“Serenos y alegres,
valientes y osados
¡Cantemos, soldados,
el himno a la lid!”
Por todas las calles del país se podían escuchar estos versos cantados de boca de ciudadanos que celebraban con tremenda alegría el fin de una era y el comienzo de otra.
Las gentes celebraban la recuperación de las libertades públicas y sindicales sin ser conscientes de muchas más que iban a venir.
“¡De nuestros acentos
el orbe se admire
y en nosotros mire
los hijos del Cid!”
El Rey ya había salido de la capital para emprender un viaje de no retorno. Un Rey que había permitido y apoyado un golpe de estado contra su pueblo, no merecía más que ese final.
Adiós, monarca, adiós. No es un hasta luego, es un verdadero adiós y no regreses jamás, aquél que debiera ser tu pueblo, tus súbditos, no lo son ni lo serán nunca. Ahora somos libres y no volveremos a rendir pleitesía a nadie más que a nosotros mismos.
“Soldados, la patria
nos llama a la lid,
¡Juremos por ella
vencer o morir!”
Habíamos conseguido aquello que tanto deseábamos, la República estaba aquí para quedarse. Mujeres, hombres y niños de todas las condiciones festejaban la llegada de un gobierno nuevo en el que ponían todas las esperanzas para hacer de este país un país moderno y progresista, aquel que iba a ser la envidia de Europa y del mundo entero.
“¡Blandamos el hierro
que el tímido esclavo
del libre, del bravo,
la faz no osa ver!”
Todos salimos a la calle a celebrarlo con todo el mundo. La gente abría botellas de champán y se rociaban unos a otros como si les hubiera tocado la lotería. A una señora mayor que tenía a mi lado le resbalaban lágrimas de felicidad por la mejilla. Unos y otros se abrazaban y gritaban “viva la República” mientras algunos seguían entonando el Himno de riego:
“Sus huestes cual humo
veréis disipadas,
y a nuestras espadas
fugaces correr.
Soldados, la patria
nos llama a la lid,
¡Juremos por ella
vencer o morir! “
Estas eran las palabras que mi bisabuela había dejado escritas en un viejo diario personal que encontré casualmente enterradas en una caja de madera en el desván de casa de mis padres.
Esas líneas me emocionaron de tal manera que estuve horas derramando lágrimas como la anciana de la que ella misma hablaba. Es curioso como me puedo sentir tan cerca de una persona que ni siquiera llegué a conocer. La leo y se me pone la piel de gallina y los vellos de todo el cuerpo se me erizan al darme cuenta de cómo se repite la historia. Como quisiera verla ahora mismo para poder abrazarla y decirle que esté tranquila, que todo pasó. Que aquello que les volvieron a quitar por fin lo hemos recuperado.
Que el Rey ha vuelto a dejar Madrid.
Que la gente ha vuelto a salir a la calle con botellas de cava.
Que la bandera tricolor vuelve a izarse en el ayuntamiento de la capital.
Que el nuevo gobierno tiene todas nuestras esperanzas depositadas en él.
Y que no, que esta vez NO PASARÁN, no lo vamos a permitir.
Que las calles se han vuelto a llenar de gritos de VIVA LA REPÚBLICA.
A la Tercera va la vencida.