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La izquierda no se mueve. Trabajador, tú eres la izquierda

Desde que comenzó la estafa a los pueblos del mundo desarrollado, los del subdesarrollado llevan estafados desde tiempos inmemoriales, allá por 2008, la gente de izquierda española no para de culpar a las dirigencias política marxista y sindical de clase de haber abandonado a su suerte a los trabajadores. No digo yo que algún que otro condenado por el uso indebido de una tarjeta bancaria o algún otrora dirigente sindical pasado al otro bando como asesor de fundaciones no acabaran sucumbiendo a los cantos de sirena del consumismo capitalista y renunciaran a sus supuestas luchas por los obreros, pero han sido ejemplos muy contados.

Alguna vez he oído que un comunista italiano habló de una cosa que llamó la hegemonía cultural. También he oído que un austríaco calmó a las élites mundiales cuando les demostró que el efecto aberrante de darle el voto a las masas obreras se neutralizaría con la propaganda. Los nazis dieron lecciones magistrales de manipulación de las masas, cuyos mejores alumnos fueron los países capitalistas vencedores, semejante conocimiento no podía ser sepultado con la derrota.

Los obreros tienen que organizarse para conseguir sus fines. Partidos y sindicatos principalmente. No se puede ignorar que las dos organizaciones políticas españolas llamadas a ser las representantes de los trabajadores españoles en el Régimen del 78 dieron pasos que las masas obreras pudieran haber tomado como alejamiento de sus postulados obreristas. El PCE dejó de ser leninista en 1978 -recientemente recuperado-, y el PSOE abandonó el marxismo en 1979. Obviando las escisiones que ambos hechos provocaron en los dos partidos, al primero el tiro le salió por la culata, pero al segundo los electores obreros se lo recompensaron con creces.

Los sindicatos de clase comenzaron la andadura democrática con muy mala prensa, a pesar de lo cual supieron movilizar a la clase trabajadora para conquistar derechos que muy pronto les iban a ser arrebatados hasta llegar a la situación actual, en la que el Derecho Laboral dejó de existir con las últimas reformas de PSOE y PP. Los escándalos de corrupción en uno de los sindicatos, la posición política última de algunos dirigentes de otro de ellos, las escisiones en todos, como es costumbre en la izquierda, junto a la furibunda campaña diaria desde 1978 para desprestigiarlos ante las masas obreras, han socavado la confianza de los trabajadores en estas organizaciones de confrontación directa contra el empresariado.

Cuando el PSOE de Felipe González estaba próximo a sufrir la primera derrota desde 1982 (ya no pudo asirse a la tabla salvadora de las derechas nacionalistas catalana y vasca), el politólogo norteamericano James Petras entregó un estudio de las dos generaciones de trabajadores que convivían en España en 1995. Concluyó que los hijos de los trabajadores que se enfrentaron al franquismo vivieron entre algodones, sin conocer el sacrificio, alejados de la solidaridad. Salvo honrosas excepciones, el trabajo del Poder encomendado a los sucesivos gobiernos de los socioliberales fue un doloroso éxito sin discusión. La juventud trabajadora española estaba desclasada. Pan y circo. Cañas, botellón y fútbol, mucho fútbol, y a mí déjame de tonterías y batallitas de lucha social, les decían los jóvenes a sus padres forjadores de la libertad de que gozaban sin esfuerzo alguno.

Las políticas antisociales en el interior y el seguidismo otanista en política exterior no decantan el voto de base izquierdista a los partidos a la izquierda del PSOE. Basta fijarse en las sucesivas elecciones habidas para comprender que el supuesto electorado rojo no se moviliza. En un sistema de democracia parlamentaria, en una sociedad en la que el espíritu revolucionario brilla por su ausencia, qué menos que depositar un voto cada cuatro años en los partidos que supuestamente van a defender tus intereses de clase. Pero los poderes se encargan de destrozar la imagen de los partidos y dirigentes que podrían ser, no digamos la vanguardia porque no llaman a la revolución, pero sí la encarnación de la dignidad de los obreros. La labor de zapa de los medios de comunicación, la cultura dominante neoliberal, los cantos de sirena del consumismo capitalista parece ser que han ahogado la voz de quienes se muestran defensores de una sola parte de la sociedad, la clase obrera.

Otro indicador de la situación de la desidia obrera es la afiliación, ya no digamos militancia. Es un dato que los partidos no son muy dados a facilitar, pero Wikipedia se atreve a mostrarlo en sus páginas. Quien eche un vistazo a los partidos de izquierda no podrá más que lamentarse, si es afiliado por la actitud egoísta de quienes no lo son, y si no lo es siempre tendrá la excusa de que con estas organizaciones mejor no apuntarse a nada. En cuanto a los sindicatos de clase, la afiliación apenas llega al diez por ciento de la población activa.

La pregunta es si la dirigencia y militancia de esas organizaciones de izquierdas hacen propuestas tan descabelladas que los alejan de los trabajadores, o son los trabajadores quienes no reaccionan ante las demandas de lucha de esas organizaciones obreras, por muy simbólicas que esas demandas sean.

A los pocos días de surgir el movimiento 15M, en una emisora de radio un periodista le preguntó al entonces secretario general de la coalición Izquierda Unida si no evidenciaba el surgimiento de ese movimiento popular un fracaso de su coalición porque todo lo que el pueblo requería como solución a la democracia española lo reivindicaba esa coalición desde su fundación.

¿Sabían eso los jóvenes reunidos en asamblea en las plazas? Si no lo sabían, ¿por qué no indagaron si ya había alguna formación política que reivindicara sus propuestas? Tenían a IU, a IA, al PCE, al PCPE, y no había que estar muy formado políticamente para saber por donde iban los tiros. Si lo sabían, ¿por qué rechazaban la militancia en cualquiera de esas organizaciones, por pereza, por rechazo al centralismo democrático, por el esfuerzo que supone la militancia obrera, llena de sinsabores y renuncias?

Asumamos todos los proletarios españoles nuestra parte de culpa en no saber explicar al compañero que nuestra lucha es larga, cruenta, que enfrente está un enemigo que no se va a dejar arrebatar sus privilegios sin usar todas las artimañas y trampas a su alcance, que son todas las legales e ilegales, que ninguna conquista es eterna. Porque, como ya dije antes, no parecen estos tiempos de revolución, bien por la dirigencia timorata bien por las masas populares adormecidas en su consumismo simplista.