El pasado domingo 20 de mayo se celebraron en Venezuela unas importantísimas elecciones presidenciales. El país suramericano sufre enormes presiones diplomáticas y económicas que provienen tanto del exterior como del interior de sus fronteras. Presiones que en ocasiones se conectan para desabastecer de productos de primera necesidad la nación gobernada por Nicolás Maduro.
La abstención se hizo presente abultadamente en la jornada electoral, dando un aviso a la dirigencia del chavismo, quizá el último antes de perder el poder que conquistó Hugo Chávez en 1998. El desabastecimiento y la subida de precios debe acabar ya. La oposición que lo fomenta, profundizará en él. El Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) y sus aliados deberán, ahora sí, vencerlo.
Nicolás Maduro
Que el presidente de Venezuela haya llegado a estas elecciones políticamente vivo ha sido una victoria que le corresponde íntegramente a él. A su inesperada inteligencia política. Nicolás Maduro ha sido capaz de mantener la política social desarrollada por la Revolución Bolivariana desde 2003, pese al durísimo golpe que supuso la bajada de los precios del petróleo impulsada por Estados Unidos (EEUU) para desestabilizar la economía de Venezuela.
Maduro consiguió desarticular las guarimbas que desangraban el país con la convocatoria de la Asamblea Nacional Constituyente (ANC), acabando de paso con la matriz mediática que nació junto a la violencia opositora, que lo señalaba a él como ejecutor de las muertes provocadas por las guarimbas, pese a que la mayoría de ellas eran producidas, directa o directamente por la oposición.
El líder del ejecutivo venezolano también superó -a medias- el desabastecimiento de alimentos provocado por el boicot de los empresarios y las sanciones de la Administración Trump. Los Comités Locales de Abastecimiento y Producción (CLAP) han servido para que el desabastecimiento no se haya convertido en una crisis humanitaria.
Sin embargo, Nicolás Maduro ha sido incapaz de mantener la base social legada por Hugo Chávez. Desde la muerte del líder bolivariano, el chavismo no ha parado de perder votos en una tendencia que no parece haber encontrado suelo. Los líderes del PSUV se encuentran anclados en los ocho millones de votos logrados por Chávez en 2012. Una cifra que ya no aspiran a superar, solo a igualar. Pese a que desde 2012 hasta ahora haya en Venezuela dos millones más de votantes.
La dirección del PSUV ya erró al contar como suyos todos los votos de la ANC, cuando lo que sucedió fue que muchos opositores querían acabar con la violencia que habían desatado sus líderes de la MUD, no porque les pareciera mal la muerte de chavistas o de sus propios jóvenes opositores para crear mártires que tirar a la cara de Maduro, sino porque los guarimberos se crecieron llegando hasta sus barrios y negocios, lo que les afectó directamente. El chavismo confundió ese voto prestado con un voto recuperado de 2012.
Tomando como referencia esa cifra, y considerando que el chavismo se ha estancado y no ha conseguido conquistar a ninguno de los nuevos votantes que se han añadido al censo electoral desde 2012, casi 1,5 millones de electores chavistas se han quedado en casa durante las presidenciales del domingo. Una desmovilización que debería llamar la atención del Gobierno de Venezuela.
Esos votantes que se han quedado en casa, no han querido salir a dar una nueva oportunidad a Nicolás Maduro, cansados del desabastecimiento de alimentos y medicinas, hartos del alza de precios que anulan las continuas subidas de salarios del presidente. A la vista está que esa masa electoral no apoya a la oposición, con su abstención han querido castigar al gobierno del Frente Amplio de la Patria.
Las justificaciones de Nicolás Maduro en las que culpa a las sanciones y al boicot empresarial de los males que azotan Venezuela ya no son creíbles para ese millón y medio de venezolanos que tuvieron cosas mejores que hacer que depositar el voto en la urna. Maduro prometió que la ANC acabaría con esos problemas, más de 8 millones de personas acudieron a votar creyendo sus palabras, y a día de hoy no han visto resultados palpables en su vida cotidiana.
Si el chavismo quiere empezar a recuperar votantes, e incluso ganar nuevos, debe dejar de culpar a terceros de lo que sucede en Venezuela. Hace un año eran necesarias denuncias de un plan golpista. Hoy, tras repetirlas sin descanso, suenan a justificaciones de un trabajo mal acabado. Nicolás Maduro ha hecho autocrítica en la campaña electoral y ha marcado los puntos a seguir para superar la situación en la que se encuentran millones de venezolanos, que pasa por una profundización del socialismo que planeó Chávez en 2012 -industrialización, abandono del modelo rentista petrolero y creación del estado comunal-.
El futuro de la Revolución Bolivariana depende de que esas palabras se conviertan en hechos. En 2017 a la base electoral chavista le preocupaba quién estaba detrás del boicot, las guarimbas y las sanciones. Apoyaron al PSUV y sus aliados en la ANC, en las elecciones regionales y en las municipales. Ahora lo que quieren tras haber confiado su voto a la revolución, es el fin del desabastecimiento y del alza de los precios. De no hacerlo, los 1,5 millones de chavistas que ya no quieren dar más oportunidades a Nicolás Maduro seguirán aumentado.
Henri Falcón
El político neoliberal se apuntó a las elecciones no para participar en la lucha que sostienen el gobierno y la oposición, con el primero intentando solucionar los problemas mediante cauces democráticos -como las elecciones presidenciales-, y el segundo apostando por un golpe de estado. Sino para favorecer su interés personal.
El líder de Avanzada Progresista (AP) pensó que a partir del 21 de mayo se convertiría en el nuevo interlocutor de la oposición con el gobierno, aprovechando el llamado a la abstención efectuado por el Frente Amplio Venezuela Libre (FAVL). Falcón sobrestimó su carisma y su capital político a la vez que infravaloró el aparato mediático de los sectores abstencionistas de la derecha venezolana.
El antiguo chavista creyó que podía representar a los 7 millones de votantes que apoyaron a Henrique Capriles Radonsky cuando él mismo lideró su campaña electoral en 2013. Sin embargo no ha sido capaz de sobreponerse a los ataques mediáticos de la mayoría de los medios de comunicación venezolanos que sostuvieron a Capriles en 2013, y que en las últimas semanas se han volcado en apoyar la abstención construyendo un relato en el que la participación de Falcón en las presidenciales lo convertía en un traidor que siempre había estado del lado del chavismo.
Tras ser revelados los resultados electorales, avalados por los observadores electorales de todas las tendencias políticas, y ver su escaso apoyo en las urnas (1,9 millones), Henri Falcón ha vuelto a cometer traición. Pero ahora contra sí mismo. En una actuación de las que entierran carreras políticas, el líder de AP se ha desdicho de todo lo que ha sostenido desde que anunció su candidatura presidencial para volver a hacer suyo el discurso abstencionista del FAVL.
Sin pruebas que avalen el fraude que denuncia, con su firma -la tinta todavía está fresca- en los documentos del Consejo Nacional Electoral (CNE) que muestran su confianza en el sistema electoral venezolano después de someterlo a varias pruebas y auditorías, habiendo cargado a diario contra la estrategia abstencionista del FAVL, Henri Falcón quiere volver varios meses atrás perdiendo toda credibilidad, simple y llanamente porque los venezolanos no han acompañado su propuesta.
Nicolás Maduro lo ha llamado al diálogo, tendiéndole la última escalerilla antes de que todo explote. Si Henri Falcón lo acepta, podría comenzar su carrera hacia el liderazgo de la oposición, ya que el FAVL tampoco ha tenido tanto apoyo como para invalidar al líder de AP. Si lo rechaza, deberá volver con la cabeza agachada al seno de la extrema derecha venezolana, que seguramente lo rechazará ya que si toma esa decisión, será un cadáver político.
Frente Amplio Venezuela Libre
El FAVL es la derecha radical de Venezuela. Guiado por el Departamento de Estado de los EEUU, ha regalado a Nicolás Maduro la reelección en la presidencia del país caribeño. De haberse presentado unida y haber conservado los votos obtenidos en 2013, a estas horas ya estaría celebrando su más importante victoria electoral desde principios de los años 90.
Tras impulsar sanciones económicas desde el exterior, lideradas por Donald Trump, ejecutar las guarimbas, provocar desabastecimiento, y especular para lograr una subida sostenida de los precios de productos de primera necesidad con el objetivo de derrocar a Nicolás Maduro, la ultraderecha venezolana no ha sabido aprovechar las condiciones creadas por su golpe de estado continuado.
Al culminar las elecciones, Nicolás Maduro ya había derrotado esta estrategia abstencionista, porque Rusia, China, India y la mayoría de países de África, Asia y América Latina, reconocían al instante los resultados anunciados por el CNE, sin importar la abstención que hubiera.
Es cierto que al ser tan alta, la abstención en las presidenciales mantiene abierta la vía de las sanciones, pero tras el toque de atención recibido por el chavismo que le ha supuesto perder 1,5 millones de votos, es difícil que Nicolás Maduro no implemente con mano dura y celeridad las acciones necesarias para acabar con la evasión de alimentos, el tráfico de medicamentos y la subida de precios. Lo que cerraría el camino golpista que la oposición comenzó a transitar en 2013.
El FAVL, a causa de sus propios errores, ha perdido desde el inicio de las guarimbas su poder de convocatoria en las calles, su poder en la Asamblea Nacional y gran parte de su poder regional y municipal, por lo que si el gobierno liderado por Nicolás Maduro es capaz de implementar leyes que reconduzcan la situación, y el Petro logra evitar las sanciones de EEUU y sus países aliados, a la oposición no le quedaría más remedio que volver al camino electoral, un escenario en que el chavismo parece dominar la situación de manera cómoda hasta ahora.
Como era de esperar, la extrema derecha venezolana ha reclamado para sí los 12 millones de votos que se han abstenido, generando una matriz de opinión que los señala como mayoría. Sin embargo no se pueden atribuir al conjunto de la masa abstencionista por diferentes razones.
La media de la abstención en las elecciones presidenciales de Venezuela ronda el 27%, lo que supone 5,6 millones de ciudadanos que nunca van a ejercer, se llame a la abstención o no. El chavismo ha enviado a la abstención a 1,5 millones de su base electoral, que los ha castigado por no solucionar el desabastecimiento y la subida de precios con la instalación de la ANC y la mayoría en las gobernaciones y alcaldías.
Por tanto el FAVL podría adjudicarse, de manera legítima, unos 5 millones de los 12 que se han abstenido en estas presidenciales. Lo que los pondría por delante de Falcón pero bastante por detrás de Nicolás Maduro, habiendo perdido incluso más apoyo que el chavismo.
El toque de atención dado por los ciudadanos que se identifican con la oposición a sus dirigentes también ha sido llamativo, ya que la derecha venezolana obtuvo en 2013 7,3 millones de votos que a día de hoy, ha caído a 5 millones. Lo que supone una pérdida de 2 millones de votantes.
Los dos grandes bloques que dominan la política venezolana han perdido mucho apoyo a causa de las últimas decisiones tomadas por los líderes de ambos movimientos. Sin embargo, cualquiera de los dos, o incluso ambos, podrían recuperarse, ya que no existe por ahora una tercera opción que rompa con lo establecido en 1999.
Dependerá de la capacidad de autocrítica con la que cuente cada una de las dos principales direcciones políticas, y de la voluntad que tengan para aplicar los cambios que sus electores desean para volver a ilusionarse con la idea de votar por ellos. Una nueva etapa comienza en Venezuela y cualquiera de los dos bloques históricos surgidos tras la primera victoria de Chávez puede dominarla.