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Maria Callas: cuando la revolución está en la melancolía

Tal día como hoy, un 16 de Septiembre de 1977, la soprano estadounidense de origen griego Maria Callas fallecía en su hogar de París. Abandonada, triste y abatida, la cantante de ópera también conocida como La Divina sufrió un paro cardíaco originado por la fuerte medicación a la que se llevaba sometiendo en los últimos meses de su vida. Fue una mezcla peligrosa -y tal vez intencionada- de antidepresivos y calmantes la que provocó el infarto de miocardio que terminó para siempre con el legado de la cantante de ópera más influyente del Siglo XX. Maria Callas murió en la misma soledad de la que partió desde su complicada infancia, sin sentirse amada ni valorada. Después de más de 30 años de prodigiosa carrera, una Maria Callas sin más proyectos pendientes y rendida a la soltería tras varias relaciones amorosas fallidas dejaba este mundo no sin antes haberse convertido en un icono de la música y la interpretación.

Maria Callas, La Divina, no solamente había sido una cantante vibrante, majestuosa y emocionante, sino que también aportaba a la escena teatral de la ópera una solidez y personalidad interpretativas únicas que la convirtieron en una aclamada personalidad dentro de su época y en un ejemplo a seguir para las siguientes generaciones de intérpretes de ópera. Sopranos como Montserrat CaballéLeyla Gencer o Renata Scotto y mezzosopranos como Marilyn Horne o Teresa Berganza siguieron la estela lírica dejada por Callas, consistente en una revaluación del género belcantista y en una interpretación del verismo desde la técnica del belcanto, innovación importante desde el punto musical e interpretativo.

Nacida en Nueva York en el seno de una familia de origen griego un 2 de diciembre de 1923, Maria Anna Sofia Cecilia Kalogeropoulos fue una niña prodigio de infancia infeliz, constantemente atormentada por una madre tiránica y ambiciosa que creaba complejos en frustraciones en su hija desde la más temprana edad. Calificada como gorda y poco agraciada y siendo comparada de manera habitual con su hermana, Maria Callas solamente pasaba el escrutinio de su madre en un único ámbito: el de la música. Consciente del talento de su hija y después de divorciarse del padre de Maria para regresar a GreciaEvangelia Dimitriadis anotó a su pequeña al Conservatorio de Atenas cuando esta tenía tan solo 13 años. Para lograr que Maria pudiese recibir clases de canto de la prestigiosa profesora Maria Trivella, y después bel canto con la famosa Elvira de Hidalgo, Evangelia falsificó la edad de su hija para que esta pareciera tener 16 años, edad mínima por aquel entonces para poder instruirse en ópera clásica.

Biografía musical de La Divina

Separada de su padre y siempre bajo la exigente mirada de una progenitora que solo anhelaba hacerse rica, Maria Callas comienza a convertirse en una cantante reconocida dentro de su país tras años de esfuerzo y formación (desde 1940 hasta 1945). Durante esta primera época, la soprano tuvo la oportunidad de interpretar grandes papeles y de adquirir una sólida personalidad escénica, debutando en el Teatro Lírico Nacional de Atenas con las opereta Bocaccio en febrero de 1942. Sin embargo, Maria cosechará su primer éxito en agosto de ese mismo año en la Ópera de Atenas con la obra Tosca. El estreno de la ópera de Manolis Kalomiris El contramaestre, uno de los pocos títulos del repertorio contemporáneo que abordó en su carrera, y los papeles titulares de Suor Angelica y Tosca de Puccini y de Leonora del Fidelio beethoveniano, fueron otras de las obras que en las que tuvo oportunidad de participar durante estos años.

Después de rechazar un suculento contrato en el Metropolitan Opera House de Nueva York y tras reunirse de nuevo con su padre en Estados Unidos, María Callas viajó a Italia en 1947 para hacer su debut en la Arena de Verona con La Gioconda de Ponchielli, obteniendo de este modo la atención del ilustre director de orquesta Tulio Serafín, que se convertiría en su mentor y protector. Maria Callas comenzaba a ser contratada durante esta época para cantar en los escenarios teatrales italianos más insignes. Algunas de sus interpretaciones de estos años fueron: Turandot, de Puccini, Aida y La forza del destino, de Verdi y la versión italiana Tristán e Isolda, de Richard Wagner.

No obstante, no es hasta la década de 1950 cuando Maria Callas comienza su época dorada. Si en 1948 su papel protagonista de la Norma de Bellini en Florencia le otorgó el título de una de las sopranos más prometedoras del siglo, los siguientes años significarían una cosecha creciente de éxitos todavía más notorios. Maria Callas ya no solo destacaría por su amplísimo registro, siendo capaz de alcanzar de manera natural tonalidades de mezzosoprano y hasta contralto, sino que le daría a cada nota musical un nuevo y personal enfoque. Según la opinión de varios expertos de la época: Maria esculpía cada nota y le daba un vigor tridimensional que comenzaba cuando la cantante le otorgaba una fuerza única a la consonante que finalmente sería perfeccionada y suavizada por la vocal correspondiente. La firmeza interpretativa y la emoción sin igual que transmitía la soprano griega comenzó a atraer a un público que no era el habitual dentro del ambiente de la canción lírica. A un público más amplio, menos formado musicalmente.

Pero mientras el mundo entero se comenzaba a fascinar con la diva de la ópera, con sus colores, con matices y con su prodigiosa, verista e incluso sensual interpretación de cada uno de sus personajes, algunos de los críticos más conservadores no estaban de acuerdo con este clamor popular. Muchos de ellos escribieron y narraron durante aquellos tiempos críticas negativas sobre la imperfección vocal de La Divina y sobre el poco respeto que consideraban que tenía su estilo moderno para con un género tan clásico y puro, considerando que Maria Callas había vulgarizado la ópera para transformarla en un espectáculo al único servicio del entretenimiento. Sin embargo, estas críticas no eran compartidas ni por otros críticos también expertos en ópera, ni por un público que cada vez se comenzaba a sentir más atraído por esta nueva estrella. Gracias a “la Callas” muchos jóvenes habían podido acceder a un mundo exclusivo que antes veían como algo marcadamente elitista e incluso soporífero.

Además de romper con el clasicismo y el ritualismo que hasta entonces caracterizaba al género lírico, Maria Callas logró gracias a su estudio y esfuerzo la recuperación de algunas obras enterradas con el paso de los siglos. Obras de autores como Cherubini (con Medea, una creación dramática de impresionante valor artístico), Gluck (Ifigenia en Tauride), Rossini (Armida) o Donizetti (Poliuto). Durante esos años, el director de cine y teatro Lucchino Visconti realizó junto con Callas algunos de sus montajes más importantes, como La Traviata representada en 1955 en la Scala de Milán o Anna Bolena, llevada a cabo en el mismo lugar tan solo dos años después, en 1957.

Aunque La Divina se consagró como la cantante más famosa de la época y la mejor pagada de toda la historia de la ópera, su declive estaría por llegar en la siguiente década. En 1965 Maria Callas anunciaba su retirada de los escenarios alegando fragilidad de salud. Maria no volvería a cantar hasta casi diez años después, cuando en 1974 realizó una gira de conciertos por Europa, Estados Unidos y algunos países asiáticos junto al tenor Giuseppe Di Stefano. Durante esta época también se dedicaría a la docencia musical, teniendo una plaza de profesora de canto en Juilliard School de Nueva York. Maria Callas, La Divina, fallecería tan solo dos años después.

Maria Callas y Aristóteles Onassis.
Vida personal y sentimientos: ¿Quién calaba en su alma?

Maria Callas contrae matrimonio en 1949, durante el apogeo de su carrera musical. El hombre al que la soprano toma como esposo es el empresario veronés Giovanni Battista Meneghini, casi treinta años mayor que ella y con el que tuvo durante más de diez años una relación más paternofilial que apasionada. La joven sabe que el maduro y acaudalado hombre de negocios solamente se quería aprovechar de ella, sin embargo, ella acepta casarse con él buscando el cariño paternal y familiar que no había tenido durante su niñez.

Pero no es hasta que Callas conoce al magnate griego Aristóteles Sócrates Onassis cuando la artista aprende lo que es amar de verdad. Maria Callas se enamora del empresario de navíos durante un viaje en crucero al que este  había invitado a ella, a su marido y a otras celebridades. Durante este tiempo, la cantante se divorcia de su marido y Onassis de su esposa.

Sin embargo, la tórrida historia de amor entre Onassis y Callas termina saldándose con un hijo fallecido al nacer y con el posterior abandono de la relación por parte del magnate griego, que decide aceptar un matrimonio de conveniencia con una vacía y desalmada Jackie Kenneddy Onnassis, viuda del presidente Kenneddy con la que solo se decidió a mantener una relación para ampliar sus acuerdos comerciales en Estados Unidos. Y aunque un Onassis ingnorado por su superficial y desdeñosa esposa suspiraba durante todos aquellos años por Maria, este no se decidió a recuperarla hasta que fue demasiado tarde.

Maria Callas no fue una gran feminista, tampoco fue revolucionaria, ni contribuyó a los derechos civiles. De hecho, La Divina vivió parte de sus momentos más felices en medio del lujo y el despilfarro de fiestas millonarias. Pero Maria Callas nos ha dejado una revolución muy importante: la revolución de la melancolía, de un alma abatida en cada nota, en cada interpretación. Mientras Callas cantaba el auditorio callaba para atender un lamento capaz de traer millones de alegrías. Millones de alegrías cautivadas por una sola voz, una voz triste. “Me siento abandonada, me siento inútil. Es increíble decir esto después de una carrera tan larga”, fue una frase de su última entrevista.

Hasta día de hoy no sabe si su misteriosa muerte fue un suicidio y solo se reconoce un paro cardíaco. Un final contradictorio para una cantante a la que le alguna vez le pudo fallar la voz, pero nunca el corazón.