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Teniente Seixas, el Schindler portugués. Un héroe desconocido

Han corrido ríos de tinta sobre personas que, a pesar de la represión de los regímenes totalitarios en los que vivían, arriesgaron sus vidas y su posición social para salvar las vidas de otros. La historia de Oskar Schindler, que salvó la vida a unas 2.000 personas durante la Segunda Guerra Mundial, se hizo famosa gracias al cine.

Ángel Sanz Briz, el diplomático español en Budapest que intentó salvar a más de 5.500 judíos en 1944. Otro alemán, Berthold Beitz, un empresario que, utilizando su propia vivienda, salvó a 1500 judíos. El sueco Raoul Wallenberg, que trabajó incansablemente y corrió grandes riesgos para salvar a miles de judíos húngaros. Giorgio Perlasca, un comerciante italiano que se hizo pasar por cónsul español en Hungría durante el invierno de 1944 y salvó a 5200 judíos.

Sin embargo, mucho menos conocida es la historia del teniente António Augusto de Seixas Araújo (1891-1958), que tuvo un papel esencial al inicio de la Guerra Civil española, salvando a un millar de republicanos que cruzaban la frontera, huyendo de la barbarie fascista. Una labor que desarrolló desobedeciendo las órdenes de sus superiores, y poniendo en riesgo su carrera y su vida.

Seixas maniobró ante las autoridades de su país para conseguir salvar de la cárcel, la expulsión o la muerte a más de un millar de refugiados republicanos extremeños y andaluces que cruzaron la frontera. Sus gestiones fueron las que permitieron la evacuación de los refugiados españoles a territorio republicano. Esta gesta fue algo extraordinario, especialmente teniendo en cuenta las buenas relaciones entre los sublevados de Franco y el régimen de António Oliveira Salazar, el dictador portugués.

Breve contexto histórico

Fracasado el primer impulso del golpe de Estado de julio de 1936, las fuerzas sublevadas optaron por un camino sin retorno: la aniquilación completa del adversario social y político. Esto llevó a la masacre de republicanos en Sevilla, Huelva, Cádiz y la matanza de Badajoz.

>>La masacre franquista de Badajoz en agosto de 1936<<

La sublevación de las tropas de África y su rápido avance por el sur creó una situación de absoluto caos en la frontera portuguesa-española. Primero fueron algunos refugiados “de derechas” los que cruzaron a Portugal. Luego fueron numerosos republicanos los que hicieron el mismo camino, huyendo de las matanzas del general Yagüe: milicianos de las cuencas mineras, sindicalistas, políticos de izquierda, mujeres, niños y ancianos.

En su avance, las tropas golpistas llevaron a cabo una represión sistemática y organizada de todos los afines a sindicatos y organizaciones de izquierda, arrasando los pueblos por los que iban pasando, o dejándolos en la retaguardia, para la acción de los falangistas y la Guardia Civil.

En esa situación, las zonas de la dehesa extremeña acogieron a miles de huidos de las provincias de Sevilla, Huelva y Badajoz, que se formaron en varias columnas protegidas por grupos de milicianos mal armados y organizados. Finalmente, estas columnas fueron aniquiladas y los refugiados pasaron a la zona de Portugal, a través de las antiguas rutas de los contrabandistas de la zona, cogiendo a las autoridades lusas desprevenidas.

Tras la caída de Badajoz y la matanza que allí tuvo lugar, esta situación caótica en la frontera cambió radicalmente, cuando el gobierno portugués tomó partido por los sublevados y convirtió la zona fronteriza en una trampa para los republicanos que huían de las matanzas. A la zona se trasladaron tropas del Ejército, la Guardia Nacional Republicana, la Policía de Vigilancia y Defensa del Estado (PVDE, la Gestapo lusa) y la Guardia Fiscal. La misión de esas tropas era detener y retornar a España a todos los refugiados republicanos que pasasen la frontera: el Ejército se encargaba de los militares y la PVDE de los civiles.

Los campos de refugiados de Coitadinha y Russianas

En los primeros días de agosto, en la zona de la Hacienda Coitadinha, en el término municipal de Barrancos, se concentró un grupo de refugiados que llegaron a la cifra de ochocientas personas en poco tiempo, la mayoría hombres, pero también mujeres y niños.

El comandante de la región militar ordenó crear un campo de concentración, bajo la vigilancia del Ejército, y bajo el mando del teniente de la Guardia Fiscal António Augusto Seixas, junto al teniente de la Guardia Nacional Republicana Oliveira Soares. En ese campo, los refugiados solo disponían de agua, y fueron los vecinos de la zona de Barrancos los que realizaron colectas para alimentar a los allí refugiados.

La existencia del campo llegó a conocimiento del Comité Internacional de No Intervención, que comenzó las negociaciones para evacuar a los refugiados del campo.

Mientras tanto, el teniente Seixas, sin comunicarlo a sus superiores, creó un segundo campo a unos kilómetros de Barranco, en la Hacienda Russianas, que concentró a más de trescientas personas rápidamente.

El conflicto se planteó cuando en octubre el Comité de No Intervención negoció y consiguió la evacuación de los refugiados oficiales de la Coitadinha, para trasladarlos a Lisboa y, posteriormente, a la zona republicana. Gracias a la argucia de Seixas, que disfrazó a los refugiados de Russianas como antiguos refugiados de Coitadinha, y con el respaldo de otros militares de la zona, éstos refugiados “no oficiales” se sumaron, a última hora, al contingente oficial. En ese momento, el número de refugiados superaba el millar, pero también la capacidad de los camiones que debían transportarlos, por lo que Seixas pagó, de su propio bolsillo, el transporte suplementario.

La repatriación

Seixas se encaró con el gobierno de Salazar, un gobierno que, desde el golpe militar, creaba listas de personas que “manifiestan concordancia con los excesos cometidos en España por las fuerzas izquierdistas”. Es decir, que actuó de forma completamente opuesta a como se estaba operando en el resto de la frontera portuguesa, donde la PVDE devolvía nuevamente a las autoridades rebeldes a los republicanos españoles que escapaban, para que fuesen fusilados o encarcelados (en 1939, esa misma policía entregaría al poeta Miguel Hernández a las autoridades franquistas).

Finalmente, el 10 de octubre, los refugiados salieron del puerto de Lisboa, a bordo del barco Nyassa, hacia Tarragona, donde llegaron, sin contratiempos, el día 13. Inmediatamente después, el gobierno de Lisboa rompió relaciones con el gobierno republicano y apoyó abiertamente a los golpistas.

Actuando contra sus superiores, Seixas salvó cientos de vidas, pero hundió la suya. Por su actitud hacia los refugiados republicanos, Seixas fue juzgado por traición, encarcelado y suspendido de empleo. Dos años después fue readmitido en la Guardia Fiscal, y fue destinado como comandante de sección a Sines. Tras su salida del cuerpo permaneció en esa ciudad hasta su muerte, en 1958.

El reconocimiento

A partir de 1999 comenzó un proceso de recuperación de la figura de Seixas en Portugal y en España, aunque fue un proceso lento, especialmente en nuestro lado de la frontera. Sin embargo, su historia y la del comportamiento de los habitantes de Barrancos no quedó totalmente en el olvido: en 2007 se publicó el libro de Francisco Espinosa La columna de la muerte, que relataba los hechos sucedidos en Extremadura y la frontera luso-española.

En 2009, la Junta de Extremadura concedió a la población de Barrancos la medalla de la región. En 2010, los pueblos de Oliva de la Frontera y Barrancos levantaron monumentos memoriales conmemorativos, en recuerdo de aquellos hechos, y en la localidad portuguesa una calle lleva el nombre del teniente Seixas. Peor no fue hasta 2014 que la hazaña personal del teniente Seixas no tuvo el reconocimiento oficial que merecía.

Conocido como el Schlinder portugués, el mérito de Seixas fue el de anteponer su sentido de la justicia, del honor y de sus valores humanos, por encima de las órdenes contrarias a ellos que recibía, siendo plenamente consciente de que su actuación acabaría siendo la causa de su caída y castigo.

En ambos casos, primero el portugués y luego el alemán, dos personas pusieron en riesgo sus carreras y sus vidas para apostar por la conciencia y los principios humanitarios. Eso fue lo que les llevó a salvar la vida de miles de personas. Sin embargo, mientras Schindler se ha convertido en un personaje famoso de la historia, principalmente gracias a Hollywood, Seixas pasó totalmente desapercibido hasta hace relativamente poco.