidad.