Luces y sombras de la II República
A Eulalio García, mi abuelo, que en 1936 se enfrentó al fascismo en Madrid
Cuando después de un golpe de estado de los de verdad, de uno de aquellos perpetrado por militares criminales para acabar con un gobierno democráticamente elegido, uno con guerra civil y con posterior represión política, ideológica y dictadura, tu propio abuelo pasa diez años encerrado en el penal de El Dueso y, de esta manera, queda fatalmente truncado el destino de tu propia familia, intentar profesional y críticamente exponer las luces y las sombras del régimen político en cuya defensa todos los tuyos lo sacrificaron todo, resulta muy, pero que muy fácil. Pues cuando es tu vida quien ha aprendido, cuando es la sangre quien sabe, la verdad acude dócil a tu llamada y, sin esfuerzo, se derrama generosa a través de tu pluma.
La II República no posee ninguna sombra; la segunda República española fue toda luz. Ni tan siquiera el conocido como “bienio negro” (los dos años de gobierno republicano en manos de las formaciones conservadoras y liderado por Gil Robles, unos partidos los cuales trataron de dinamitar durante 1934 y 1935 la obra del gabinete Azaña) puede ser catalogado como “reverso” de aquella auténtica estrella en nuestra historia. Pues aquella contrarrevolución furibunda y sus radicales y enloquecidos retrocesos, en definitiva, aquel monstruo reaccionario que trató de desandar el camino emprendido por nuestra nación mediante la fase constituyente y el bienio progresista, no eran más que los últimos estertores, la agonía necesaria de una España que debía morir, y que se resistió furiosamente a ello (tal y como, por otro lado, debía ser).
Estamos hablando de la España de los grandes terratenientes, de la España católica, imperial e hidalga, de aquella España, durante las primeras décadas del siglo XX, incipientemente burguesa. Una España analfabeta, hambrienta y pobre que había sido parida, oprimida y explotada, a lo largo de su entera historia hasta la llegada de la segunda República, por unas clases dominantes las cuales han constituido y aún constituyen el mayor lastre y la mayor desgracia para nuestro país.
>>5 artículos de la Constitución de 1931 que deberían estar en la Constitución del 1978<<
Nos referimos a la España agraria, desindustrializada, atrasada, caciquil, monárquica, vasalla y sufriente que, por el expreso deseo de clase de sus soberbias y estúpidas élites, mantuvo en el silencio y en el olvido e, incluso, trató de matar el sueño que nuestra tierra podía llegar a ser. Y esta verdad nacional, redonda y completa como cualquier verdad, no arroja sombras en el interior de cada uno de los instantes que configuran la historia, sino que, al contrario, es siempre para la misma una fuente de luz.
He aquí el porqué de la inmortalidad de la II República: una vez que el dictador Miguel Primo de Rivera presenta su renuncia al absolutista -como todo Borbón- Alfonso XIII, la causa última que había hecho de España la anomalía que hasta entonces era, su último grillete (la dirección y el uso a conveniencia del poder de la fuerza militar y de la guardia civil por parte de las clases sociales dominantes –corte borbónica– de la nación) se desvanece. Y una vez esfumados la amenaza y el miedo, en cuestión de meses y demolidos por un oleaje popular incontenible, toda una hegemonía política, toda una manera de ser y de hacer, un mundo entero se desmoronan. Y empujadas o despertadas a la acción política mayúscula (la decisiva) por un viento que creían un mito, las tiranizadas y paupérrimas masas rurales y agrarias (pobres del campo), junto a las igualmente sometidas y miserables masas obreras urbanas (proletariado industrial), son definitivamente liberadas.
Y de este modo, todos y cada uno de los humildes y anónimos ciudadanos que componen el pueblo español, por mediación de sus representantes políticos (elecciones constituyentes del 28 de junio de 1931), adquieren la conciencia y, con ello, la fuerza social necesaria para emprender la actividad política mayúscula, para empezar a hacer de su país y de su estado la realidad que siempre habían deseado. Una realidad y una capacidad de acción las cuales siempre, por la fuerza de las armas, le había sido negada y secuestrada al pueblo español, siendo depositada, a modo de privilegio intransferible y exclusivo (prebenda patrimonial), en manos de los vetustos y reaccionarios miembros de la corte borbónica.
>>Los valores republicanos en la Constitución de 1931<<
Una vez revelado el fundamental choque de fuerzas sociales que dotó de vida aquel luminoso período de nuestra historia contemporánea, así como los auténticos sujetos y la naturaleza de las relaciones establecidas entre los mismos (una red de relaciones/intereses cuyo desarrollo escribió los capítulos de dicho tiempo), todo resulta claro: durante aquellos prácticamente 10 años de vértigo y pasión, el futuro y la esperanza, lo nuevo, la España que quería nacer desafió a muerte al pasado y al dolor, a lo viejo, a la España que debía morir.
Porque, en tanto que la España de los Borbones era un país agrícola y rural, solamente mediante una profunda ley de reforma agraria que pasara por la expropiación de fincas a sus tradicionales propietarios (terratenientes y clero) y, en virtud de ésta, que pasara por el reparto de tierras a sus trabajadores, a la inmensa y miserable masa de proletarios agrarios que vivían de la agricultura, sólo así podía dotarse de vida, podía abrirse paso la España democrática.
Porque, en tanto que la España de los Borbones era un país incipiente e insuficientemente industrial así como primariamente capitalista, solamente mediante la ley de contratos de trabajo y la ley de jurados mixtos podía acabarse con la explotación salvaje a la que los proletarios industriales se hallaban sometidos. Una explotación, unas condiciones laborales y económicas totalmente indignas y vergonzantes; en definitiva, una vida, la de los trabajadores y la de sus familias, que obligaba a poner los convenios colectivos sectorializados y la negociación de los mismos, en última instancia, bajo control gubernamental, ya que sólo así podía dotarse de vida, podía abrirse paso la España democrática.
>>Las Misiones Pedagógicas de la II República<<
Porque, en tanto que la España de los Borbones era un país desigual, prácticamente analfabeto e ignorante, solamente mediante una ambiciosa política educativa destinada a la escolarización obligatoria y laica de toda su población mediante, en un primer nivel de acción, la construcción masiva de centros de enseñanza y, en un segundo nivel, la ampliación de la plantilla de docentes, un plan de misiones pedagógicas y un plan de bibliotecas y cultura popular, sólo así podía dotarse de vida, podía abrirse paso la España democrática.
Porque, en tanto que la España de los Borbones era un país dogmáticamente católico, solamente mediante la aconfesionalidad del estado, la disolución de la Compañía de Jesús y la nacionalización de sus bienes, la laicización de la educación o la ley de divorcio, sólo así podía dotarse de vida, podía abrirse paso la España democrática.
Finalmente, porque, en tanto que la España de los Borbones había sido de facto una dictadura de sus clases privilegiadas amparada y sostenida por un ejército y por una guardia civil a sus órdenes, solamente creando un nuevo cuerpo de seguridad ciudadana (guardia de asalto), solamente licenciando a los existentes e hipertrofiados cuadros de mandos u oficiales (u obligándolos a cumplir con una serie de requisitos inaccesibles para, de este modo, conseguir incorporar a dichas instituciones clave nuevos oficiales afines al nuevo régimen social y de poder), solamente así podía nacer, podía abrirse paso la España democrática.
>>La Desbandá, el terror franquista convertido en muerte y desolación<<
Ochenta y ocho años después, nuestro país sigue siendo aquella moribunda España de los Borbones. Tan sólo mediante una guerra civil en la que el ejército nacional se alió con el nazismo de Adolf Hitler y con el fascismo italiano de Benito Mussolini, en la que todos los poderes capitalistas del país dieron cobertura y apoyo al bando golpista y en la que, cómo no, nuestras deleznables clases dominantes hicieron sufrir lo indecible a su propio pueblo, tan sólo mediante un baño de sangre y una dictadura de más de 80 años, aquella España democrática que lleva dentro nuestro futuro y nuestra esperanza no pudo crecer, no consiguió ser la nuestra.
Pero, a día de hoy, 14 de abril de 2019, en plena campaña electoral y sacudidos por los temblores de todo signo (político, económico, judicial, moral, etcétera) que están resquebrajando los muros de una monarquía parlamentaria absolutista y autocrática, sentimos nuevamente en el rostro un arcano viento del este que, lentamente, va tomando fuerza.
Y, de golpe, recordamos un mensaje aún escrito en el aire y que fue capaz, hace ya prácticamente un siglo, de despertar a todo un pueblo; y, súbitamente, recordamos qué trae este viento que, hoy, vuelve a empujarnos: Victoria y República.