Estados Unidos, un país que se autodenomina como “la tierra de las oportunidades”, venera y agiganta las historias de aquellos que, con tesón y valentía, consiguen hacerse con un hueco en la élite de su gremio partiendo desde la base de la pirámide social. La semana en la que esto se escribe, cumple 89 años un hombre americano de “pura raza” que, desde mediados de 1964, se convirtió en la cara de todo un género. Un hombre rudo, de nombre Clint Eastwood, que se encontraba rodando de sol a sol en Almería, literalmente, por un puñado de dólares.
Eastwood representa a todos los niveles el estereotipo norteamericano. Sus valores tradicionales y conservadores, proyectando esa imagen abigarrada acorde con la multiculturalidad de EEUU. Es inconcebible imaginar a Eastwood de otra manera que no sea empuñando un arma de fuego y una cara que proyecte seguridad y, al mismo tiempo, una pequeña sensación de fragilidad. Esto es algo que siempre imprimió al máximo en su faceta actoral. Decía Sergio Leone (director italiano con el que cabalgó durante sus más grandes westerns) que su amigo Clint tenía dos expresiones: con sombrero y sin sombrero. Y no deberíamos olvidarnos de su famoso poncho mexicano comprado en España.
Como actor, rezuma carisma por todos los poros. Como director, es inigualable. En unos años (los máximos posibles), será una obligación ofrecer un réquiem por el último gran director clásico. Un jornalero sobrio que no ha tocado un guion en su vida y que, de manera inesperada, ha sabido sacarle todo el jugo a las historias que ha querido contar. En todas sus películas ha conseguido hacer de su poncho un sayo y, con una maestría superlativa, narrar grandes historias. Grandes no por ser epopeyas, sino por su profundidad y miles de capas internas.
Si se pudiera resumir la carrera de Eastwood en un adjetivo, sería crepuscular. Sus películas (y los personajes que él mismo encarna) hablan de personas apagadas y decadentes. Personajes que han ido transmigrando el positivismo en pesimismo a través de los grandes reveses que han sufrido a lo largo de su vida. Mentes antaño vivas que permanecen en coma. Es en ese momento cuando estas personas encuentran una última causa por la que luchar, logrando una redención final y muriendo como representaciones del sueño americano. El summum de la honradez y la fe. Esto es, la cúspide de los valores cristianos.
A pesar de no esconder en ningún momento claras representaciones de su ideología conservadora tales como incluir banderas estadounidenses en cada plano posible, Eastwood ha tratado temas tan progresistas como la eutanasia (en “Million Dollar Baby”), el racismo estadounidense (en “Gran Torino” reflexiona sobre cómo EEUU está cimentado por la absoluta diversidad cultural) o la crudeza de la infancia (la impresionante “Mystic River”). Además, como todo veterano, se dedica a pregonar lo desnortada que está la juventud, que ha perdido todos los valores que caracterizaban a su generación. El coraje, el respeto, la fe o la autonomía, que generaban en ellos robustez y rectitud, totalmente imprescindibles para convertirse en un hombre de verdad.
El cine actual, como cualquier disciplina que se precie, contiene variadas y magníficas corrientes y maneras de rodar, montar y fotografiar. Sin embargo, pocos directores quedan que pongan el foco en los sentimientos y las reacciones de los personajes en las historias en las que se ven involucrados. Clint Eastwood deja a un lado el estilismo y se guarda el preciosismo en favor de la narrativa. El trabajo con los actores es lo primordial, ya que son ellos los que van a llevar a cuestas el ritmo de la cinta y los que deben generar emociones en el espectador. Eso sí, su fotografía, aun siendo simple, contiene muchos mensajes subyacentes al del foco de la lente, como el uso de colores apagados y simbolismos escondidos que apoyan el mensaje que quiere transmitir en sus escenas.
Su última película, “Mula”, vaticina su posible adiós de la industria. Aunque, dado el historial de retiros en su haber, podría quedar alguna bala en la recámara de la mente de este genio. De lo que no cabe ninguna duda es que este vaquero seguirá cabalgando a lomos de la historia del cine, revólver en mano y cigarro en boca. Larga vida, Clint.