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La revancha del MIR: a propósito de las elecciones seccionales en Ecuador 2019

El domingo 24 de marzo los ecuatorianos nos pronunciaremos en las urnas por segunda vez desde la posesión de Lenín Moreno en mayo del 2017. Serán, sin embargo, las primeras elecciones seccionales desde su llegada y unas que se han publicitado como el verídico ajuste de cuentas entre el correísmo y el anti-correísmo.

El problema con esa delimitación miope de los sucesos ignora una verdadera pugna de poder entre correístas y excorreístas que la derecha retardataria ha aprovechado hábilmente para apropiarse de los estamentos del gobierno sin legitimidad alguna para hacerlo.

Como ya ha sido bien documentada, la traición de Lenín Moreno a su base social y a la estructura partidista que lo llevó al poder ha significado el establecimiento de alianzas débiles de este con los rezagos de la clase política tradicional, los sectores empresariales y la banca. Matrimonio infeliz que ha llevado al gobierno de Moreno a ceder ante las presiones más mezquinas y revanchistas que se le pudieran ocurrir a estos sectores.

De los enunciados en el Plan de Gobierno de Moreno no quedan ninguno de los compromisos que él o Alianza País adquirieron con el país en campaña, pues la agenda gubernamental está dictada por los grupos de interés que ahora gobiernan a su libre albedrío. La entrega sin resistencia del poder a los carcamales de la partidocracia le ha costado apoyo popular a Moreno, de tal forma que llega a las elecciones de autoridades seccionales con una aprobación que bordea el 20% de apoyo.

A pesar de lo que pareciera estar en juego de manera superficial, detrás del ruido coyuntural se desarrolla una guerra de intereses que ha sido ignorada por la prensa privada y la clase analista por tratarse de una “bronca de izquierdas”. Se trata de la venganza de Gustavo Larrea y sus excoidearios del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) contra Rafael Correa y el socialismo del siglo XXI.

Para recapitular, Gustavo Larrea fue uno de los máximos dirigentes del MIR a fines de los años 80 y 90. Larrea jugó un papel sumamente importante en la conformación de la afamada alianza de izquierdas que se convirtió en Alianza País. Era la primera vez, luego de múltiples intentos, que las distintas facciones de izquierda del país lograran establecer acuerdos mínimos para la integración de un frente amplio. Larrea y sus allegados fueron los que lanzaron la candidatura de un desconocido y neófito de la política Rafael Correa a la presidencia de la república junto a un binomio de su línea, Lenín Moreno, en el año 2007.

Los miristas, bajo el liderazgo de Larrea, habían alcanzado altos cargos en el gobierno de Correa representando un ala radical en su interior. Progresivamente este ala fue perdiendo peso e incidencia en el gobierno de la Revolución Ciudadana hasta el punto de quiebre que fue el ataque a Angostura. Ataque que significó la salida indecorosa de Larrea del gobierno y de las esferas del poder de entonces. Humillación que nunca superaría. Así el relato que todos conocíamos hasta que recientes revelaciones sobre cuentas offshore que mantenía Moreno brindaron mayor claridad a los vacíos en la historia.

Pues ahora nos enteramos que el ala del socialismo del siglo XXI incidió en la decisión de nombrar a Jorge Glas como binomio para el segundo periodo de Correa. Se le presionó a Lenín Moreno a tomar una función secundaria, lejos de los negociados, coimas y prebendas de la cuales se sirvió. Así asume el papel de delegado en Ginebra pues había que cortarle las alas a un personaje que representaba al MIR enquistado en un gobierno que lentamente se alejaba de las viejas componendas de las izquierdas. Lo que los miristas interpretaron como una traición sin igual fue en realidad una depuración necesaria para consolidar un proyecto político que trascendiera las malas costumbres de la partidocracia.

Sin embargo, la guerra estaba anunciada. Alianza País empezó a vivir un resquebrajamiento interno que se tradujo en pugnas, desquites, amarres y una desarticulación entre facciones de la cual nunca se recuperaría. Al final del periodo presidencial, Alianza País requería un sucesor que tuviera la fortaleza de combatir la arremetida de la derecha y su maquinaria comunicacional privada al tiempo de impulsar la siguiente fase de consolidación del proyecto político de la Revolución Ciudadana. Los sondeos de opinión colocaban a todos los posibles candidatos por debajo de los candidatos presidenciales de oposición. A todos menos a Lenín Moreno quien aún gozaba de aceptación y capacidad de convocatoria.

Lo que nadie supuso fue que los miristas planeaban su revancha. Moreno llegó al poder con altísima aprobación popular, mantuvo relaciones cordiales con los correístas y sus aliados quienes le fueron impuestos desde un inicio. Progresivamente fue desenmascarándose para revelar a una figura amoral, despiadada y desvergonzada. Sin mayor capacidad de gestión, se vio obligado a trazar puentes con la oposición, ceder ante presiones y, finalmente, entregar en bandeja de oro a la figura simbólica de la continuidad del correísmo, Jorge Glas.

Eliminó de su esfera a todo remanente de la vieja guardia correísta, uno por uno fue reemplazándolos con cuotas exigidas por la partidocracia para aguantar un rato más. En el asalto, se apropió del partido Alianza País para deshuesarlo y dejarlo morir lentamente por ignominia y abandono.

En el trasfondo, Gustavo Larrea ha debido acomodarse en resquicios cada vez más pequeños de esa cueva de Alí Babá en que Moreno convirtió a Carondelet, pues los ocupantes de diferentes sectores son cada vez más numerosos. Sin embargo, ha sido lo suficientemente hábil para mantener (aunque en menor medida) algunos espacios de poder y ha logrado colocar alfiles de su confianza en sitios claves de la administración, tales como Pablo Celi (también exmirista y su compañero de trabajo en el Gobierno de Abdalá Bucaram) en la Contraloría que prácticamente se ha convertido en el brazo policial perseguidor del correísmo; María José Carrión que todavía mantiene secuestrada a la Comisión de Fiscalización de la Asamblea (sí, esa que se niega a investigar de oficio las cuentas de Moreno en paraísos fiscales); y Milton Luna en Educación, jugoso botín tanto de base política como de recursos económicos, elementos que se ajustan al objetivo de levantar electoralmente a su movimiento: Democracia Sí.

Larrea se desenvuelve en este doble juego de mantener cierta influencia en un gobierno decadente (y con cada vez más cercano plazo de expiración), y de emprender una aventura político-electoral con el fin de intentar revivir su erosionada carrera política, como si se tratase de un Maquiavelo de parque, al establecer acuerdos programáticos con quien pueda a través de su organización.

De ahí sale el auspicio decidido de Democracia Sí a la candidatura de Paco Moncayo a la alcaldía de Quito que, no está demás decirlo, es indudablemente el candidato de Lenín Moreno y del propio Mauricio Rodas quienes han acordado impunidad en el sobreprecio de 500 millones del Metro de Quito, caso sobre el que Moncayo ha señalado pública y abiertamente que no investigará en absoluto.

No es casualidad que estas figuras, tan golpeadas por su propia ineptitud intenten nuevamente surgir como opciones viables para las más altas dignidades del país. Le están apostando a que la memoria colectiva histórica es frágil, y están aprovechando un vacío de poder sin igual para meterse por la ventana y recapturar el poder a las malas, atropellando el estado de derecho y torciendo hasta las raíces las reglas de juego electorales, dividiendo el espectro político entre correístas y no correístas, cuando en realidad estamos ante un escenario en el que simplemente hay una mayoría nacional que está completamente en desacuerdo con el reparto que han protagonizado Lenín Moreno y su gavilla de transitorios, quienes no han tenido empacho en despreciar la democracia (porque podrían ganar aquellos que no les gusta), y pretenden entronizar una aristocracia en la que quienes elijan autoridades de aquí en adelante y para siempre, sean solamente ellos.

El asalto a la institucionalidad que han propiciado Moreno y Gustavo Larrea finalmente ha sido un tiro al aire. Se le entregó el poder a personajes sumamente resbalosos de la política de siempre con la esperanza de que además de establecer alianzas políticas se pudieran repartir el botín equitativamente.

Jamás supusieron que semejante entrega significara dejar al país destrozado. Hoy, los lunáticos controlan el manicomio y de paso, todas las instituciones de control y judiciales. Los resultados de la arremetida de la partidocracia son visibles en tanto la ausencia de un norte claro para el país es palpable. Los miristas esperaban una cuota de poder y su revancha, lo que recibirán será un país en ruinas.

La contienda electoral del domingo representa una última oportunidad para estos personajes a los que ya les pesan los años, pero también una ultima oportunidad para que la ciudadanía les diga basta. Las actuaciones de estos políticos en su triste trayectoria por la política ecuatoriana son bien conocidas para quien recuerda. Si la ciudadanía volviera a elegirlos para cargo alguno, no habrá aprendido las lecciones del pasado y estará destinado a la misma suerte de siempre.