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La naturalización del acoso callejero: terror como placer machista

¿Qué pensarías si de pronto un desconocido te comienza a seguir en la calle y no hay personas a tu alrededor para pedir ayuda? Una tarde, saliendo de la universidad, noté que había un hombre cerca pero no le presté atención, quizá era un ciudadano más intentando llegar a su lugar de destino.

Entonces, crucé la calle y empecé a caminar para dirigirme a tomar el bus. Me di cuenta de que el señor iba detrás de mí, por lo que empecé a sentir un poco de pánico pero creí que era idea mía, de tanto ver en los noticieros mujeres asesinadas o heridas por desconocidos en las calles.

Creí que el hombre cruzaría, también, pero dirigiéndose en dirección contraria a la mía. Sin embargo el hombre se regresó para seguir detrás de mí, lo veía de reojo. Mis manos se pusieron frías como el hielo y no había tantas personas a mi alrededor como para pedir ayuda. El hombre estaba a tan solo unos pasos de mí y comencé a caminar más rápido y él de igual manera.

De repente, aparece una patrulla de policía, notaron la situación y mi cara de terror, por lo cual se estacionaron en la esquina de la cuadra por donde yo iba caminando. Acto seguido, el hombre dio la vuelta y desapareció. Claro que yo aún tenía pánico y me coloqué a lado de un joven estudiante que también esperaba el bus, el cual notó la situación y trató de calmarme.

Nunca antes en mi vida el camino hasta donde debía llegar para tomar el bus se me había hecho tan largo. Quizá esta vez tuve suerte porque apareció la policía, pero hay otras mujeres que no corren la misma suerte, no sólo las persiguen para ocasionarles miedo, sino que en muchas ocasiones las violan, asesinan o las dejan terriblemente heridas en la calle.

Esa no es mi única historia, pues si sales a hacer periodismo en las calles, puedes encontrarte con algún degenerado que te diga “qué ricas tetas”. Y es que el acoso callejero no es solo un silbido, palabras incómodas o como algunos le llaman: “piropos”. El acoso callejero también es que alguien te toque o roce su cuerpo a propósito, te siga, etc.

Este tipo de acoso se ha venido dando de generación en generación, y al ser romantizado o normalizado desde un inicio, actualmente la mujer se queja por aquello es catalogada como “feminazi”. Resulta que en la antigüedad era aceptado en la sociedad, quizá en algún momento era algo positivo, quizá. Pero con el paso del tiempo, la sociedad ha ido empeorando y el “halago” se ha ido tergiversando y vulgarizando.

Justo esa normalización ha llevado al hombre a pensar que cualquier cosa que le diga a una mujer en la calle, halagando sus atributos físicos es un “piropo”, cuando en realidad la mujer se siente totalmente incómoda por algo que ella no pide, y aún peor, de parte de un desconocido.

En la mayoría de los casos, son silbidos, besos volados o palabras que provienen de hombres muy mayores a adolescentes o a mujeres jóvenes, por lo cual nos causa total repugnancia; claro que no excuso a hombres jóvenes que también lo hacen, porque es igual de incómodo, pero en este caso no son muchos en comparación con hombres muy mayores.

En ciertas ocasiones hay mujeres que responden con palabras que muestran su desacuerdo, y muchos hombres tachan a la mujer de desagradecida, como si debiésemos agradecer por sentirnos incómodas.

Es necesario mencionar que la mujer no necesita un silbido porque no es un animalito para recibir esos tratos, no necesita besos volados o un “halago” en un tono y mirada pervertida. Ya sabemos que somos hermosas por dentro y por fuera. No necesitamos la aceptación de nadie más que la propia. Los hombres deben entender que no nos sentimos halagadas; al contrario, nos da miedo, pánico, terror, incomodidad y hasta enojo cuando nos dicen groserías.

El halago es lindo para las mujeres cuando hay consentimiento, como en el coqueteo mutuo o entre parejas sentimentales, allí no es incómodo. Si un desconocido quiere conocer a una mujer, lo puede hacer, puede entablar una conversación respetuosa. Pero no hay punto a favor para alguien que lanza la piedra y esconde la mano, es decir, lanza un “halago” y se desaparece.

En los hogares se deben criar caballeros y no acosadores, hombres que respeten a las mujeres por el simple hecho de que somos seres humanos. Podemos solucionar este problema para las futuras sociedades y generaciones, educando a los niños desde casa.