8 de marzo: la lucha morada
Eran las 12 de la mañana y bajo el sonido del reloj del Ayuntamiento de Valencia nuestras voces se unieron al unísono. Aquel 8 de marzo salimos a la calle miles de personas, miles de mujeres, todas luchadoras, unidas por una batalla común. Y así estaba Valencia, teñida de morado y con gritos que reclamaban derechos e igualdades. El feminismo había irrumpido en sus calles y no había forma de callarlo:
“Luego diréis que somos cinco o seis”
“Visca, visca, visca, la lluita feminista”
“No es no”
“No es un caso aislado, se llama patriarcado“
“Vosaltres masclistes, sou els terroristes”
De manera casi automática, al mirar todas las caras que gritaban con furia, sentí una mezcla entre emoción y tristeza. ¿Por qué estar ahí? ¿Cuántos años más tendríamos que volver a salir a las calles? ¿Por qué nadie me explicó que algún día tendría que hacerlo? ¿Seríamos algún día libres? Pero, desgraciadamente ninguna de mis preguntas obtuvieron su respuesta, pues la lucha no había hecho más que comenzar.
Porque la brecha salarial supera el 20% en algunos sectores, porque son las mujeres las que renuncian a su empleo para dedicarse a la familia, porque la mujer continúa siendo víctima de agresiones machistas, porque son violadas, asesinadas e invisibilizadas, porque sigue teniendo dificultades para acceder a los puestos de poder, porque las mujeres sufren más la precaridad, la desigualdad y las injusticias de nuestra sociedad, y porque ya son demasiados años en los que la mujer reivindica sus derechos y continúa sin conseguirlos.
Islandia fue, en este contexto, el primer país en 1975 en conovocar una huelga de paro feminista. Aquel día, el 90% de las mujeres estaban de huelga y muchas tiendas, empresas y negocios hubieron de cerrar sus puertas paralizando así, el país. El 8 de marzo del 2000 se convocó la Huelga Mundial de las Mujeres, cuya segunda edición tuvo lugar en 2001. Este año han participado más de 170 países y cada vez el número de manifestantes es mayor. España, Argentina, Chile, Bélgica, Portugal, Alemania, Italia…
Aquel 8 de marzo, estuvimos un paso más cerca de alcanzar la igualdad, de ser libres. Mostramos nuestro descontento, nuestra furia y nuestra rabia; nadie pudo callarnos y por un día todas tuvimos voz. Aquel día, llegamos a casa sabiendo que habíamos hecho lo correcto y que debíamos continuar para construir nuestro día a día y acabar con esta desigualdad que nos mata por dentro. Aquel día, supimos todas que la lucha morada llevaba grabado en su bandera cada uno de nuestros nombres y que unidas, algún día, la lucha conseguiría darnos su fruto.