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La “rebelión de los Borjamari” o de cuándo los ricos cogieron una cazuela

Gritan desde sus mansiones, desde sus jardines de 1.500 m2, desde sus descapotables con chófer, desde sus áticos de lujo, mientras la chacha aporrea la olla por la señora, no vaya a ser que ésta se canse.

Mientras, tú sigues en tu piso de 55 m2, con suerte, intentando sobrevivir a los ERTE, pensando si podrás contactar con los del SEPE para saber cómo está tu prestación, echando de menos a la familia y los amigos, sin saber cómo vamos a salir adelante, cómo van a acabar/comenzar los niños el colegio, o cómo estará hoy ese abuelo, abuela, padre, madre, hermana o amigo que sigue ingresado o que ha desaparecido por coronavirus.

Ellos gritan por la libertad de expresión (la suya, porque celebraron como pocos la “ley mordaza”), por esa España que tanto dicen querer (pero llevándose el dinero a paraísos fiscales para no pagar los impuestos que España sí necesita), mientras una cenutria sin razón ni corazón dice que ella no se cree lo del virus, “porque no he visto las autopsias ni los féretros”. ¿Se puede ser más estúpido? Pues sí. Si les das tiempo, lo demuestran.

Recuerda que son los mismos que nos cobran los alquileres, los que quieren eliminar las ayudas sociales, los que pronto harán recortes en sanidad, en educación y en derechos laborales y sociales, amparándose en que “entre todos” debemos arrimar el hombro para salir de la crisis. El problema es que unos arrimamos el hombro al fuego, mientras otros te aprietan el cuello para seguir ahogándote con sus privilegios.

En defensa del derecho de manifestación

El derecho de manifestación es inalienable y debe defenderse con todo. Incluso el derecho de los Borjamaris debemos defenderlo. Pero una cosa es el derecho a manifestarse y el otro la plasmación del “no, porque no, porque lo digo yo”.

Los Borjamaris, los Cayetanos, las Maripilis no defienden nada, no aportan nada, no construyen nada, no plantean soluciones, no buscan remedios, no atienden a razones. Pero claro, son dignos hijos y nietos del abuelo Paco, y lo que quieren es lo de siempre: imponer su visión, por supuesto, siempre superior a la nuestra.

Por eso fueron los que más aplaudieron la miserable “ley mordaza”, para acallar a los pobres, porque con ellos no va, como está quedando de manifiesto por la apatía (cuando no apoyo) de las autoridades madrileñas. Claro, la ciudad y la comunidad están gobernadas por “los suyos”, la misma sarna casposa que les ha dado alas con sus declaraciones irresponsables. Y, por cierto, a todo esto, una pregunta sencilla: ¿dónde está la policía que tan diligentemente disuelve una manifestación contra un desahucio, por ejemplo?

Veamos una sencilla comparación. ¿Cuándo los Borjamaris han salido a la calle a manifestarse en defensa de un derecho social, que sea beneficioso para el conjunto de la sociedad, de todos y todas, y no sólo de ellos? ¿Cuándo se les ha visto apoyando a los trabajadores en un conflicto laboral, a las mujeres maltratadas (al fin y al cabo, “algo habrán hecho”), a los colectivos LGTBI, a los desheredados de la tierra, en contra de la pobreza infantil, del fracaso escolar, contra los recortes en la sanidad o la educación (que tanto les benefician, por otra parte, en sus negocios privados), con las mareas de pensionistas, etc.?

La respuesta es sencilla: ¡Nunca! Porque todo eso a ellos no les afecta. Porque son los de siempre, los que cuentan, los que viven en sus torres de marfil creadas mediante la especulación, el robo y la explotación de los de siempre.

Bueno, me equivoco. Sí se les ve manifestarse alguna vez: el 20 de noviembre, o cuando desahuciaron al abuelo Paco del mausoleo construido con la sangre de los vencidos. Esos días sí se manifiestan, y sacan a pasear al aguilucho.

Ser pobre, en tiempo de pandemia, es fácil. Sólo tienes que preocuparte de la salud, la familia, el trabajo, la prestación que no llega, si la empresa volverá a abrir las puertas, si me contratarán, etc. Ser rico, por el contrario, es mucho más complejo: no pueden llevarse el dinero a paraísos fiscales, no pueden ir a esquiar, a lucir el palmito en la costa, sacar el yate a navegar, a dar envidia a los muertos de hambre desde el descapotable.

La postura de los Borjamaris no es sólo egoísta. Es una expresión más de un tremendo egoísmo de clase. Porque las restricciones, el confinamiento, los sacrificios que todos estamos haciendo, no va con ellos. Eso es sólo para los pobres, para los otros, para los de abajo. Ellos están por encima del distanciamiento social, de la cuarentena o de las medidas sanitarias. ¡Incluso del virus!

Decía una de estas “personitas” infantiles y estúpidas, en un vídeo, que había dado fiesta a la chacha, porque venía a casa en transporte público y no sabía lo que podía pegarle. Pero claro, se estaba quedando sin ropa y, además, ¡habían cerrado el gimnasio! Ese es el nivel de egoísmo que demuestran.

Manifestarse es un derecho inalienable. Pero lo del barrio de Salamanca se ha convertido en un festejo rancio, casposo y patriotero, que no tiene nada que ver con una reivindicación real de un derecho o de una mejora social. Es sólo otra forma de explotación capitalista: las tiendas están cerradas (claro, las de lujo, el supermercado de la esquina no les sirve) y no puedo renovar el armario. Es sólo, una vez más, imponer el “porque yo lo digo”.

El derecho a manifestarse es inalienable (no me canso de repetirlo), pero con las necesarias medidas de protección. Pero lo que se destila en la rebelión de los Borjamaris es insolidaridad, egoísmo, frivolidad y desprecio a las normas sanitarias. ¡Una fiesta, vamos! Eso sí, si en unos días se da un repunte de infectados, la culpa será del gobierno.

Es una actitud que contrasta con las manifestaciones prudentes de los trabajadores de NISSAN, o con las colas de personas esperando pacientemente para entrar en un supermercado o la farmacia, o con las personas que hacen colas ante los centros sociales para conseguir alimentos. Pero claro, los ricos no tienen la paciencia que los pobres hemos aprendido durante siglos. Ellos no han tenido que esperar nada en su vida, y menos para poder malgastar su dinero como niños malcriados.

Algunos se lo están tomando con humor, riéndoles las gracias a los Borjamaris, a sus pintorescas declaraciones, eslóganes y acciones: pegar con un palo de golf una señal de tráfico, igual que el “Cojo Mantecas” pegaba a los carteles con su muleta, a mediados de los 1980 (los que tengan más edad lo recordarán). Pero no creo que el personal sanitario, que deberá arriesgar sus vidas por las acciones de esos descerebrados, como ya he dicho, alentados por Díaz Ayuso y Martínez-Almeida (me callo su apodo, que me gusta más) les haga tanta gracia.

Pero bueno, están acostumbrados a pasar por encima de todos. Porque no hoy también, ¿verdad?

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