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Juan Pueblo: más ajustado que pantalón de torero

Juan Pueblo, así se llama un personaje caricaturesco ecuatoriano, específicamente guayaquileño, que encarna en su famélica figura la opresión, la explotación, y el desprecio de la clase pudiente, es el auténtico “patalsuelo” vestido de harapos, descalzo y con una gorrita de color negro con una estrella en el centro.

Recorría las calles de la ciudad en compañía de un perro tanto o más flacuchento que él, nunca se acoquinó y se mantenía rebelde y cuestionador del sistema y de los políticos desde su creación en los años 20 hasta la década del 60; en los años 70 se mantuvo combativo contra las sucesivas dictaduras militares.

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En la década de los 90, Juan Pueblo fue secuestrado por la alcaldía “social cristiana” y le cambiaron la fisonomía y el estilo y pasó de ser un indigente famélico, rebelde y contestatario, a un sumiso y gordo guayaquileño “aniñado” vestido con guayabera blanca y pantalón celeste, dejó de ser el personaje sucio, hambriento y raído, y sobre todo pasó de ser el opositor del alcalde a ser su mejor propaganda.

Como van las cosas hoy en día por nuestros “Ecuadores” el de fantasía y oropel, el turístico y maquillado y el otro invisibilizado u oculto el que entre una y otra sombra teje la realidad de las dolencias del verdadero Juan Pueblo hoy reprimido, explotado, perseguido y censurado, pero que grita en las voces de los obreros, de las empleadas domésticas, de los desempleados y subempleados.

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De aquellos que añoran los tiempos de la década ganada de la Revolución Ciudadana en que fueron vistos y se veían a sí mismos como iguales con derecho a educación, salud y vivienda, a ser tratados con dignidad y a recibir servicios de calidad.

Esos Juan Pueblo que despertaron en el Octubre Glorioso del 2019, y que pronto verá el mundo resurgir en su fantasmagórica y original figura, gracias a la receta económica del FMI que aplauden los empresaurios, la banca chulquera y la condescendiente prensa corrupta con sus sicarios de tinta por todos los réditos y beneficios.

Los cuales, en desmedro de la población del ciudadano común del indígena, del montubio, del negro, que finalmente pagará la factura de los devaneos de Boltaire Moreno quien ha vendido no solo su alma, sino hasta la silla de ruedas al neoliberalismo, con tal de sostenerse en el despacho presidencial aún cuando sus índices de aprobación y credibilidad están a nivel de la suela de los zapatos o de las pezuñas de los sátiros.

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Ahora y entonces, Juan Pueblo volverá a mostrar en las calles de ambos “Ecuadores” orgullosamente las costillas con el clásico pantalón amarrado a su cintura con una cuerda de cáñamo, más ajustado que pantalón de torero por la falta de carnes y su rebeldía gallarda.

Combatiendo el alza de impuestos y de combustibles y la nueva oleada de despidos masivos y precarización laboral que ya está planificando el gobierno mediocre con los zoquetes que le hacen el juego en la asamblea, y los gorilas chuzpangos y chapas* represoresm que seguramente después de la próxima parada nacional tendremos que dibujar a Juan Pueblo con un parche de tuerto por el impacto de alguna granada lacrimógena caducada luego de gritar a todo pulmón ¡ABAJO MORENO!

Todos somos Juan Pueblo, Todos somos la Revolución Ciudadana.

*forma coloquial de eufemizar el despectivo común de militares y policías.

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