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Lucio Opimio Casado

Me recuerda a Lucio Opimio.

Hace 2140 años, 121 a.C.

Durante el enfrentamiento entre Cicerón y Catilina, cuando Opimio fue cónsul el año en que Cayo Graco, que había conseguido unas leyes que posibilitaban la entrega en condiciones ventajosas de grano al pueblo, no logró ser reelegido como tribuno de la plebe, el senado aprobó por primera vez en su historia una ley instando a los cónsules a que “se asegurasen de que el Estado no sufriese daño alguno”.

Opimio era una especie de adalid de los conservadores y aristócratas ya que desmontaba día a día la mayor parte de la legislación existente que contenía las mejoras sociales de los Graco. Obvio es decir, que aprovechando el estúpido asesinato de de uno de los acompañantes de Opimio (¿de qué me suena esto?), consiguió este decreto que supuso entre otras la muerte de 3.000 graquianos, y por supuesto, el homicidio o “suicidio” del propio Cayo Graco.

Y más obvio todavía reseñar que en el juicio posterior, donde se puso de relevancia la sospechosa presencia en Roma durante los altercados de un grupo de élite de arqueros cretenses entre los justicieros partidarios de Opimio, este resultó totalmente exonerado.

Viene esta larga introducción a cuento, aunque sé que innecesaria para la mayoría de nuestros avisados lectores, para llegar al momento en que a Opimio (hasta entonces desde luego, nada que ver con Casado, salvo su marcado talante conservador), se convierte en predecesor de nuestro ínclito personaje al restaurar de su propio pecunio, al objeto de celebrar la eliminación de los Gracos, el Templo de la Concordia (Armonía) en pleno foro, propiciando con ello que un filosofo anónimo, de esos que afortunadamente abundan y siempre guarda el pueblo, cincelase con nocturnidad en su fachada “un acto de insensata Discordia crea un templo de la Concordia”.

Fíjate si han tenido tiempo para debatir en el el parlamento si era mejor “Concordia”, que “Memoria Histórica”. Años. Pero no, tiene que ser precisamente ahora esta historia.

Y es que… ¡qué nerviosos nos ponemos cuando tocan los huesos del abuelito!

Yo aprovechaba el momento para encargar unos relicarios en un chino y satisfacer de ese modo las peticiones de los miembros de la cámara que lo solicitasen: ora una falange por aquí, ora otra falange por allá, un cúbito para aquel, un dientecito para el otro…, y organizar una cuestación cuyos beneficios fuesen entregados a una ONG. Siempre de forma anónima, claro está, que algunos ponen muchas pegas pero no les agrada verse retratados (ya no es políticamente correcto).

No sabéis lo que disfruto (me imagino que al igual que muchos de vosotros), cuando veo a muchos de estos personajes por la tele con un rictus rarísimo en la cara y desviando la mirada del entrevistador, diciendo: los restos del dictador…, cuando se refieren a la momia objeto estos días de debate.

Nunca es tarde si la dicha es buena; se acabaron por fin aquellos odiosos eufemismos que teníamos que soportar año tras año (se acabaron al menos públicamente y ya no los escuchamos, pero seguro que muchos de ellos continuarán en sus reuniones de amigos de manera inveterada levantando la zarpa a los sones de cualquier marcha militar).

Delenda est Moscardó.