La necrológica, género cultural predilecto en España, sirve habitualmente para venerar a un personaje histórico coincidiendo con el aniversario de su deceso. Sin embargo, a 18 de octubre de 2008, en el 63 aniversario de la muerte del gran filósofo español José Ortega y Gasset, aprovecharemos la penuria y el lamento que conlleva la pérdida de una figura tan notoria para destacar las sombras de un pensamiento casi brillante.
Como dijo Arturo Pérez-Reverte: “La moda actual consiste en desmitificar a los grandes hombres”. Y como no me gusta llevarle la contraria a un periodista de referencia a pesar de nuestras discrepancias, en este artículo he venido a sumarme a las tendencias. Hoy seré honrada, pero no honraré.
Bienvenidos a: “Cómo dudar de la palabra de los ilustres”. En este episodio: “Ortega y Gasset y el hombre-masa”
¿Quién fue José Ortega y Gasset?
José Ortega y Gasset (Madrid, 9 de mayo de 1883, 18 de octubre de 1955) es un filósofo español de principios del siglo XX. Procedente de una familia liberal y burguesa, Ortega pudo estudiar en las mejores universidades del momento, doctorándose en filosofía por la Universidad de Madrid y continuando su aprendizaje en Alemania.
La forma de pensamiento de Ortega y Gasset ha sido definida como raciovitalismo, por tratarse de una corriente propia situada entre el racionalismo y el vitalismo. Esta posición perspectivista y circunstancialista se explica con la más célebre fase del autor en Meditaciones del Quijote (1914): “Yo soy yo y mis circunstancias”. Dicha máxima plantea que nosotros no somos un individuo aislado del mundo exterior, sino que nuestras circunstancias moldean una parte de nuestra individualidad para dar lugar a nuestra personalidad completa. Este pensamiento propio de la literatura realista y naturalista se debía en parte al contacto que el pensador mantuvo con los miembros de la Generación del 98. Más tarde, sería el propio Ortega el que serviría como referente a la Generación del 27.
Además de haber escrito multiplicidad de obras y ensayos, Ortega y Gasset fue el máximo exponente de la filosofía española en aquellos tiempos llegando a ser uno de los autores europeos más consagrados. Ortega escribía asiduamente en los diarios más prestigiosos de España y fue el fundador de Revista de Occidente, una de las publicaciones culturales más importantes de La Edad de Plata en España y aún existente. También fue diputado por León durante la II República en la Agrupación al Servicio de la República.
El hecho de las algomeraciones
La sombra de un intelectual malhumorado
A pesar de la grandeza y del alcance que el huraño filósofo tuvo en su época, Ortega cuenta dentro de su vida y obra con una gran cantidad de actos y palabras reprobables hasta para su época. Si bien todo humano tiene derecho a contradecirse, exagerar o cambiar de opinión, los postulados del ensayista madrileño mantienen una terrible constante dentro de toda la trayectoria intelectual del filósofo: el clasismo llevado al extremo. Un clasismo jerarquizante materializado dentro de su obra que cuenta tanto con ideas acertadas como con una gran cantidad de falacias destinadas a apoyar una teoría insostenible y antidemocrática.
Incluso cuando el propio Ortega fue durante la mayoría de su existencia un demócrata no muy convencido, el texto El hecho de las aglomeraciones de La rebelión de las masas y sus planteamientos sobre el hombre mediocre, la hiperdemocracia y la pérdida de poder de las élites resultan ampliamente criticables en varios puntos. En esta sencilla y breve reflexión de la que recomiendo su lectura, José Ortega y Gasset habla de que la élite ha perdido su espacio frente a una masa cada vez más poderosa, que el hombre-masa -poco ilustrado, sin motivación para prosperar y vacío de mente- ha usurpado lugares construidos gracias a siglos de civilización, gracias a esa jerarquía que ponía al arquitecto al frente y al obrero al merced de los poderosos.
La hiperdemocracia: el gobierno de la muchedumbre
Para Ortega, la sociedad se rompe cuando una masa cada vez más ruidosa toma el poder. Esta masa es, a su vez, mediocre y difícil de gobernar. Por lo tanto, una vez las instituciones y lugares correspondientes a las clases dominantes son tomadas por las aglomeraciones, el orden natural se quiebra sembrando el caos en la sociedad.
Este manifiesto que puede parecer, a priori, más clasista de lo que realmente es, termina su reflexión explicando que el concepto de masa no siempre equivale a las personas pobres o poco formadas, sino que el hombre-masa es únicamente aquel que cree saberlo todo y que no tiene voluntad de prosperar y aprender de los mejores. Aunque no tenga talento, una persona no pertenece al vulgo siempre y cuando quiera salir de su ignorancia, sin dejarse guiar por el rebaño.
Aquí se puede observar que Ortega y Gasset peca del mismo populismo al que ataca, pues con este alegato cumple con una función puramente publicitaria dando a entender que, aunque el lector no pertenezca a la clase privilegiada, el hecho de estar sosteniendo entre sus manos el diario El Sol (donde se publicó primeramente este artículo) le convierte en una persona en busca de la intelectualidad y, por ende, en alguien muy alejado del concepto de masa.
La filosofía como arma de guerra
Al finalizar su alegato, Ortega nos anima además a abandonar la masa junto con otros individuos rezagados en busca de un objetivo común fuera del modo de vida llano. El principal inconveniente de este postulado radica en que el concepto de masa es de por sí tan abstracto que cualquier lector que se crea fuera de él va a tener siempre en mente que ciertos grupos o personas pertenecen a esa aglomeración despreciable. Pueden así ser masa (y a la vez no serlo): los movimientos obreros que buscan cambiar las bases del poder, los amantes de la música popular, una determinada etnia discriminada o incluso los ricos que fingen poseer un nivel cultural acorde a su clase social.
Esta división tan vagamente definida resulta pueril, abstracta y con poca validez. La paradógica conclusión de la hiperdemocracia, que afirma que son las aglomeraciones las que tienen poder, añade además peligro al comunicado del filósofo. Con el pánico a “las masas”, cualquier grupo descontento de cualquier signo puede tomarse en serio la lucha contra quien él considere oportuno buscando eliminar esa supuesta hiperdemocracia y transformando ese liberalismo asociativo en puro fascismo.
Dejando el concepto de masa en un contexto arbitrario, los peores escenarios se pueden dibujar. Y diríamos que no fue culpa de Ortega y Gasset -como no lo fue en el caso de Nietzsche con Hitler– si no se incitase a un cierto deploro de una forma tan evidente.
El hecho de las opresiones
Si esta interpretación tan radical del pensamiento orteguiano es la que realmente ha prosperado junto con otras reflexiones criticables que mencionaré en posteriores artículos, no es de extrañar que una institución histórica de enseñanza en España como son los salesianos haya mostrado a sus alumnos vídeos donde se comenta que los ricos son exitosos y que los pobres son mediocres. Vídeo que justifica la opresión económica contra las clases bajas.
Esto demuestra que hecho de las opresiones sigue siendo más real que el de las aglomeraciones. Mientras que un exceso de libertad trae problemas, un exceso de opresión es un problema. Un sistema financiero que ahoga a los pobres y no los permite prosperar es una forma de opresión innegable. No entender esto significa no comprender la justicia de la sociedad.
La filosofía como arma de guerra puede ser tomada en su fase de metal sin forjar, pero si tú mismo afilas la espalda tu valor como pensador se vuelve algo político. Si además añades un afán de despreciar al oprimido, tu valor humano se reduce drásticamente. Cuando Ortega habla de hiperdemocracia, solo denosta al sistema representativo actual. La democracia no puede ser llamada hiperdemocracia si consideramos que cada individuo vale lo mismo.
Por eso, cuando el torero Rafael “El Gallo” le dijo a José Ortega y Gasset refiriéndose a su extraña profesión de filósofo que “hay gente pa tó” demostró más respeto por la filosofía de la que nuestro insigne pensador demostró por la mayoría de la humanidad.
“Hay gente pa tó”, rebuznaba el matador. “Hay gente pa ná”, escribía el intelectual.