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Religión y violencia. Cultos del narcotráfico

Religiosidad y tiempos violentos: Una aproximación de la resignificación de la figura del Diablo en el Narcotráfico en México.

Estas reflexiones son resultado de una observación en el país mediante otras notas periodísticas y trabajo de campo, como lo es cada 28 de mes que, por ejemplo, se rinde culto a San Judas Tadeo, un santo relacionado a grupos criminales marginales.

El texto presentado es un esfuerzo de dos compañeros Sabás Fernández y Miroslava Moreno ambos estudiantes de la Escuela Nacional de Antropología e Historia.

El tema de Religión de la mano con la violencia es difícil de ingerir y poderle hacer un marco de entendimiento; el contexto actual de México reside en una constante e invisivilizada violencia; de ahí nuestra urgencia por retomar éste fenómeno y comprenderlo en mayores expresiones que las de imaginarlo solo como procesos subversivos a uno económico o político; por tanto ¿es posible que a través de las practicas religiosas de narcotraficantes se pueda comprender; por lo menos en este grupo, la exacerbación de la violencia? De ser así ¿cuáles son los mecanismos y dónde radica la funcionalidad de estos?

La violencia se disfraza, se extiende y se ha convertido en un eje de convivencia política, económica y socio-cultural en los últimos tiempos. De ahí la urgencia de reflexionar sobre el tema y específicamente en las violencias que se han dado en México en manos del narcotráfico; las cuales en un primer plano responden a un deseo de estabilidad y crecimiento económico; en donde a partir de procesos y fenómenos violentos se legitiman sin importar la precarización de la vida humana; todo mientras se vive una crisis en más de una esfera social.

Sin embargo esta es una mirada acotada a procesos políticos e incluso militares; pretendiendo una mirada aún más aguda sostenemos que la violencia ejercida en este grupo social tiene sus bases “filosóficas” en una constante construcción de una cosmovisión que se retroalimenta a partir de las practicas religiosas.

El narcotráfico y sus formas de legitimación han penetrado distintos sectores sociales, la religión es imprescindible para definir este fenómeno, ya que la popularidad que ha adquirido en las últimas décadas el culto a santos no canonizados en un sector de los estados del norte de México explica en gran medida un proceso de naturalización de la violencia que se sustenta en la creación de un ethos basado en la devoción a los santos bandidos y la figura del diablo.

El fracaso y la crisis económica y política del Estado mexicano durante las décadas de 1970 a 1990, aunado a la ausencia de la Iglesia con algunos sectores sociales, dio como resultado que grupos marginados se apropiaran de personajes que consideraban como mártires y explotados, que se tradujo en cultos a Malverde, en la actualidad figura asociada al narcotráfico como lo señala Guorún Kristin en su libro Bandoleros Santificados: las devociones a Jesús Malverde y Pancho Villa; al igual que con Malverde, Pancho Villa, bandolero mexicano y personaje histórico de la Revolución Mexicana, éste también se convirtió en un personaje de culto.

Es interesante este caso ya que es una reapropiación histórica que se introduce en la construcción mítica, que es de cierta forma también, una construcción identitaria, que a diferencia del culto al diablo, –que es un personaje traído desde occidente- éstos fueron hombres del territorio mexicano, bandoleros de oficio, lo que los une con lo ilícito.

Religión popular

Lo aquello llamado Religión popular es un fenómeno social hartamente rico por sus singularidades etnográficas e incluso a veces difícil de definir teóricamente; pero en un primer momento entendamos a esta como lo que se contrapone a la Institucionalización religiosa y por ende, es una intención de relativizar y antimonopolizar las pretensiones de un absolutismo religioso que esta en un constante trabajo imaginativo y productivo de bienes simbólicos los cuales se contraponen a una interpretación oficial.

El aparato eclesiástico los rechaza ante la población en común por la violencia que generan las prácticas inmersas, como violaciones, asesinatos, y venta ilegal de drogas, requiriendo estar protegidos por un ente superior, que les permita a su vez un control ante sus sicarios.

Los grandes niveles de violencia en México se han agudizado por diferentes y complejos factores, sin embargo, podemos resumirlos en los siguientes: Colapso del modelo de un Estado de seguridad, densidad criminal, extrema debilidad institucional, disponibilidad de armas, elevado nivel de complicidad en la sociedad y cambios en el mercado de drogas que se ajusta a un modelo neoliberal. Se vive por tanto un contexto de desigualdades económicas, discriminación, e instituciones fragmentadas, es decir que la violencia es un problema a nivel estructural.

En el caso de la violencia ejercida por grupos de delincuencia organizada refleja un problema de gobernabilidad efectiva y estatal en territorios cada vez más numerosos. Las instituciones federales y estatales que se suponen contra ellas en la mayoría de los casos están congeniadas o no tienen la fuerza ni los medios suficientes para hacerles frente, que como lo mencionaba con anterioridad coloca esta situación al Estado como el inefectivo, llevando cada vez más a países a una situación necropolítica.

Un mundo cruel dentro de un mundo violento

¿Qué pretenden los cárteles con la saña y crueldad en la iniciación de sus nuevos reclutas? […] Un elemento importante en los rituales es crear a un nuevo sujeto, añade [Pavón-Cuéllar]. “Se trata de dejar atrás todos aquellos límites o escrúpulos que pueden llegar a estorbar el trabajo en el seno de los cárteles“. (BBC)

Estos puntos permiten señalar por una parte la necesidad de los cárteles por realizar matanzas con el objetivo de reclutar a individuos como sicarios, eliminando todo valor y sentimiento ante lo humano, desvalorizando así a la vida, y que estas actividades selectivas son un ritual cargado de violencia y sangre, que permite por un lado emitir un mensaje a otros cárteles y a la sociedad en general, mostrando el poder y fuerza “militar“.

El diablo, bajo ese discurso, es mentira, es destrucción y engaño, es nocivo para la humanidad, y por ende el único catalizador del mal es el cristianismo, sea la versión que sea, su objetivo es privar al ser humano de la carga negativa, de los pecados, de lo malo.

Podemos identificar tres macro esferas discursivas, la primera sería la del estado, representada con las notas periodísticas y de opinión pública, la segunda sería la visión eclesiástica y por último los discursos constantes dentro del narcotráfico.

A continuación, se pretende analizar de manera superficial la representación del diablo en una canción El Diablo de Los Tucanes de Tijuana, siendo un medio de gran alcance, el ritmo, la música de fondo y la letra, es una canción que recurrentemente es escuchada en ciertos contextos, que representan una forma de vida y de pensar, que impacta en la ideología:

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Se debe entender como esfera discursiva la presente letra, ya que, dentro de ella está inmerso una noción de orden ajena a la establecida, dónde se exalta el poder, la lujuria, la muerte y una carga sexual del hombre hacia la mujer en las tres primeras partes de la presente, esto tiene una significación para la sociedad en general muerte y violencia.

Pues en el discurso se puede apreciar un tema constante, la violencia y fiereza del narcotráfico ante un orden establecido, lleno de normas, leyes y roles dados acordes a la edad y el sexo, así pues, el diablo es representando como un ser que tiene poder y manda un mensaje a la población; siendo ellos la representación del diablo en lo terrenal, el discurso pretende legitimar la vida de los narcotraficantes y sus prácticas.

El miedo, es el tema fundamental dentro de estos discursos, no sólo de la canción, sino, de las notas periodísticas que expresan los rituales de iniciación para tener acceso a cierto cartel criminal:

El miedo a la muerte ha acompañado a nuestra especie desde sus orígenes y se encarna en cada uno de nosotros […], podemos rastrear desde las primeras expresiones culturales que nos han dejado nuestros antepasados, la presencia del miedo a las fuerzas de la naturaleza, a lo sobrenatural, al otro, al diferente.

Ese otro da miedo, que es desconocido, o qué no visibilizamos dentro de nuestro orden, es el narcotráfico, es indiferente, pero le tememos por las prácticas que realiza para poder continuar con sus mecanismos de identidad y de adquisición económica y política en ciertos territorios, como Culiacán o Monterrey, y otras partes de la república mexicana.

Por otra parte, la última esfera discursiva sería la eclesiástica, donde se justifica la violencia que existe en el territorio nacional, vista la violencia como sinónimo de lo diabólico, como un ente de eterno caos en lo terrenal, pero también excusándose en una narrativa en contra del aborto, siendo este el culpable de la propagación de los demonios en México, y la existencia de los mismos narcotraficantes como entes poseídos.

Dentro de estos ritos “extraños” y “satánicos”, un ejemplo concreto sería el ritual de sangre también denominado “rayado” que pretende dar un autosacrificio a cambio del bien del individuo, solicitando a un ente divino que es el Ángel negro, a partir del dolor del solicitante, haciendo una entrada con su sangre. (Reporte indigno)

Bajo esta visión de los géneros discursivos se aprecia que el diablo es un ente que representa la violencia y la muerte, el caos y lucha constante contra el orden social, pero también como un ser que da, como el caso del “Ángel Negro”, entiéndase así como un ser que brida la salvación a partir de un intercambio, que responde al contexto de los individuos, como el caso de la Virgen María, una peregrinación o el ritual de sangre.

Los Santos populares del narcotráfico: El culto al diablo y otras figuras

Las nuevas formas y funciones que el diablo ha adoptado en México es un tema interesante a analizar, se han creado capillas a este “Angelito Negro” en donde se le representa con un atuendo norteño, lo que lo vincula a la mitología del narco, Carlos Aguiar menciona en su artículo: “se encuentra sentando en un trono, sus manos tienen garras en lugar de dedos, con los que sostiene billetes de dólares”.

Lo importante aquí es ver como una figura históricamente “del mal” está asociada a labores referentes a la violencia, tanto del narco como de todo lo relacionado a lo ilícito. También lo relevante es la transición de la figura del diablo cristiano a un diablo al servicio y cuidado del narcotráfico.

La creación de Santos alrededor de figuras que tienen que ver con la idea “mal” es una manera de resistencia frente al orden social y política estatal, ya que crea símbolos y ritos colectivos que van al margen de lo oficial. Por otro lado, este fenómeno se da mayormente en las zonas fronterizas del país, en donde se construye una religiosidad que produce nuevos.

En los casos mencionados, el culto tiene que ver con la protección hacia el devoto por medio de ofrendas que por lo general tienen que ver con oro, dinero y sangre.

En el caso del culto al diablo no es la misma función que desempeña en la religión cristiana la que realiza en estos cultos populares, es importante resaltar la idea del vínculo de lo malo relacionado a oficios o labores específicas, como lo es el narcotráfico, y cómo se legitima la violencia de esta práctica a través del culto a un personaje que se reinterpreta para estos grupos, al trabajar en cuestiones que no son aceptadas por la religión predominante se busca la protección de una figura a fin, que exprese los ideales del grupo. Lo más relevante aquí es la adopción de un personaje creado en occidente, y no como en los casos de Malverde o Pancho Villa, que son bandidos mexicanos y responden en cierta manera más al contexto mexicano.

La veneración al diablo nos habla de un fenómeno religioso simbólico que ha rebasado las fronteras de los imaginarios institucionalizados al hacer una resignificación del mal a partir de las crisis tanto económicas como políticas que transgreden a las esferas de lo cotidiano por ejemplo, exponer al diablo en altares con un pene erecto descomunal; en un país lleno de homofobia y machismo.

Los casos de Malverde y Pancho Villa son igualmente atrayentes, a diferencia de San Judas Tadeo o la Santa Muerte, que parecido al diablo, son personajes ya existentes pero se les dota de nuevas características y funciones, los bandidos mexicanos santificados son otra cuestión.

Por una parte no están canonizados pero son sumamente relevantes para la construcción de una identidad del grupo, una identidad que rompe con lo social y religiosamente normando, por un lado expresan que no se necesita estar en sintonía con la iglesia para ser sujeto de culto, y por otra rompen con las características de los santos tradicionales. Aquí ya no se trata tanto de una cuestión de reinterpretación sino de implementación, de agregar personajes que están fuera del contexto religioso oficial.

Con todo esto es lógico pensar que en este contexto la religión forma parte de proceso complejo de lenguaje que se ve expresado en el rito, en donde se promueve la creación de un individuo, sujeto al grupo -en este contexto- del narcotráfico.

A través de la religión es la manera más asertiva de sujetarlos porque logra un disciplinamiento de sentimientos en donde el individuo se deshumaniza para satisfacer las demandas de la delincuencia organizada. A través de las prácticas religiosas se genera un estilo de vida para los integrantes del grupo, en donde la religión es parte de una afirmación a los razonamientos y sentimientos del grupo.

Por otra parte, entendiendo la catalogación de una religión popular que se le da estos cultos, expresan la posición política y conflictiva que existe en México entre lo institucionalizado y lo popular.