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El nuevo traje del emperador y el triste papel de la prensa ecuatoriana

La consolidación de la derecha en Ecuador, como en otros países de la región, se apoya en el poder que detentan los sectores hegemónicos para operar y desplazar a quienes los enfrentan o los molestan. Una de las herramientas preferidas para esta cometida ha sido la utilización de la prensa privada como punta de lanza para, de manera deliberada, distorsionar la realidad a fin de incidir en la opinión pública.

La fórmula es siempre la misma, se repiten mensajes sin sustento ad infinitum y se manipulan las emociones para progresivamente establecer “verdades irrebatibles” a pesar de ser falacias de su propia creación. La prensa ecuatoriana se ha encargado de repetir mensajes, por más ilógicos e increíbles, que empiezan a cuajar en la psiquis colectiva y consolidar una “nueva realidad”.

La posverdad, como se le ha llamado a este fenómeno, no es más que una mentira repetida hasta el hastío, con el objetivo de inundar todos los medios al alcance de un discurso dominante. A pesar de toda la información disponible, cada vez es más difícil conocer qué es verdadero o falso. Cuando las falacias son desmontadas ya es demasiado tarde, el daño ha sido consumado y la honorabilidad de las personas publicas ha sido destrozada. En un círculo vicioso permanente, los personajes del momento logran plasmar en el discurso político su criterio, con motivo de revancha o calumnia.

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En la posverdad se tapan los hechos, no se los considera, se los pasa por alto como si no existieran, y al mismo tiempo se miente de forma cínica. Los hechos objetivos verificables son irrelevantes, lo que importa es la formación de opinión pública y la apelación a las emociones más primitivas. Sin embargo, esto ha repercutido en la calidad del debate nacional y una distorsión de las demandas de la ciudadanía por una transformación genuina en la forma de hacer política en el Ecuador.

La presente coyuntura nos aproxima a una estrategia tripartita que involucra el control del Estado, el poder mediático y la justicia. En una arremetida descomunal, la derecha en dos años ha logrado legitimarse (parcialmente) adecuándose a los preceptos de una reinstitucionalización que solo ellos consideraban necesaria.

En un inicio, el gobierno de Lenín Moreno intentó convertirse en un exponente del empleo y difusión de la posverdad para ganar consciencias, incubar subjetividad social e impunidad para aplicar una política reaccionaria y neoliberal. El problema fue que Moreno era un pésimo orador, que contaba falsedades descabelladas, se desviaba del discurso establecido con diatribas sobre la metafísica, además de contradecirse a cada paso.

Los incidentes vergonzosos en foros internacionales al respecto son varios y son de conocimiento público no gracias a la prensa, sino a pesar de ella. En su papel protector, la prensa privada ha asumido la ingrata tarea de blindar al gobierno en cada uno de sus disparates. La complejidad de su tarea yace en que Lenín Moreno no es particularmente un personaje de su agrado, sin embargo por los acuerdos y promesas, se ve obligada a intentar solapar el desastre.

Así hemos observado a voceros y “generadores de opinión” intentar plasmar en el imaginario público la imagen de un gobierno que dista mucho de la realidad. Convirtiendo sus opiniones en “verdad”, han dictaminado con prejuicio y cierto moralismo el bien y el mal. Hemos llegado al punto en que nadie en el país cree que Moreno sea honesto, transparente o que tenga las necesidades de la ciudadanía como prioridad. La credibilidad del presidente y, por tanto, de la prensa, se ha deteriorado tanto que es simplemente imposible considerar cualquier cosa que diga.

Lanzan globos de ensayo, cortinas de humo, si se quiere, para distraer del hecho que el gobierno es uno de los más inoperantes de la historia reciente del país. Los medios de comunicación flagrantemente intentan ocultar las profundas deficiencias del gobierno y sus operadores.

Son múltiples los casos de distorsión de la realidad en los que ha caído la prensa como por ejemplo el caso del supuesto espionaje que realizaba el expresidente Rafael Correa mediante su teléfono celular desde Bélgica; los cobros indebidos por parte de GEA a usuarios de la banca privada perteneciente un Consejero de Gobierno de Lenín Moreno; las cuentas offshore del Vicepresidente Otto Sonnenholzner; la venta de cargos públicos incluyendo ministerios; la fraudulenta organización y convocatoria de una consulta popular sin aval constitucional; el ficticio sobre endeudamiento del gobierno predecesor; las tremendas irregularidades en la reciente contienda electoral; la negociación de la entrega de Julián Assange al gobierno británico a cambio de apoyo multilateral; los condicionamientos impuestos por el Fondo Monetario Internacional.

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Y muchas otras más en que las palabras de la prensa y el gobierno han sido desmentidas y desmontadas por múltiples fuentes sin repercusión alguna. También lo hacen para distraer de los graves indicios de corrupción que implican a Moreno, a su familia y sus allegados por supuestas coimas recibidas de Sinohydro en el proyecto estratégico del Coca Codo Sinclair.

El papel que ha asumido la prensa privada ha sido lamentable por dos motivos particulares. El primero, actúa en favor de los grandes grupos económicos y en contra de los intereses de la ciudadanía. El segundo, ha sufrido un fuerte golpe a su ya menguante credibilidad por proteger a un personaje simplemente incompetente a fin de facilitar la aplicación de la agenda política y económica de dichos grupos y de la embajada norteamericana cuya influencia en asunto internos es más pronunciada.

La estrategia del “golpe blando” ha sido acompañada de un blanqueo comunicacional que deliberadamente ha ignorado el impacto social del desmontaje institucional y la persecución política que han emprendido los actores políticos nuevamente potenciados.

La prensa ecuatoriana ha utilizado el trasnochado argumento de la corrupción para justificar una inquisición moderna. Sus acciones de ninguna forma han sido desinteresadas, en nombre del país o su democracia, como se lo pretende hacer creer. Al contrario, a poco hacerse del poder los grupos económicos tuvieron la misión primordial de rehacer el poder a las élites, sea en el ámbito económico-financiero, sea en el mediático, y, al mismo tiempo ponerse a las órdenes de la embajada norteamericana, a favor de las multinacionales que ven en la incipiente industria minera y la renegociación petrolera gran potencial de explotación convirtiéndonos nuevamente en lo que André Gunder Frank denominó un lumpen-Estado obsecuente a intereses geo-estratégicos ajenos.

A falta de una cohesión organizativa, la alianza espuria de sectores derechistas ha encontrado resquicios que les ha permitido momentáneamente sacar del camino a sus detractores y opositores. Los esfuerzos de la prensa por institucionalizar su opinión o matriz de desinformación son una farsa que no se acepta los hechos. Hechos que curiosamente se vuelven más evidentes para el ciudadano común cuando las contradicciones son tan evidentes.

La prensa ha fracasado en blindar al gobierno y su inoperancia supina. Así, la ciudadanía ha notado que el emperador está desnudo, sirve a otro amo que no es el soberano y nos conduce a un abismo.