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Amorebieta: la memoria de la represión franquista contra la mujer en el País Vasco

La represión política llevada a cabo por el franquismo incluyó detenciones, encarcelamientos y fusilamientos entre la población vencida, además del exilio ante el avance de los sublevados. La represión sobre las mujeres se basó en su identificación como socialistas, comunistas o nacionalistas, o por ser familiares señalados como enemigos del régimen. Tampoco era necesaria esa afiliación política, sino que muchas veces fueron represaliadas por sus opiniones.

Las mujeres vascas no estuvieron en el frente, pero también sufrieron la persecución, castigo, incautación de bienes, exilio, rapados de pelo, paseíllos por la calle, aceite de ricino y fusilamientos. Aún hoy en día, 80 años después del final de la Guerra Civil, son pocas las investigaciones sobre la represión de la mujer en el País Vasco, en las cárceles del franquismo.

Aunque ya hay investigaciones sobre diferentes prisiones del sistema represivo en el País Vasco (Larrinaga, Escolapios), aún hay muchas sombras sobre la historia de Amorebieta y del resto de prisiones de mujeres: es un área de conocimiento muy ignorado por los investigadores, memorialistas y la sociedad, en general. Toda la documentación sobre la prisión se ha perdido, y los trabajos que se han realizado se han basado en una ingente labor de investigación y a través de las fuentes orales de las presas, como el de Tomasa Cuevas.

Es imposible saber cuántas mujeres pasaron por esas prisiones, porque la mayoría de la documentación ha desaparecido. Solo se conserva parte del archivo de Saturrarán (de 1938 a 1944), que contiene más de 2.000 expedientes de reclusas, aunque muchos de ellos están repetidos, porque a las presas internadas más de una vez les abrían diversos expedientes.

Aunque el régimen carcelario para hombres y mujeres fue el mismo, el régimen femenino tuvo características propias que lo diferenciaron del masculino.

Tras el final de la Guerra Civil la represión entró en su apogeo, hasta 1944. A partir de 1940 se empezaron a revisar las penas y muchas cadenas perpetuas fueron rebajadas. La mayoría de mujeres salió libre para 1947, con los sucesivos indultos que hubo.

Sin embargo, la represión social no acabó: tras la liberación fueron apaleadas y detenidas, una y otra vez, en sus pueblos, tuvieron problemas para reintegrarse en el mundo laboral.

Prisión Central de Mujeres de Amorebieta

Debido a que las prisiones existentes no podían albergar a los miles de mujeres encarceladas, se prepararon edificios como colegios, seminarios, conventos o casas particulares.

La prisión de Amorebieta estaba dentro del sistema penitenciario creado por la dictadura para castigar a mujeres republicanas, “rojas”, izquierdistas o nacionalistas (un tema especialmente importante en el País Vasco). Por allí pasaron más de 1.500 mujeres y decenas de niños.

Dentro de este sistema también estaba la prisión de Saturrarán y Durango, que formaban las “cárceles del Norte” (especialmente duras con las internas). La historiadora Ascensión Badiola ha denominado a las prisiones de Amorebieta y Durango, junto a Saturrarán, como “almacenes humanos de mujeres”.

Amorebieta, Durango y Saturrarán fueron cárceles a las que se enviaba a mujeres que ya habían sido juzgadas en consejos de guerra. Todas ellas estuvieron regentadas por monjas.

La incorporación masiva de órdenes religiosas en establecimientos penales no fue una medida excepcional, de carácter provisorio. Su papel en las cárceles de mujeres fue muy importante, especialmente en el ámbito de la reeducación de las presas. La reeducación política era realizada a través de la religión: las presas estaban obligadas a participar en misas, procesiones, confesiones y diferentes actos religiosos, con un marcado carácter político, bajo pena de castigo si se negaban.

El sistema penitenciario fue usado también como una forma más de represión. La distancia entre los penales, por los que las presas iban pasando constantemente, castigaba a las presas, alejándolas de sus familiares. Por eso eran constantes los cambios de ubicación y los traslados de las presas.

Se trataba de una política penitenciaria de dispersión: hubo mujeres de Albacete, Ciudad Real, Girona, Madrid, Badajoz, Castellón, Toledo, Málaga… Además de como forma de castigo, también se usó la dispersión para evitar la reorganización del marxismo y del separatismo nacionalista, y para derribar el ánimo de un enemigo, ya vencido en la guerra. Además, esa dispersión eliminaba las redes de apoyo y solidaridad, y los círculos familiares.

Fueron muchas las presas famosas que pasaron por Amorebieta: Tomasa Cuevas, Amalia Villa, Nieves Torres, Teresa Alonso Otero, Rosario Sánchez (la Dinamitera) Pero fueron muchas más las presas anónimas de las que no se tienen informaciones.

Prisión de Amorebieta (Vizcaya) en 1942. Sentada, a la derecha, Tomasa Cuevas.

El director de la prisión fue Francisco Machado, hermano mayor de los poetas Manuel y Antonio Machado. También él escribía, y llegó a enviar sus versos a Miguel de Unamuno, para saber si tenían la calidad de los de sus hermanos. Este infame Machado, que pasó de prisión en prisión por toda España hasta acabar en Amorabieta, tenía poder de vida o muerte sobre las presas.

La vida cotidiana en la cárcel era espeluznante. Aislamiento en las celdas. Vejaciones de todo tipo, por parte de las monjas que gestionaban la prisión. En Amorebieta el hambre era la norma. Esto llevó a diversos plantes por parte de las reclusas, como relata Tomasa Cuevas, quién cuenta que las reclusas llegaron a hacer una huelga de hambre porque solo se les daba agua caliente para comer. La cárcel de Amorebieta fue clausurada tras haber sido denunciada en varias ocasiones por las pésimas condiciones sanitarias, de hambre y miseria.

El resto del tiempo se luchaba por sobrevivir, estábamos ya eliminadas de la vida normal del trabajo, saldríamos demasiado tarde, demasiado marcadas, demasiado cansadas (Teopista Bárcena).

Aunque hay pocos datos sobre la situación sanitaria, parece ser que hubo un médico, José Alegría Mendieta; detenido en agosto de 1937 y encarcelado en Burgos fue enviado en noviembre de 1939, a ejercer de médico en Amorebieta.

A pesar de eso, las reclusas padecían diferentes humillaciones: eran obligadas a dar a luz en el suelo, y muchos de los niños murieron sin ningún tipo de asistencia. Las madres no podían hacerse cargo de los bebés, que solo podían estar con ellas hasta los tres años; después, si no tenían familia que se hiciese cargo, eran entregados en adopción a familias “afines al régimen”. Se trata de los “niños perdidos” por el franquismo, a los que sus familiares biológicos aún intentan encontrar.

Las penosas condiciones de hacinamiento, subalimentación, falta de higiene y enfermedades en las cárceles franquistas han sido descritas por los testimonios de las supervivientes. Pero también fue importante el ambiente de incomunicación, la violencia física y psicológica (incluyendo los abusos sexuales). Todo ello llevó a una elevada mortalidad entre las reclusas. Por ejemplo, en Saturrarán fallecieron 116 mujeres y 55 niños; en Amorebieta hay un registro de 39 mujeres fallecidas y un bebé.

Estos fueron problemas que ni las autoridades del régimen, ni los directores, ni los funcionarios intentaron remediar. Por el contrario, dejaron que esos problemas persistiesen y que muchas de ellas sufrieran durante el resto de su vida por lo que habían pasado durante su cautiverio.

En los últimos listados de mujeres fusiladas, publicados por el gobierno vasco, hay contabilizadas 64 mujeres, desde 1936 a 1940: 34 guipuzcoanas, 22 vizcaínas y 8 alavesas. Estos datos deben tomarse como parciales y fragmentados, igual que la documentación existente.

El edificio de la prisión de Amorebieta aún existe, y alberga el Karmelo Ikastetxea. La plataforma Ahaztuak 1936-1977 realizó un homenaje en 2007, y colocó una placa para recordar la memoria de todas esas mujeres.