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¿Por qué el golpe de estado en Venezuela surge desde la Asamblea Nacional?

El epicentro de las acciones golpistas en Venezuela surge desde 2.015 en las entrañas de la Asamblea Nacional (AN). El motivo es que la oposición a la Revolución Bolivariana tiene mayoría en el poder legislativo, y su estrategia desde que Hugo Chávez llegó al poder en 1.999 ha sido una apuesta constante por el golpe de estado.

¿Qué es “La Oposición”?

La oposición en Venezuela se comenzó a configurar nada más llegar Chávez al poder. Los restos de la Cuarta República que había sido destrozada por la Constitución Bolivariana -el texto acababa de fundar la Quinta República-, encontraron un nexo de unión en el rechazo absoluto a la nacionalización de la poderosa Petróleos de Venezuela Sociedad Anónima (PDVSA).

Dentro de la llamada oposición entraron los dos partidos que se habían turnado en el gobierno durante las décadas anteriores, Copei y Acción Democrática (AD), a los que les bastó la primera medida de izquierda real, para aparcar unas diferencias que los medios de comunicación configuraron como irreconciliables durante cuarenta años. A ellos se les unieron los empresarios con su organización patronal FEDECÁMARAS, la Iglesia Católica, los medios de comunicación privados del país que acaparaban en ese entonces todo el espacio mediático, y nuevos partidos fascistas que se fundaron en esos momentos.

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Meses más adelante, cuando la nacionalización del petróleo ya era una realidad, el gobierno de turno de los Estados Unidos decidió ayudar a la oposición económicamente, mediante fondos millonarios otorgados por el despacho presidencial mediante su agencia USAID, y la CIA a través de su fundación NED, una injerencia que se mantiene hasta hoy. Cuando la oposición estuvo suficientemente preparada, intentó dar un golpe de estado a Hugo Chávez en el año 2.002, pero fracasó.

El golpe apenas duró tres días, fue reconocido por Estados Unidos (EEUU), España y la Organización de Estados Americanos (OEA). Por primera vez en la historia reciente, un gobierno de izquierda sobrevivía al golpe de su poderoso vecino del Norte, en este caso gracias a la presión de cientos de miles de venezolanos que se agolparon en torno al Palacio presidencial de Miraflores, quienes insuflaron valor a los soldados que allí se encontraban para echar a los golpistas, y permitir el rescate de Hugo Chávez, quién estaba secuestrado y a la espera de su ejecución.

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Fue ese punto el que explica la desesperación de EEUU a día de hoy, que no oculta sus pretensiones golpistas, sino que llama de manera pública a los soldados venezolanos a dar un golpe de estado, y presta apoyo a la oposición, mucho más radicalizada que cuando se formó, sin importar los focos que iluminen el escenario.

El papel de Estados Unidos

Hasta ese momento, EEUU siempre había abortado las experiencias socialistas antes de que pudieran servir de ejemplos a otros países, como el Chile de Allende, la Guatemala de Juan Jacobo Arbénz, la Nicaragua del joven Daniel Ortega, el Haití de Aristide… Pero al no conseguirlo, la experiencia bolivariana se multiplicó.

Tras la victoria de la izquierda, EEUU permaneció unos años en una posición impotente, pudiendo solo observar cómo a casi cada elección que se celebraba en América Latina, un nuevo gobierno bolivariano alcanzaba el poder. Sin embargo en 2.009, el gobierno de Barack Obama retomó la agenda de su antecesor George W. Bush, y comenzó una oleada de golpes de estado que terminó con varios gobiernos de la órbita bolivariana.

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En ese momento, la inteligencia norteamericana pensaba que con ayuda del Lawfare, los gobiernos de izquierda caerían como fichas de dominó, y que, como si de un relámpago se tratase, el gobierno bolivariano de Venezuela sería derrocado en el corto plazo. Creyeron además, que al desalojar a la izquierda del poder en Venezuela, los aliados que quedasen se hundirían sin mayor esfuerzo a causa de no contar con el petróleo ni el gas venezolano.

Sin embargo algunas fichas permanecieron en pie, como Nicaragua, Bolivia, Uruguay, Cuba y Ecuador (este último el tiempo suficiente para contener las embestidas imperialistas en la OEA). Tras observar el gobierno de turno de EEUU que su plan no avanzaba, comenzaron a ponerse nerviosos, porque los bolivarianos no se quedaron quietos esperando su final.

Norteamérica empezó a preocuparse, porque el tiempo empezó a correr en su contra. Fruto de esa desesperación llegaron las torpezas. Las prisas trajeron peores resultados. Las guarimbas con las que se esperaba movilizar al pueblo masivamente contra Nicolás Maduro no funcionaron. La escasez de alimentos provocada por las sanciones y el boicot interno tampoco consiguieron grandes manifestaciones, la ONU rechazó que en Venezuela hubiera crisis humanitaria, -por lo que tampoco podían entrar militarmente avalados por esa institución-, en la OEA no conseguían los votos necesarios para aplicar la Carta Democrática con la que poder entrar militarmente -cada votación que ganaba Venezuela, impactaba en contra de EEUU, que se veía incapaz de conseguir nuevos apoyos-.

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La administración de Donald Trump se está dado tanta prisa porque sabe que la izquierda empieza a recuperar posiciones tras la oleada de golpes de estado comenzada en 2.009. La victoria de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) en México ha sido la primera, y por la importancia diplomática ese país en la región, será ser un ejemplo a seguir para otros pueblos. AMLO ha dejado de participar en los planes golpistas contra Venezuela, si más países de América Latina siguieran su ejemplo, EEUU no podría ni mantener la sanciones contra la nación gobernada por el presidente Nicolás Maduro.

Por lo tanto, EEUU debe terminar lo empezado en 2.009 en Honduras ya, antes de que se abra un nuevo ciclo político en el que la izquierda regrese a América Latina, ya que el peligro para el imperialismo y las oligarquías locales reside en que por primera vez va a empezar una nueva oleada progresista existiendo ya varios países con gobiernos de izquierda. Un escenario que de materializarse, abriría de nuevo experiencias como la UNASUR y la CELAC, con las que EEUU se vio forzado, por ejemplo, a iniciar conversaciones con Cuba. Por eso acaba de reconocer a Juan Guaidó como presidente del país.

La respuesta venezolana

El chavismo sabe, igual que los gobiernos de turno de Estados Unidos, que el tiempo ahora juega a su favor. Cuando hayan abandonado la OEA, cerrando la última puerta a una intervención militar extranjera liderada por Donald Trump con aval internacional, habrán vencido, sobre todo teniendo en cuenta que México no reconocería un gobierno golpista.

Sin embargo habrán vencido “solo” a la estrategia de la inteligencia norteamericana planificada durante la primera década del presente siglo. Atendiendo a la virulencia de las declaraciones del vicepresidente Mike Pence, los férreos apoyos de los vecinos de Venezuela, Brasil y Colombia, al aumento sostenido de las sanciones, y a una campaña mediática de altísima intensidad, no se podría descartar una invasión militar aprovechando la mala imagen creada a la Revolución Bolivariana tras veinte años de manipulaciones mediáticas. Se podría convencer a la Comunidad Internacional de que el golpe ha sido un “mal menor“, teniendo en cuenta también que el movimiento de solidaridad internacional con Venezuela, no tiene el poder de convocatoria suficiente como para movilizar de manera masiva a miles de ciudadanos, en las principales misiones diplomáticas de Venezuela alrededor del mundo, mostrando apoyo a Nicolás Maduro y rechazo al golpismo.

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Pero, ¿cómo ha sido capaz Venezuela de resistir el golpe de estado continuado? En dos momentos del primer mandato de Nicolás Maduro, el golpe de estado adoptó una forma violenta, que se aplicó por parte de los sectores más radicales de la oposición tanto contra el chavismo -en mayor parte-, y contra sus propios manifestantes -solo para producir mártires-.

Fueron las llamadas guarimbas. Estuvieron organizadas por los sectores fascistas de la oposición (Freddy Guevara, Leopoldo López, Henrique Capriles Radonsky, María Corinna Machado…), y financiadas por EEUU. Con ellas se pretendía desatar la violencia y el caos, para decir desde los medios de comunicación que el pueblo se levantaba contra Nicolás Maduro, y él los reprimía. De esa manera se creaba una justificación para un golpe de estado necesario para acabar con la represión.

Sin embargo, la estrategia solo funcionó en el exterior de Venezuela, no dentro de sus fronteras, puesto que los ciudadanos observaban que eran los líderes de la oposición los que acompañaban a los violentos, y observaban que, pese a algunas excepciones, las fuerzas policiales se limitaban a la disuasión con fuego no letal.

De manera inteligente, Nicolás Maduro llamó a la instalación de una Asamblea Nacional Constituyente (ANC), que fue boicoteada por la oposición. Pese a ello, la convocatoria del presidente logró reunir 8 millones de votos frente a los 3 millones logrados por la oposición en su plebiscito de rechazo. Al día siguiente de la votación, la oposición entró en crisis interna y las guarimbas acabaron.

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También previendo lo que podía acontecer en la OEA, el presidente Nicolás Maduro ordenó iniciar los trámites para salir de la institución, para evitar la posibilidad de la aplicación de la Carta Democrática, que avala una intervención militar para lo que dispongan los países que la aprueban, incluyendo un cambio de presidente. No se ha aplicado a día de hoy porque EEUU no ha logrado el apoyo del número de países necesarios.

Sin embargo Venezuela no ha podido superar el problema económico y de escasez provocado por las sanciones económicas de EEUU y la Unión Europea (UE), el contrabando hacia Colombia y el boicot de los empresarios. Su modelo de rentismo petrolero ha hecho que las sanciones económicas hayan tumbado su economía rápidamente, el dólar paralelo ha ahogado la constante subida de los salarios disparando la inflación, la falta de valentía a la hora de aplicar sus propias soluciones -anclaje del Petro– y de enfrentarse a los grandes empresarios, el temor de apostar por expropiaciones de los corruptos que recibían dinero público para importar y, o no lo hacían, o escondían los productos o los subían de precio en base al dólar paralelo… Han evitado que Maduro haya conseguido superar esos problemas.

La Asamblea Nacional

Desde el año 2.015 la Asamblea Nacional está en manos de la oposición, que logró vencer en las elecciones legislativas a las fuerzas del chavismo. Sin embargo la derecha venezolana no supo administrar esa victoria. Sus votantes esperaban un cambio de rumbo político, que elaborasen leyes que favorecieran el regreso del neoliberalismo. Sin embargo la oposición expresó desde el primer día que usaría ese poder para derrocar a Nicolás Maduro.

En ello se centraron, desmovilizando al importante núcleo de votantes que habían conseguido. Desde entonces han apoyado las guarimbas, que también terminaron aplicando la violencia contra los simpatizantes de la derecha, han promovido las sanciones norteamericanas que afectan a toda la población solo para poder mantener la campaña mediática en el exterior, han llamado al golpe de estado, y ahora, en última instancia han escogido a un nuevo presidente entre uno de sus miembros.

Ahora llega una pregunta fundamental ¿por qué ninguna de estas acciones ha alcanzado el efecto deseado? ¿Por qué la Asamblea Nacional no tiene influencia en la esfera pública venezolana si es el importante poder legislativo? Por otro error de la oposición. Al poco de conformarse la AN, se descubrió que tres de sus diputados -de oposición- hicieron fraude electoral, por lo que tenían que abandonar sus escaños.

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La oposición aprovechó esa situación para denunciar una persecución del gobierno para evitar su mayoría obtenida en las urnas. Aunque esos tres diputados hubieran sido cambiados por chavistas, la oposición hubiera mantenido la mayoría. Así que decidieron mantenerlos en el poder legislativo. La justicia venezolana comprobó que existió fraude electoral al hacer una auditoría del voto, por lo que estableció que la AN estaría “en desacato” -suspendidas sus funciones-, hasta que no expulsase a los corruptos, algo que la AN no ha hecho a día de hoy. Por ese motivo todas las iniciativas de la AN no impactan en la realidad venezolana, porque además tampoco cuenta con apoyo popular que presione en las calles en su favor.

El último intento ha sido no reconocer a Nicolás Maduro como presidente de Venezuela al no considerar como legales las últimas elecciones, pese a que en ellas participaron diferentes candidatos que son importantes dirigentes de la oposición, y que acompañantes internacionales, incluso de signo político contrario al del gobierno, han determinado que los resultados fueron confiables.

La última iniciativa ha supuesto nombrar a un desconocido -incluso para la propia oposición-, Juan Guaidó, como presidente de Venezuela. Sin pasar por las urnas habiendo tenido oportunidad hace unos meses. Sin suscitar apoyo popular en Venezuela, como en todas las anteriores ocasiones, no importa el descarado apoyo al intento de golpe por parte de Estados Unidos y de la OEA, no derrocarán a Nicolás Maduro sin masivas movilizaciones pacíficas.

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Una posibilidad que la oposición está muy lejos de conseguir ya que su base electoral está totalmente desmovilizada a causa de sus disputas internas, provocadas por los errores durante los últimos años. El escenario de la intervención militar abierto en 2.009 se cierra, y de ahí la desesperación de EEUU, ejemplificada gráficamente en que haya tenido que humillarse ante el mundo reconociendo a un presidente elegido por una institución corrupta sin apoyo en su propio país. Y para nada, ya que la Comunidad Internacional se está mantenido impasible mientras Nicolás Maduro sigue siendo el presidente de Venezuela.