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Fake news: el control de la población mediante la desinformación

Aunque nos parece un fenómeno de completa actualidad, la desinformación, las fake news, han estado presentes en todo el discurso político-público durante siglos. Sin embargo, nunca como ahora ese problema se ha ampliado, a través de grupos de presión que intentan desestabilizar, en su beneficio, los procesos electorales, para subvertir la democracia o impulsar los regímenes autoritarios.

La diferencia con las épocas pasadas es que, hoy en día, existen medios mucho más potentes que anteriormente, como las redes sociales, que se han convertido en gigantes bajo presión para tomar medidas en contra de ese fenómeno. Además, la profesión periodística, que debía haber sido una herramienta de desenmascaramiento de la desinformación, no está en su mejor momento.

La desinformación

La desinformación se puede definir como un contenido falso que es difundido con la intención específica de manipular o engañar al que recibe esa desinformación. Sin embargo, no se debe confundir con aspectos como la información errónea, que no tiene la intencionalidad que reciben las campañas de desinformación.

Históricamente, han sido los Estados los principales creadores de fake news, igual que se han encargado de controlar aquellos canales o formas de comunicación que son críticos con su mensaje. Se trata de un fenómeno que se puede considerar global.

Y, aunque la extensión del acceso a las redes sociales, unas herramientas realmente masivas y de uso muy sencillo, da una sensación de descentralización de la información, la realidad es muy diferente: la información y la desinformación siguen estando en manos de los mismos, ya sean Estados, gobiernos, lobbies económicos, grupos de poder, etc.

La aparición de amplios formatos de imágenes que llegan rápidamente al público ha sido una de las evoluciones tecnológicas que más ha favorecido el fenómeno de la desinformación. Una información “contrastada” a través de imágenes que la respaldan, da apariencia de credibilidad, de fiabilidad, a esa información.

La extensión de Internet ha producido un gigantesco avance en los procesos de desinformación, que ha abierto la puerta a la información a toda la sociedad. A través de las redes sociales, de fácil acceso al gran público, la desinformación ha llegado a todos los rincones, a una audiencia potencialmente sin parangón.

El proveedor de esa desinformación ni siquiera necesita dar la cara: el anonimato permite desplegar “ejércitos de personas”, conocidos como trolls, las “granjas de bots” (software que realiza tareas automatizadas rápidamente para impulsar campañas de desinformación a gran escala), que permiten controlar esos procesos de desinformación.

Gracias a esas herramientas se puede hablar de fenómenos como la generación de odio digital para difamar a oponentes políticos, periodistas críticos, suprimir a los disidentes, difundir mentiras y, sobre todo, controlar a la opinión pública.

Diversos estudios han demostrado que las campañas de manipulación y desinformación en las redes sociales las han llevado a cabo gobiernos o partidos políticos. Generalmente, la principal “sospechosa” ha sido Rusia, aunque los últimos estudios señalan a China, que se ha convertido en un jugador importante en el mundo de la desinformación, además de otros países como India, Irán, Arabia Saudita

Otro ejemplo ha sido la campaña presidencial de los Estados Unidos de 2016, en la que Donald Trump utilizó las redes sociales como un medio de divulgación masiva de sus ideas. Sus mensajes políticos llegaron a más de 125 millones de personas en el país, a través de un procedimiento de “minería de datos”, aplicado a los perfiles de los usuarios.

Este sistema permitió la difusión de mensajes diferentes, para cada uno de los diferentes destinatarios, con temáticas específicas para los intereses de cada persona: a los preocupados por la inmigración, el control de armas, la llegada de inmigrantes, la vigilancia de las fronteras y el muro con México entre otras.

En general, son las guerras los momentos que más han favorecido la extensión de la desinformación y las fake news. Y los ejemplos de esto son muy numerosos. Como lo fue la fabricación de mensajes sobre la existencia de armas de destrucción que se usaron para justificar la invasión y derrocar el régimen iraquí, en 2003.

Otro elemento turbulento en el proceso de desinformación es el objetivo de influenciar en la intención de voto de la población. Y es que, siempre que hay un mensaje manipulado, un proceso de desinformación, una fake news, hay alguien que se beneficia.

Los que impulsan la desinformación, porque les sirve para conseguir sus objetivos. Los que llevan a cabo el proceso, las empresas dedicadas a llevar a cabo esas campañas, porque reciben beneficios por sus actividades. Es decir, que existe un negocio en la difusión de mensajes, sobre todo con la intención de influir en la sociedad.

Las fake news y la postverdad

Las fake news están formadas por un contenido pseudoperiodístico, difundido a través de portales de noticias, redes sociales y, en menor medida, a través de los medios de comunicación más tradicionales, cuyo objetivo es la extensión de la desinformación. Es decir, que su objetivo deliberado es engañar, manipular decisiones personales, desprestigiar a oponentes, obtener beneficio económico, o influir políticamente. Pero también destaca la intencionalidad del que impulsa el proceso.

Las fake news, al presentar determinados hechos como si fuesen reales, son una fuerte amenaza a la credibilidad de los medios periodísticos reales. Esto ha sido provocado por el desarrollo y extensión de las tecnologías de la información, que ha llevado a que el uso indebido de las fake news se convierta en una preocupación global. Algunas fake news se han convertido en fenómenos virales, muchas veces sacados de su contexto.

Tras llegar a la presidencia, Trump ha seguido utilizando la expresión de fake news, como respuesta a todas las críticas a su gestión. Con este procedimiento ha intentado reiteradamente socavar el prestigio de los medios de prensa opositores, y evitando el debate abierto y argumentado sobre sus (inexistentes) políticas. Esta ha sido una actitud que han replicado otros líderes políticos, para acallar las críticas a su gestión.

El concepto de postverdad está relacionado con la información que no se basa en hechos objetivos, sino que apela a las emociones, creencias o deseos del público. Forma parte de un sistema de información que permite la extensión de información falsa, basada en el concepto de “mi opinión vale más que los hechos”. Se trata de una distorsión deliberada de una realidad, con el objetivo de modelar la opinión pública e influir en las actitudes sociales. En este fenómeno, los hechos objetivos tienen menos influencia que los llamamientos a las emociones y las creencias personales.

En la política, se denomina postverdad en un debate que se enmarca en apelaciones a emociones, desconectándose de los detalles de la política pública, y por la constante repetición de puntos de discusión en los que las réplicas con hechos reales, son ignoradas. Los defensores de la postverdad continúan repitiendo sus mantras, sus puntos fuertes, incluso si se demuestra que su postura es falsa.

El control de la desinformación

La extensión de las fake news ha llegado hasta tal extensión en algunos momentos políticos clave que ha llevado a varios líderes mundiales a impulsar legislación para el control de la difusión de la información en las redes sociales. Merkel impulsó una ley para aplicar multas a las plataformas que no eliminen en un plazo determinado los mensajes de odio, xenofobia o noticias falsas.

En España, el Partido Popular también introdujo la idea de crear sistemas para el control de la desinformación, a través de una “estrategia nacional”. Sin embargo, algunas investigaciones han demostrado que también aplicó una guerra sucia en las redes sociales, en el momento en que se convocaron nuevas elecciones, y tanto Facebook como Twitter han acusado al PP de orquestar una campaña de manipulación de esas elecciones.

En esa campaña se han empleado perfiles fraudulentos para amplificar y difundir contenido y manipulaciones. A pesar de las evidencias, el partido niega su participación en la gestión de esos perfiles falsos, acusando de forma velada a sus propios simpatizantes.