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La huelga, penúltima arma de los trabajadores en la lucha desigual

Hace unos días, una amiga se jubiló. No voy a relatar su vida laboral, ni hablaré de pensiones. Solo citaré un hecho culminante en sus peripecias como asalariada, de semilujo, pero asalariada al fin y al cabo: en sus treinta y cinco años de cotización solo exhibirá vergonzosamente una mancha en su hoja de servicios, la de la Huelga General del 14D que se le hizo al presidente electo por el poder legislativo Felipe González. Digo que se le hizo, y no que se convocó contra la pseudoizquierdosa reforma laboral, porque para esa asalariada su acto de holganza, que no huelguístico, fue una postura política contra el dirigente que acabaría con la propiedad privada, los privilegios eclesiásticos y la institución monárquica.

Como era el primer miembro en la historia de su familia de orden que hizo huelga, su reacción ante el justificante de la nómina del mes de diciembre fue de desconsuelo total, ¡no comprendía que le hubieran descontado el salario de ese día 14 por haber ejercido un derecho constitucional! Y encima la amenacé con denunciarla ante el peor de los tribunales por haber delinquido al haber hecho huelga por motivos políticos, ya que a ella la reforma laboral antiobrera le daba viento fresco. El que quiera salir de pobre, que estudie, que para eso hay becas. Con la broma de la amenaza de denuncia, aproveché para exponerle algunos asuntos sobre la huelga.

La huelga es el culmen del enfrentamiento personal de clases; en ella no hay lucha abstracta burguesía-proletariado, ambas clases toman cuerpo terrenal y se ven cara a cara; es la afrenta que el proletario de carne y hueso, cargado de razón, lanza al insaciable y cruel burgués de capital contante para que tuerza su brazo y acceda a reconocer como justas sus reivindicaciones.

Este acto de cuerpo a cuerpo en la lucha de clases fue temido por los burgueses desde el primer momento de la revolución industrial. La cobardía del capital se vio clara desde su nacimiento como clase dominante. Su recurso a la violencia cruenta (cuyo brazo ejecutor fueron los ejércitos, las fuerzas del orden o sus propios pistoleros) para acabar con las reivindicaciones obreras fueron el exponente de su ambición sin límite; no dialogaba con quienes se interponían en su camino hacia la riqueza desenfrenada.

La recién jubilada paró mi discurso con el solo propósito de justificar las acciones de defensa del burgués ante los criminales obreros que también asesinaban a los patronos. Le hice ver, sin convencerla, que los proletarios que en sus ansias de revolución se enfrentaban en armas al capital sufrían penas de muerte, mientras que no se conoce un solo caso de esbirros de cuerpos oficiales o de pistoleros a sueldo que hayan ingresado en la cárcel. Menos que ningún patrón sufriera la más mínima amonestación social. La historia del movimiento obrero nos relata muchas huelgas cortadas de raíz por las balas mortíferas de los mosquetones y ametralladoras de las fuerzas gubernativas. O la horca tras juicios escandalosamente parciales.

Ella no le da el más mínimo crédito a mis palabras, ni piensa escrutar en las redes sociales los nombres de varias matanzas que le di. Como veía que el discurso de clase no solo no lo atendía sino que lo rechazaba, pasé a un escalón más técnico. El ejercicio de la huelga, como ella sabía, (omití decirle que conseguido con huelgas y manifestaciones sangrientas después de la muerte del dictador Franco) es un derecho fundamental de los españoles recogido en la Constitución del 78, y que sería regulado por una ley, ley que ni el poder legislativo ni el ejecutivo han osado abordar; pero lo que ignoraba es que está regulado básicamente por un real decreto ley preconstitucional, pulido convenientemente por el poder judicial para ir reduciendo cada vez más el estrecho margen de maniobra de los trabajadores.

Una de las primeras sentencias, la del juicio que dilucidaba la inconstitucionalidad del RDL preconstitucional, ya dejaba bien claro que “…ya que un sindicato sin derecho al ejercicio de la huelga quedaría, en una sociedad democrática, vaciado prácticamente de contenido, …”, y bien que lo tomaron en cuenta las organizaciones empresariales, partidos afines y los tres poderes del Estado. No hace falta ninguna ley reguladora, la jurisprudencia va acabando con el posible ejercicio de huelga, ya que, salvo contadas ocasiones, las sentencias van apoyando cada vez más las actuaciones antihuelguistas de los patronos. Fin último: vaciar de contenido a los sindicatos.

Mi amiga tiene la desvergüenza de pedirme ejemplos de sentencias, como si yo fuera un Aranzadi del derecho laboral. ¡Solo tiene que mirar a su alrededor, un mundo laboral cada vez más precarizado y empobrecido y que no se lanza a una huelga general indefinida! Sin embargo, su desafiante insistencia y su acusación de conspiranoico me obliga a explicarle el terrible caso, desde la perspectiva obrera, de la huelga de los empleados de seguridad del aeropuerto de Madrid en Navidad.

La jueza que paralizó la huelga no lo habría hecho simplemente con que hubiera acudido a la sinopsis del artículo 19 de la Constitución que nos ofrece la web del Congreso de los Diputados, leerla incluso sin detenimiento dada su formación jurídica y acudir a la jurisprudencia en ella citada. El alegato de esta jueza al derecho a la movilidad es destrozado por sentencias de hace muchísimos años, pero por no entrar en caminos escabrosos que derivarían en palabras malsonantes de mi amiga,le cito sin comentarios que la jueza acude a un argumento irrefutable para el ciudadano medio: el terrorismo yihadista. Se hizo el milagro, ahí la sentencia se hace incuestionable, y quien la ponga en duda es un mal patriota. Cualquier tesis es válida con tal de hacerles ver a los trabajadores que la lucha de clases es cada vez más sucia, y la van ganando los ricos. La recién jubilada me contesta que la jueza actúa interpretando la ley, que no está al servicio de ninguna clase social y dicta lo que le dice su conciencia. Claro, como no podía ser menos, le digo, su conciencia, pero de clase. Acaba el asunto mi amiga diciéndome que mi conspiranoia no conoce límites.

La declaración de huelga no se toma nunca a la ligera. Es el último cartucho legal de que dispone el trabajador en su lucha absolutamente desigual contra el dueño del capital y sus poderosos secuaces, a veces ostentadores por emanación popular, otros detentadores por designación ejecutiva. Los trabajadores no pueden declarar al patrón una huelga tras una asamblea soberana, lleva unos trámites burocráticos; el proletariado, como clase revolucionaria, no puede legalmente ser solidario, solo le es permitida la huelga en el reducido campo de su centro de trabajo; la autoridad gubernativa tiene en sus manos destrozar las huelgas en los sectores estratégicos, por ejemplo, fijando unos servicios mínimos tan abusivos que aminoren ostensiblemente los efectos buscados por los trabajadores (denunciados esos servicios mínimos abusivos en los juzgados de lo social, como la denuncia no es personal, cuando años después de la fecha de la huelga la justicia falla a favor del proletariado, ningún responsable de la fijación de esos servicios mínimos pagará por su fechoría, así que una vez tras otra los servicios mínimos que se fijan son abusivos); centenares de sindicalistas y activistas están siendo juzgados, para mayor escarnio, ¡por delitos contra los derechos de los trabajadores!: Es este asunto de ilegalizar los piquetes informativos una reivindicación de todo el espectro ideológico de la derecha desde que se instauró el régimen de libertades formales en el 78, y no cesarán en su empeño hasta conseguirlo, y armas legales, judiciales y propagandísticas no le faltan.

Pero lo que destaca en la lucha desigual son dos circunstancias, una, la potestad del empresario de tomar represalias sin que sea juzgado por atentar contra un derecho constitucional, y dos, la peor, las circunstancias personales de quienes no pueden hacerla. No me refiero a los asalariados sin conciencia de clase, entregados a la ideología hegemónica, engañados por los consabidos tópicos lanzados por los propagandistas a sueldo (en el capitalismo se compensa el esfuerzo; los sindicalistas son los trabajadores vagos y perezosos, que solo buscan su beneficio personal; la huelga no conduce a nada), sino a los que quisieran sumarse a la pelea con sus compañeros pero han recibido personalmente la amenaza patronal por su puesto precario, o por el pago inaplazable de la hipoteca o el alquiler de la vivienda, bajo amenaza de desahucio, o por la renuncia a una alimentación ya de por sí escasa durante unos días por el salario impagado de ese día de lucha. El patrón es consciente de su infinita superioridad en la pelea contra quienes le venden su fuerza de trabajo, pero también teme al proletariado organizado, y cuando el proletariado es consciente de su fuerza, no teme a nada, se enfrenta a las divisiones más sanguinarias con el fin sagrado, invocando a la Justicia, de reclamar sus derechos. Rusia lo demostró en 1917, sus huelgas pasaron a la Revolución. No ha sido la última, la última lo será cuando se firme la rendición del capitalismo global criminal.

Hacía un rato que mi amiga, cuando me dijo que mi conspiranoia no conocía límites, al tiempo que se llevaba el dedo índice a la sien para darle un leve movimiento rotatorio, me dejó con la palabra en la boca, pero yo seguí pensando en el arma obrera de enfrentamiento personal, que me llevó al final a la de la guerra total contra el capital.