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Mundial de Rusia: ¡A casita, que llueve!

Vergüenza ajena.

Esto es lo que nos provocaba la horrenda visión del esperpéntico ¿juego? de la selección española.

Cualquier deporte, cualquier competición deportiva, tiene por objeto intentar demostrar que se es mejor que el contrario, aventajándole en la línea de meta, batiendo sus registros u obteniendo mayor puntuación, más goles, mas canastas.

Algo que olvidaron completamente nuestros futbolistas, que podían haber continuado jugando así días y días, sin conseguir por ello un solo gol salvo carambola supina, como así ocurrió al principio, que los propios adversarios se metan un gol en su portería.

Todo en la vida evoluciona, el fútbol también, y así como el mundo entero saludó con alborozo e intento copiar el famoso tiki-taka, ahora constata algo totalmente predecible, y es que cuando un modelo se agota, acaba convirtiéndose en una caricatura de sí mismo.

Y eso es lo que vimos televisado planetariamente, una ridícula caricatura. Un buen futbolista de fútbol sala (Isco), rodeado de pasadores a los que ya hace tiempo se les ha parado el reloj. Algunos con pierna de madera (Koke y Piqué), otros permanentemente revolucionados y con la cabeza no se sabe bien donde (Ramos), otros fuera de forma (Carvajal) y otros ya mayores (Iniesta y Silva).

Y todos ellos con el único objetivo de pasarse el balón, y pasarse, y pasarse… Y así hasta el infinito.

Y por si no fuese poco ser al fútbol de verdad como el Rococó al Barroco, le tuvimos que añadir a Florentino intrigando y quitando protagonismo con su cortina de humo el día preciso a Undargarín, el Rubiales histriónico sobreactuando para ocultar, como todos los que sobreactúan, su inseguridad, el miedoso Hierro que no puede ocultar cuando algo le viene grande, y por si todo ello fuese poco, las estrellitas quejándose de lo mal que les tratan los periodistas.

De sainete.

Al menos, ganó la madre Rusia, a la que por otra parte sinceramente deseamos por el bien del espectáculo eliminen en el próximo cruce, ya que sólo aportó un encomiable espíritu destructivo (totalmente estajanovista, eso sí).

Delenda est Moscardó.