La masacre franquista de Badajoz: agosto de 1936
Corría agosto de 1936 cuando Badajoz fue tomada por "la columna de la muerte", comandada por el "carnicero de Badajoz", Juan Yagüe. En cuestión de dos días, Badajoz iba a perder al 10% de su población en una brutal carnicería.
Entre los días 17 y 18 de julio de 1936 se produce el golpe de Estado de una parte del ejército contra el gobierno legítimo de la República. En la ciudad de Badajoz el golpe no tuvo, en principio, éxito, gracias principalmente al general Luis Castellón, quien estaba al mando de las tropas y permaneció leal a la República.
La conquista de Badajoz era indispensable para el bando golpista por varios motivos: por un lado, había que unir el ejército del sur, regulares marroquíes que habían cruzado el Estrecho gracias a la ayuda prestada por la Alemania de Adolf Hitler, y el ejército del norte, al mando de Emilio Mola, pudiendo así asediar Madrid; por otro lado, Badajoz era la capital de la provincia en donde meses antes de comenzar la guerra, 60.000 campesinos, descontentos por la lentitud de la Reforma Agraria, ocuparon grandes dimensiones de tierra. Había sed de venganza.
La provincia de Badajoz era, además, fronteriza con Portugal, país en el que el régimen fascista de Oliveira Salazar prestó apoyo, de facto, al bando sublevado, permitiendo, por ejemplo, la libre circulación de sus tropas, proporcionando una base aérea en la frontera y devolviendo a los republicanos que huían de la represión.
En aquella masacre hubo varios periodistas que fueron testigos de lo que allí ocurrió y que contaron en libros posteriormente, como el portugués enviado por el Diario Lisboa, Mario Neves, Marcel Dany, de la Agencia Havas o Jacques Berthet, de Le Temps. Tras aquella barbarie, los tres se dijeron que no volverían jamás a Badajoz.
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Las gentes de Badajoz empezaron a huir hacia la frontera días antes, al tiempo que conocían el avance de la “columna de la muerte” desde el sur, y a los bombardeos que sufría la ciudad.
El 13 de agosto, las tropas golpistas estaban ya a las puertas de Badajoz…
Y llegó el 14 de agosto. A las 4 de la tarde de ese día, las campanas de la ciudad tocaron a agonía.
Las columnas de Castejón y Asensio, ambas al mando superior del carnicero Yagüe, entraban en Badajoz sin pegar un solo tiro. Los últimos 150 milicianos que quedaban defendiendo la ciudad, mal armados y poco preparados, fueron ordenados a retirada ante la imposibilidad de defender la posición. La matanza va a empezar…
La matanza que siguió no obedeció a venganza alguna, ya que en la ciudad de Badajoz, con anterioridad, no se habían producido apenas actos contra los defensores del bando golpista.
Por la tarde, en la catedral, se atrincheraron 50 milicianos, que acabaron por rendirse y fueron fusilados ante el altar mayor. Inmediatamente después, comienza una brutal carnicería. 2.250 legionarios y 750 regulares marroquíes quedan sueltos por la ciudad cometiendo todo tipo de salvajadas: robos, violaciones, asesinatos… Según han contado testigos posteriormente, salir a la calle significaba cruzarte con camionetas cargadas de cadáveres.
Fueron asesinadas personas inocentes, mujeres, niños, ancianos… Contaban que muchas calles quedaron llenas de sangre coagulada.
Oficiales nazis, que habían acudido a la ciudad para aprender tácticas de represión, se dieron el repugnante gusto de fotografiar cadáveres castrados por los regulares marroquíes. Fue tal el espanto de esas imágenes, que Francisco Franco pidió a Yagüe que cesaran esas prácticas.
La locura de los falangistas, legionarios y moros rozaban los actos de necrofilia. Se hicieron verdaderas atrocidades con los cuerpos. Décadas después, testigos han contado que veían cómo paseaban cadáveres amarrados a caballos o paseaban a mujeres rapadas.
Pero si dentro de esta masacre hay un hecho que sobresale por encima de cualquier otro por su crueldad, fue lo que ocurrió en la plaza de toros de la ciudad.
En las cárceles ya no quedaba sitio para un alma más. Yagüe pensó en usar la plaza de toros. Falangistas se desplazaron incluso a Portugal en busca de refugiados huidos para poder llenar la plaza. Allí pensaban dar un festival de sangre.
Entre los llevados a la plaza, había quienes no habían participado en la guerra, bien por edad, bien por temperamento, y heridos que serían fusilados. Comenzaron a llegar camiones cargados. Les obligaban a bajar y a entrar a la plaza por la puerta de caballos y allí se hacinaban hasta no caber.
Se fijaron ametralladoras en las contrabarreras del toril. Para este espectáculo hubo entradas e invitaciones. Acudieron a las gradas señoritos y grandes terratenientes de Andalucía y Extremadura, sedientos de venganza por los años de la República.
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Fueron ejecutados milicianos, jornaleros o meros sospechosos de comulgar con ideas izquierdistas.
Las arenas del coso quedaron húmedas y rojas. Las esposas, hermanas, novias, dormían fuera de la plaza esperando noticias de sus familiares. En las tapias de los cementerios, tras los fusilamientos, amontonaban los cuerpos, los quemaban y los arrojaban a fosas comunes.
El historiador Francisco Pilo encontró a un testigo de la matanza de la plaza de toros, un funcionario del ayuntamiento que dijo:
La guardia civil fue a buscarme a mi casa a las tres de la mañana del 15 de agosto, porque había trabajo. (…). Uno de los civiles dijo que cogiera el camión del corral, que nos teníamos que ir a la plaza de toros. (…). A las tres y media llegamos a la plaza. Dentro del ruedo, a mano izquierda, había varios muertos en fila y nos dijeron que los cargáramos en el camión y nos los lleváramos al cementerio. Volvimos a la plaza y dentro había más muertos, pero no todos juntos, sino un montón aquí y otro más allá. Después supe que los sacaban por tandas y los iban fusilando. Aquel día dimos lo menos seis viajes.
Durante varios días, se asesinó a personas sin motivo aparente. Muchos cuerpos eran dejados en las calles para escarmiento de los vecinos y porque quienes se encargaban de recogerlos, no podían llevar el ritmo de los asesinos.
Aquello era usar el terror como espectáculo para llegar a toda la sociedad y que iba a servir de base para tan larga dictadura.
Todos estos datos los conocemos gracias a periodistas enviados a España y que fueron testigos de la matanza, como el norteamericano Jay Allen, del Chicago Tribune, que escribió esto sobre lo que vio en Badajoz:
Esta es la historia más dolorosa que me ha tocado escribir. La escribo a las cuatro de la madrugada, enfermo de cuerpo y alma, en el hediondo patio de la Pensión Central (…). Miles fueron asesinados sanguinariamente después de la caída de la ciudad. Desde entonces de 50 a 100 personas eran ejecutadas cada día. Los moros y legionarios están saqueando. Pero lo más negro de todo: la policía internacional portuguesa está devolviendo gran número de gente y cientos de refugiados republicanos hacia una muerte certera por las descargas de las cuadrillas rebeldes.
O el enviado especial francés Jacques Berthet, que escribió:
Alrededor de mil doscientas personas han sido fusiladas (…). Hemos visto las aceras de la Comandancia Militar empapadas de sangre (…). Los arrestos y las ejecuciones en masa continúan en la Plaza de Toros. Las calles de la ciudad están acribilladas de balas, cubiertas de vidrios, de tejas y de cadáveres abandonados. Solo en la calle de San Juan hay trescientos cuerpos (…).
John T. Withaker, del New York Herald Tribune, tuvo la oportunidad de entrevistar a Yagüe. Al preguntarle si era cierto que habían fusilado a tanta gente, el militar respondió:
Por supuesto que los matamos. ¿Qué esperaba usted? ¿Qué iba a llevar 4.000 prisioneros rojos conmigo, teniendo mi columna que avanzar contrarreloj? ¿O iba a soltarlos en la retaguardia y dejar que Badajoz fuera roja otra vez?
Hay que señalar que el franquismo montó desde el primer momento una telaraña propagandística para tapar esta masacre. Algunos de los periodistas extranjeros que allí estaban fueron amenazados.
El 18 de agosto, Le Populaire publicaba lo siguiente:
Elvas, 17 de agosto. Durante toda la tarde de ayer y toda la mañana de hoy continúan las ejecuciones en masa en Badajoz. Se estima que el número de personas ejecutadas sobrepasa ya las mil quinientas. Entre las víctimas excepcionales figuran varios oficiales que defendieron la ciudad contra la entrada de los rebeldes: el coronel Cantero, el comandante Alonso, el capitán Almendro, el teniente Vega y un cierto número de suboficiales y soldados. Al mismo tiempo, y por decenas, han sido fusilados los civiles cerca de las arenas.
Otro periodista que quedó absolutamente conmocionado por lo que vio en Badajoz fue el portugués Mario Neves, que enviaba sus crónicas al Diario Lisboa y que se juró no volver a Badajoz nunca más. Escribió:
Quiero dejar Badajoz, cueste lo que cueste, lo más rápido posible y prometiéndome a mi mismo que no volveré nunca. Por mucho que me mantenga en la vida periodística, jamás se me presentará acontecimiento tan impresionante como el que me ha traído a estas tierras ardientes de España y que ha logrado destemplar completamente mis nervios.
El método usado para matar fue el ametrallamiento en masa y el fusilamiento. Todo ello, sin juicios previos. Estos asesinatos fueron llevados a cabo por falangistas, guardias civiles, regulares y legionarios marroquíes.
La mayoría de cuerpos eran amontonados en camiones y llevados al cementerio de San Juan donde eran incinerados y arrojados en fosas comunes. Según testigos, los fusilamientos se hacían en grupos de veinte.
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Tras la caída de la ciudad, el alcalde Sinforiano Madroñero, socialista, y el diputado Nicolás de Pablo, huyeron de la ciudad a Portugal. Ocurrió lo que solía ocurrir: fueron devueltos nuevamente a España y a las tropas franquistas. Sinforiano y de Pablo fueron fusilados el 20 de agosto frente a un frontón y sin juicio previo.
4.000 personas fueron asesinadas en Badajoz, una ciudad de 40.000, en la funesta noche del 14 de agosto y la mañana del 15. El carnicero Yagüe no solo no se arrepentiría jamás de los hechos, al contrario. Dijo:
Ha sido una espléndida victoria antes de avanzar y limpiar Extremadura.
En recuerdo de quienes perecieron en una de las matanzas más crueles de la Guerra Civil. Que nadie olvide.