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Post COVID-19: ¿Todo terminará en la transnacionalización del Estado? (I)

Paralelismo Histórico: en 1970 empieza el NOM

Pensada y proyectada por los estrategas económicos y políticos de los EEUU y del Mundo Occidental -industrializado ya desde los años 70-, es la fecha que coincide con el inicio de la deuda externa de los países del llamado “tercer mundo”. O sea, que el desmoronamiento de la Unión Soviética, del llamado campo socialista, su reconversión a la economía privada y de mercado sería un episodio crucial en la cristalización real de alcance mundial de la globalización capitalista neoliberal.

Hoy, el mundo se ha transformado en una aldea por la que circulan libremente los capitales y las mercancías -y los negocios de las transnacionales van viento en popa- mientras casi dos tercios de la humanidad sufre de la exclusión y la explotación más despiadada. Condiciones perversas que se han evidenciado, aún más, en medio de la actual crisis pandémica.

Partiendo de características económicas, sociales, políticas, militares, culturales y ecológicas, la globalización implica que el sistema capitalista -privado o de mercado- abarque todo el territorio global. Por ello, es fundamental comprender a la globalización como un proceso que afecta a todos los rincones de la sociedad, y hablar de la misma en base a las palabras de Juan Carlos Monedero en su libro “Disfraces del Levitan“:debe ser un ejercicio desde y para la prudencia“.

Antes de 1970, efectivamente, la teoría económica predominante en el capitalismo era el keynesianismo. Este le daba una importancia primordial a la intervención del Estado en la economía, con una política económica que estimulara la demanda solvente de los trabajadores, a fin de que la producción tenga una salida asegurada y se eviten así las crisis capitalistas de sobreproducción, como la de 1929 (hablamos de crisis cuando entendemos que los viejos causes están a punto de quebrarse).

Para darle al Estado esta posibilidad intervencionista, Keynes, junto a los políticos norteamericanos y occidentales, no descartaron las nacionalizaciones de empresas estratégicas, puesto que el Estado, de tener ingentes ingresos, podría inocular capitales al sector privado, a fin de estimularlo y hacerlo crecer.

Todo este período, sobre todo a partir de la Segunda Guerra Mundial, se podría denominar de capitalismo monopolista de Estado y de creación del Estado providencia. América Latina no ha estado ausente de las consecuencias de dicha política mundial.

Con el pretexto de que la industria de cada país debe ser competitiva con relación a la de sus semejantes para lo que hay que reducir el costo de la mano de obra y el Estado debe someterse a un régimen de austeridad, se acaban produciendo ataques a los derechos de la mayoría social tales como la liberación de impuestos a los patrones, el retraso de la edad de jubilación, y la disminución de las pensiones, o bien su privatización mediante los “fondos de pensión”.

La globalización ha generado las condiciones de dependencia estructural bajo principios de un nuevo orden mundial, en el que el Estado debe nacionalizar las pérdidas y privatizar los beneficios, haciéndose urgente repensar el desarrollo del capitalismo para saber cómo ha llegado a este punto de la actualidad y cuándo sucedió el punto de inflexión que no identificamos como amenaza.

Todo este proceso de expansión fue facilitado por los avances tecnológicos, como la informática (internet), la robótica, la electrónica, etc. Actualmente se puede hacer una operación financiera de un país a otro en tiempo real, es decir, en el tiempo que dura una comunicación telefónica, en milésimas de segundos. Las consecuencias económicas de todo este progreso las están pagando las mayorías del mundo, mientras la riqueza crece y se concentra cada vez en menos manos. La pobreza en sus niveles más extremos afecta ya a más de la mitad de la humanidad, es decir, tres mil millones de seres humanos.

El capitalismo es una sociedad de clases sociales antagónicas. Hasta antes de la globalización, el sentimiento de pertenencia al proletariado o al campesinado no era motivo de vergüenza, sino de orgullo. Los Estados burgueses y los socialistas autoritarios, habían hecho concesiones económicas a los trabajadores, gracias a la poderosa organización y a la lucha frontal de estos.

Como ya hemos mencionado anteriormente, estos avances se debieron, también, al interés de las clases dominantes de preservar el orden social y la explotación del hombre por el hombre. Es decir, podíamos engordar, pero no nos dejaban emanciparnos radicalmente.

Ahora la situación ha cambiado. Todos los Estados sirvientes de la gran burguesía transnacional y de sus organismos como el FMI, el Banco Mundial o la Organización Mundial de Comercio; como los gobiernos de la Unión Europea, han liquidado a la clase obrera como género imponiendo el despido masivo, la flexibilidad del trabajo, la precariedad, los ritmos infernales, el tiempo parcial y la absoluta impunidad de los patrones, hasta en sus responsabilidades, frente a los accidentes de trabajo que se multiplican todos los años.

Para nadie es un secreto que el capitalismo globalizado, al mando del imperio norteamericano, avanza en el mundo como un rodillo compresor, pretendiendo y logrando, en parte, uniformar a todos los habitantes del planeta -sin importar su nacionalidad- dentro de una ideología economicista, simple y reductora. El fin de este credo sería no la satisfacción de las necesidades humanas, sino la obtención de la máxima ganancia.

El famoso Nuevo Orden Mundial, un concepto que se escuda dependiendo de cada conflicto que la preceda -y únicamente proveniente del Norte- se ha convertido en un simple instrumento de dominación y control social de la inmensa mayoría por un puñado de políticos, militares y empresarios.

Es un sistema político que, a través de su comprensión hegemónica, maneja el miedo y el sentimiento de inseguridad de la población, que él mismo ha creado, para imponer leyes liberticidas. Creyendo que la solución está únicamente en la represión brutal de toda contestación social y de la deriva delincuencial producto de la miseria, inventando, de esta forma, enemigos mortales, inexistentes, como es hoy el terrorismo en sus diferentes dimensiones.

Es entonces, cuando comprendemos que la Globalización Capitalista Neoliberal como solo una fase evolutiva del sistema capitalista mundial, es una etapa que pone de relieve la irracionalidad e inhumanidad de este sistema de explotación del hombre por el hombre, y sus diferentes características.

El sistema capitalista globalizado ha puesto la vida en el planeta al borde del abismo, damos paso a las interpretaciones exponenciales del éxito irónico que obtienen a través de las crisis históricas por las que atraviesan.

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