Asistimos, quizá, a los tiempos más convulsos desde el intento de golpe de estado del 23 de febrero de 1981. En el escenario político, temas tan diversos como la independencia de Cataluña, el creciente enaltecimiento de la dictadura franquista o la irrupción del partido de extrema derecha VOX. Y junto a todo ello, la ignorancia orgullosa se abre camino como cuchillo en mantequilla.
Nos venimos percatando en las últimas décadas de cómo los discursos simplistas y con argumentos fáciles de desmontar, se están apoderando de buena parte de la población española. Cada argumento se convierte en un mantra, en un tótem, como una vaca en la India. Argumentos que se usan como arma arrojadiza contra cualquier colectivo -feminismo, inmigrantes, comunistas…-. Discursos y argumentos que aquellas mentes incapaces de cuestionar nada, los convierten en algo intangible pero que hay que defender, aunque el argumento sea fácil de desmontar hasta para un niño de 15 años.
El enaltecimiento de la ignorancia está de moda en España. Ahora mismo, en cualquier lugar de este país, alguien está escuchando por la televisión o por la radio, que los inmigrantes reciben una paga nada más pisar suelo español. Por mucho que a cualquiera con dos dedos de frente, creer eso le parezca una aberración, está pasando. “Yo no soy racista, pero…“. Lo que sigue tras esos puntos suspensivos debería ser “… soy un ignorante“.
Pero no es, la española, una ignorancia cualquiera. Es una ignorancia hereditaria de abuelos a sus hijos, y de estos a los suyos. Es la falta de una filosofía que durante 40 años y más, nadie se ha preocupado de instalar. Una filosofía que conciba que la criptonita de la ignorancia es cuestionar, no tomar por ciertas las palabras que un lunático vomite en un mitin ante miles de personas.
Vivimos en la era de la información, información al alcance de todos, quien más o quien menos, tiene acceso a información valiosa que sirva para que la próxima vez que se oiga a ese lunático repetir el mismo discurso una y otra vez, apaguemos la televisión y desechemos ese argumentario machista, racista y homófobo.
Porque hay algo peor que la ignorancia y la incapacidad de cuestionar, y es presumir de esa ignorancia, sacarla bajo palio -que aquí somos muy de sacar a gente bajo palio-, atacar a quien te invita al mundo de los datos reales, del contraste y del pensar si eso que dice ese tipo es cierto o no.
¿Os acordáis cuando éramos pequeños y nos tenían que trocear el filete porque apenas sabíamos coger el cuchillo y el tenedor? Y no nos masticaban la carne porque ya teníamos dientes para ello.
Pues todavía hay gente adulta que con el pensamiento le pasa lo mismo. Y lo peor es que tienen a su alcance poder coger el cuchillo y el tenedor, con el agravante de que no saben masticar ni sus propias convicciones.