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La ultraderecha y su propuesta de ocupación arrasan en las elecciones de Israel

Este martes 9 de abril se celebraron elecciones legislativas en Israel, disputándose los distintos partidos los 120 escaños en que se compone el Knéset, Parlamento del Estado israelí. Aunque todavía no se han publicado los resultados definitivos, con el 94% escrutado ya sabemos que se ha producido un empate entre los dos grandes candidatos a ganar las elecciones: el Likud, partido del primer ministro Benjamín Netanyahu, y el partido Azul y Blanco, coalición electoral liderada por Benny Gantz y Yair Lapid.

Según se desprende de los resultados todavía provisionales, el Likud y Azul y Blanco empatarían con 35 escaños cada uno, seguidos de lejos por el Shas y Yahadut Hatorah, ambos partidos ultraortodoxos y que obtendrían 8 representantes, y las formaciones de izquierdas Jadash/Ta’al -que se han presentado en coalición- y el Partido Laborista, que se quedarían con 6.

El resto de partidos que han logrado ingresar en el hemiciclo son Israel Beitenu (5 diputados), Unión de Partidos de Derecha (5), Meretz (4), Kulanu (4) y la coalición formada por Lista Árabe UnidaBalad (4).

La campaña electoral ha sido una auténtica batalla mediática entre los dos principales contendientes, remarcando el perfil ultraderechista del Likud de Netanyahu. Desde su regreso al poder, en marzo de 2009, el primer ministro israelí ha conseguido desplazar buena parte de la sociedad hacia la derecha gracias a sus discursos extremistas y al apoyo implícito a la política de colonización emprendida por judíos ortodoxos radicalizados.

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Hasta hace poco, Benjamín Netanyahu estaba solo, con pocos apoyos explícitos a sus políticas derechistas, pero con la llegada de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos, la situación ha dado un giro de 180º. En primer lugar, con el reconocimiento de Jerusalén como capital de Israel, medida que ningún presidente del mundo se había atrevido a tomar hasta ese momento; en segundo lugar, el reconocimiento de la soberanía israelí sobre los Altos del Golán, ocupados por Israel durante la Guerra de los Seis Días (1967) y la Guerra del Yom Kipur (1973); y, hace pocos días, la designación de la Guardia Revolucionaria de Irán como grupo terrorista.

En los últimos años, Netanyahu ha estado realizando y prometiendo políticas en contra de todas las resoluciones de las Naciones Unidas sobre el conflicto árabe-israelí. Desde la limitación de derechos a la población árabe, la expulsión de miles de inmigrantes africanos, el apoyo implícito a la construcción de colonias judías en regiones teóricamente controladas por la Autoridad Nacional Palestina o el aumento de un discurso extremista y cercano al fascismo, como apuntan distintos sectores de la izquierda israelí.

Donald Trump no es el único y nuevo aliado de Netanyahu. Hace poco, el primer ministro israelí recibió la visita en Israel del nuevo presidente del Brasil, el también fascista Jair Bolsonaro. Esta visita, en medio de la campaña electoral, era una muestra del apoyo que prestan tanto Trump como Bolsonaro a las políticas de Tel Aviv, y un claro aviso a la población israelí.

El mismo martes por la noche, Netanyahu celebraba los resultados, en los que la derecha ha obtenido una clara ventaja. El primer ministro aseguró que intentaría formar un gobierno lo más pronto posible; el resto de partidos de derechas con representación parlamentaria ya ha asegurado que darán su apoyo al actual premier.

Aunque en Israel hace años que vivimos una escalada derechista, con los nuevos apoyos internacionales, por fin, Netanyahu tiene vía libre para desarrollar su programa. Y este pasa por la completa anexión de los territorios palestinos que le quedan por conquistar. El gran sueño de la derecha israelí y los ortodoxos es completar la ocupación y, con el tiempo, expulsar a los árabes.

Con el caso de Israel hay un problema de calado: es muy complicado hacer un análisis objetivo de la situación política en ese Estado sin que surja la típica acusación de antisemitismo. En España una de las principales abanderadas del Estado israelí es Pilar Rahola, filóloga y escritora que defiende a capa y espada cualquier actuación del poder ejecutivo israelí, acusando a cualquiera que opine distinto de antisemitismo y antisionismo.

Hay dos cosas completamente distintas: por un lado, está el Estado de Israel, que se está convirtiendo en una dictadura democrática según aseguran muchos expertos israelitas judíos que viven en el país; y, por el otro, los judíos, que son un pueblo, formado por distintas personas de distintas procedencias, que siguen la fe judía. En Irán existe una corriente judía contraria al Estado de Israel. Hay judíos en todo el mundo, que no son culpables en ningún caso de las políticas del ejecutivo de Netanyahu.

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El problema de asociar Israel con los judíos, como hacen personas como Rahola cuando llaman antisemitas a aquellos que critican las políticas israelíes, es que acaban provocando que estas mismas personas acaben asociando a los judíos con Israel. Y esto sí puede conducir al antisemitismo.

Desde hace años existe una asociación, BDS (Boicot, Desinversiones, Sanciones), que intenta que la comunidad internacional ejerza la misma presión que se ejerció contra Sudáfrica cuando mantenía el sistema del Apartheid, considerando que lo que está pasando actualmente en Israel es parecido. Evidentemente, esta agrupación también es atacada por antisemita, aunque precisamente intenta velar por los intereses de las minorías israelitas, entre ellas la árabe, pero también la cristiana.

El problema en Israel se está acentuando; con el apoyo de líderes mundiales como Trump, Netanyahu se siente fuerte por acabar de extremizar las políticas estatales. Defender la postura de Israel no es proteger a los judíos: es colocarlos en el punto de mira. Todos los fascismos son malos, vengan de donde vengan.