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La Sección Femenina como forma de antifeminismo

En su momento, la Sección Femenina tuvo un poder casi monopolista, al convertirse en el único organismo femenino de encuadramiento y acción de la dictadura franquista. Y su objetivo fue fomentar el sentimiento católico-nacional-falangista en las mujeres.

Durante la fase final de la Segunda República, antes del comienzo de la Guerra Civil, las militantes de la Sección Femenina realizaban tareas de apoyo a la militancia masculina del partido: visitas a prisiones, apoyo a los familiares, enlace entre los presos y la calle, etc.

Esas actividades se incrementaron considerablemente con el comienzo de la guerra, pasando a encargarse de un gran número de funciones: apoyo a las familias de los caídos, tareas de apoyo en la retaguardia, extensión de la propaganda franquista en las zonas sublevadas, etc.

Progresivamente fueron adquiriendo mayor protagonismo en la retaguardia del frente, organizando la asistencia básica, sobre todo distribuyendo alimentos a la población en las zonas conquistadas, como forma de aproximar a esa población al nuevo régimen.

Aunque en la zona sublevada había otras organizaciones femeninas, como las “margaritas” del movimiento carlista, en febrero de 1937, tras el Decreto de Unificación que estableció el partido único en FET y de las JONS, la Sección Femenina se convirtió en la única organización política femenina que sobreviviría.

El Decreto de Unificación no acabó con los conflictos entre las diferentes facciones del movimiento, y dentro de la Sección Femenina había tres corrientes en discordia: falangistas, jonistas y carlistas (ésta última sería la que mayor resistencia mostró contra la integración).

Al final, sería la corriente falangista de las “camisas viejas” la que vencería en esta pugna. Ese mismo año, la Sección Femenina pasó a depender directamente de la Secretaría General del Movimiento.

Reparto de alimentos durante una acción de la Sección Femenina.

A pesar de todos los problemas internos, la Sección Femenina tuvo un fuerte crecimiento durante la guerra: si en el momento de iniciarse la sublevación contaba con unas 60 000 militantes, en abril de 1938 eran 400 000, y en abril de 1939 alcanzaban ya las 900 000 militantes, lo que supuso su punto de máxima expansión.

Tras el final de la Guerra Civil se inició un proceso de reestructuración de la Sección Femenina. Pilar Primo de Rivera dividió su organización en diversas secciones, que se extendieron también a otros organismos de FET y de las JONS.

Las principales secciones fueron la Hermandad de la Ciudad y el Campo, el Servicio Exterior, la Sección Femenina del Sindicato Español Universitario y la rama femenina del Frente de Juventudes.

A través de su estructura, la Sección Femenina tenía participación en todos los organismos estatales relacionados con la mujer, y su estructura se reproducía a niveles inferiores, a través de delegaciones provinciales y locales.

Muy pronto Franco comprendió que la adhesión al régimen por parte de la Sección Femenina supondría un instrumento de control ideológico sobre las mujeres que sería muy beneficioso para su cruzada por el restablecimiento de un régimen tradicionalista y católico.

En diciembre de 1939, Franco también les entregó el control del Servicio Social de la Mujer, similar al servicio militar masculino. En el mismo decreto se confiaba a la Sección Femenina la formación de las mujeres, estuviesen o no afiliadas a la organización.

En 1941, 282 224 mujeres pasaron por el Servicio Social, realizando servicios en los diferentes ámbitos de la Sección Femenina. En los años siguientes realizarían este servicio hasta el 90% de las mujeres, de entre 17 y 35 años, que estaban obligadas a realizarlo: pasaban por la militancia en la Sección Femenina, durante un mínimo de seis meses de servicio.

El cumplimiento de ese servicio se ampliaba a todas las mujeres solteras o viudas, que tuvieran intención de conseguir cualquier trabajo remunerado en empresas que funcionaban bajo la intervención del Estado.

Entre 1937 y 1977, aproximadamente tres millones de mujeres pasaron por ese Servicio Social, proporcionando mano de obra gratuita a hospitales, servicios sociales, bibliotecas y otras instituciones.

El Servicio Social cumplía una clara función de adoctrinamiento político y de control social, que difundía entre las mujeres sus valores conservadores.

En los primeros años del franquismo, especialmente durante la década de los 1940, se consolidó su papel institucional, al hacerse con el control exclusivo del Auxilio Social y de la formación femenina, centrada sobre todo en la instrucción de las jóvenes, para convertirlas en buenas patriotas, buenas cristianas y buenas esposas.

En los años 1960, los planteamientos de la Sección Femenina se enfrentaron con la realidad socioeconómica del país, de forma que la organización quedó arrinconada dentro del régimen, hasta su disolución final.

El crecimiento económico y el desarrollismo obligaron a que el régimen reformulara  un poco su discurso sobre las mujeres en el terreno laboral. Eso sirvió para permitir la incorporación de la mujer al mercado laboral, pero siempre sin contradecir el discurso de feminidad doméstica.

Esto llevará a la ley de 1961, que incorpora los derechos laborales para la mujer, aunque siempre se trata de trabajos menos cualificados, peor pagados, etc.

Las mujeres nunca descubren nada; les falta el talento creador reservado por Dios para inteligencias varoniles (Pilar Primo de Rivera).

En 1977, en la fase final del franquismo, la Sección Femenina tenía casi 280 000 militantes. La desaparición de la Sección Femenina no significó su completa desaparición.

Algunas de sus funciones siguieron existiendo, como los “Coros y Danzas de España”. Con el final del régimen, en julio de 1977, algunas de sus funciones fueron transferidas a la recién creada Subsecretaría de Familia, Juventud y Deporte.

Durante esta fase, muchas de sus integrantes (aproximadamente unas 23 000) fueron recolocadas en las bibliotecas públicas del Estado, aunque esta medida provocó numerosas protestas de los funcionarios del cuerpo de bibliotecarios.

Pese a que la Sección Femenina no fue el único instrumento, ni el más fundamental, para que el ideal de mujer del nacional-catolicismo se lograse, esta organización se encargó de llevar a cabo los ideales del Caudillo: formar a las mujeres en las consignas, coincidentes, de la Falange, la Iglesia y el Movimiento.