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La resignificación del Valle de los Caídos: necesidad democrática improrrogable

La Transición se llevó a cabo a través de un compromiso entre los tecnócratas más moderados del franquismo y la oposición. No hubo ruptura, ni cambio, ni justicia, ni reparación. La nueva “democracia” tuvo que subsumir las antiguas élites policiales, judiciales, económicas, políticas y militares de la dictadura. Esas élites han perdurado en el tiempo.

Lo que vuelve más complejo el tema de la memoria histórica en España es el uso partidista que se da a ese concepto. En Alemania, por ejemplo, el tema de la memoria queda fuera del parámetro de los partidos políticos. Todos los sectores, en mayor o menor medida, apoyan las políticas de memoria. En cambio, en España, el proceso de asunción de las políticas de memoria se ha politizado intensamente desde su nacimiento.

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El relato que se muestra en centros memoriales de todo el mundo, en ningún caso, es neutro. Se trata siempre del resultado de numerosos conflictos por la memoria, que se basa en debates sobre consenso, y que se relacionan con la situación política del presente.

La reconversión de un centro de represión en un espacio memorial activo, de conocimiento y difusión, tiene referentes importantes en Europa, América y África. Es en esta tendencia que debe inscribirse el proyecto de convertir el espacio del Valle de los Caídos en un centro de interpretación de la represión y los movimientos sociales, con una proyección adecuada para esa finalidad.

Parece que la exhumación de los restos del dictador podría significar una mayor democratización de la memoria histórica, que pueda abrir una nueva etapa. Pero es un error. No se puede avanzar sin resolver el conflicto entre el pasado y el presente. Es imposible avanzar si ese conflicto no se resuelve. En Alemania, la huella de lo que fue la dictadura está bien integrada en la sociedad, sobre todo porque se ha hecho un enorme trabajo de pedagogía desde 1945: la educación es un elemento esencial, y por eso el currículum escolar ha integrado el tema profundamente.

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La Ley de Memoria Histórica de 2007 estableció que debían retirarse los monumentos, placas y objetos que ensalcen la sublevación franquista o la dictadura. Sin embargo, fue una ley que nació con carencias. Por ejemplo, no se establecía una partida presupuestaria para su aplicación, no se establecían plazos para llevarla a cabo, ni sanciones por su incumplimiento. Por eso, tras tantos años aún quedan calles que homenajean a figuras del franquismo. Pero lo peor siguen siendo las reticencias y obstáculos que algunas administraciones ponen a su aplicación.

También queda pendiente el tema de las fosas y la falta de justicia por los crímenes del franquismo, con más de 114.000 víctimas (el segundo país en el mundo, tras Camboya), unas víctimas que, en la mayoría de los casos, no podrán recuperar nunca su identidad. Entre 2000 y 2018 se han abierto 740 fosas y se han exhumado más de 9.000 víctimas, pero no todas ellas han podido ser identificadas.

Otro aspecto que aún está pendiente es el de la dignificación de las víctimas de los tribunales franquistas. La Ley de 2007 declaró los tribunales franquistas como “ilegítimos” y consideraba “injustas” sus sentencias. Al no considerarlas como ilegales, un concepto jurídico, y no político, es imposible anular las condenas. Solo un tribunal podría anular esas sentencias, pero ninguno de ellos se ha mostrado, hasta ahora, dispuesto a afrontar esa tarea.

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Existen numerosos ejemplos de espacios de represión que se han transformado en lugares de memoria. Se trata, en el caso del Valle, de conservar todos los edificios, pero desde la perspectiva de una resignificación integral del conjunto monumental. De esta forma, el Valle dejaría de ser un instrumento de apología del franquismo, para convertirse en un monumento de denuncia de la Guerra Civil y del franquismo.

Es necesario poner en marcha un centro de estudio que explique, no solo el pasado del edificio, sino también una forma de memorial dedicado a las víctimas de la Guerra Civil. Y también una forma de explicar la historia de su construcción por parte de mano de obra esclava, y de los más de 33.000 republicanos que fueron enterrados allí contra la voluntad de sus familias, y que durante 40 años han servido para “justificar” una función conciliadora del mausoleo.

Algunas opiniones se han centrado en la necesidad de la destrucción del Valle. Pero la mayoría de los historiadores y expertos memorialistas han señalado que lo más importante, en estos momentos, es la reconversión democrática del monumento, porque es esencial para explicar ese período.

Además, sigue sin existir un gran museo nacional, tal como los que existen en otras partes del mundo, para recordar y explicar a las nuevas generaciones traumas históricos similares. España no ha llevado a cabo un trabajo memorial adecuado, y los intentos que se han hecho han sido bastante deficitarios.

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Ahora se ha iniciado el proceso. Existe la oportunidad de que el Valle de los Caídos se convierta en un lugar para explicar los debates de la memoria, con propuestas que permitan reflexionar, el consenso. Algo que no se podía hacer mientras el dictador estuvo allí enterrado. Ahora se pueden abrir nuevos debates que incluyan al conjunto de la sociedad, como se ha hecho en otros países.

El futuro del Valle debe pasar por su resignificación, contextualización, por su conversión en un lugar de memoria, trabajando consensuadamente con otros sectores implicados: administraciones, asociaciones memorialísticas, familiares, etc. Lo que es imposible es mantenerlo como está en la actualidad, como un símbolo de la humillación de las víctimas, de los vencidos, como un insulto a los Derechos Humanos, un recordatorio de las violaciones de los derechos humanos cometidos durante la guerra y la dictadura.

A la hora de iniciar un proceso como este, es necesario poner de relieve la gran importancia de buscar un consenso entre todos los sectores implicados. Así se garantiza que representa a la mayor cantidad posible de esos sectores. También es un proceso que puede dar pie a un debate que permita establecer puentes de reconciliación.

Afirmar que las heridas de la Guerra Civil y el franquismo están cerradas tras la exhumación del dictador es un completo error. La exhumación ha permitido cerrar una herida, pero aún quedan muchos temas pendientes, y lo peor que puede pasar a nuestra sociedad es no abordarlas de forma coherente. Si no esos temas volverán a resurgir una y otra vez.

La exhumación ha sido un primer paso fundamental para que el Valle deje de ser un lugar dedicado al ensalzamiento del dictador y su régimen.

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Pero se hace necesario dar los pasos para ir más allá. Por ejemplo, qué hacer con la comunidad de monjes que, con su actitud, se ha opuesto a la dignificación democrática de ese espacio. O cómo desacralizar la basílica y el espacio, para convertirlo en un auténtico lugar en el que las familias de los “perdedores” de la historia no se sientan a disgusto. Y recuperar y dignificar los restos de los que allí están enterrados, y que se han ido deteriorando con el paso de los años.

La recuperación de las víctimas de las cunetas ya no tiene que ver con una cuestión meramente ideológica, sino de humanidad básica con las familias. Esta es una tarea urgente, que se ha demorado durante 40 años y que no puede aplazarse más.