Matrix: la caverna de Platón de los noventa
Existen determinadas películas que se conciben sin ser llamadas. Sin aviso previo llegan, y, de manera instantánea e inesperada, se convierten en necesarias. “No sabía que necesitaba este amor en mi vida hasta que vino a mí”, se repiten algunas personas cada cierto tiempo. Quizás demasiados aspectos de la existencia humana carezcan de propiedades irremplazables y se limiten a poseer un gran sentido de la oportunidad. Sin embargo, cada cierto periodo de tiempo, se conjugan varios elementos abstractos que propician la llegada de algo que nos termina marcando profundamente, no solo debido al “cuando”, sino también al “qué” y el “cómo”. Este es el caso de la legendaria y amada Matrix, que después de su estreno hace veinte años, se reestrena en cines en España con una frescura e inteligencia abrumadoras.
La ciencia ficción siempre se ha considerado un rincón apartado y debidamente colocado para un grupúsculo de personas demasiado apasionadas que no tienen otra cosa que hacer. Esta concepción tan sesgada y repetida hasta la saciedad define de una manera más directa al que pronuncia esa simpleza que al receptor del mensaje, porque es un grave error tratar la ciencia ficción y la fantasía con literalidad. Argumentar que Matrix es esa película de personas que esquivan balas y toman píldoras de dudosa procedencia es tan estúpido como explicar la caverna de Platón diciendo que es una teoría de gente que está atada en una cueva mientras ven sombras (a saber qué tipo de alucinógeno habrán consumido), y que quieren salir de allí para que les dé un poco el solecito, que ya va haciendo frío.
Este tipo de historias tratan de explicar el comportamiento y las ignominiosas dudas que corroen al ser humano. Y aunque algunos no puedan (o quieran) creerlo, películas como Blade Runner, Terminator o la misma Matrix, tienen más en común con los filósofos griegos que muchos de los relatos “realistas” que si les encajan. El problema es que con las primeras es necesario pararse a pensar, separar la paja del grano, y gran parte de las segundas proporcionan las reflexiones en bandeja de plata listas para ser consumidas y, posteriormente, defecadas, sin que quede poso alguno en el organismo.
Esta cinta creada por las hermanas Wachowski, dejando a un lado la gran creatividad del universo en el que sucede la acción y la tremenda efectividad de sus efectos especiales, es una de esas películas que consigue que te replantees muchos momentos de tu propia vida de un modo excepcional. Porque no trata únicamente la definición de realidad. Abarca temas tan delicados como lo difícil y volátil que es conseguir una identidad con la que te sientas conforme (la dualidad Thomas Anderson/Neo, que se decide con la elección de tomar una u otra píldora), los límites que solemos imponernos a la hora de conseguir objetivos (Morfeo tratando de explicarle a Neo cómo lo que realmente le debilita no es la dificultad del objetivo, sino la poca confianza que tiene él mismo), o la monotonía que rige las vidas de muchos de nosotros porque lo fácil es vivir de un modo simple y eficiente, negándonos nuestra propia capacidad para cambiar el rumbo que tome nuestra breve existencia.
Incluso podríamos argumentar que tiene unos tintes políticos bastante notables, como la existencia de agentes que supervisan y controlan todo lo que ocurre en este mundo inventado. Alegorías de esos entes que, sin conocerlos, nos controlan sin que siquiera nos demos cuenta. Nos cuenta la existencia de soldados silenciosos al servicio del sistema establecido que carecen de alma y de preguntas, limitándose a cumplir y hacer cumplir los propósitos de los marionetistas que manejan y moldean la realidad de muchas personas a su antojo. De hecho, es irónico que algunos de los productores más poderosos de Hollywood permitieran la realización de esta película. O quizás estuvieran tan inmersos en Matrix que fueron incapaces de realizar estas reflexiones.
Contiene momentos inolvidables, como las píldoras, el entrenamiento de Neo con Morfeo, la conversación con el Oráculo o la escena inicial de la persecución de Trinity, que nos dejó boquiabiertos a todos y cada uno de nosotros. Sin embargo, si Matrix es una obra maestra tan rotunda, es por esas escenas que parecen insulsas pero que esconden significados aterradores y maravillosos, como la escena del chuletón que pide Cifra. Él ha descubierto que ha vivido más de la mitad de su vida engañado, y, sin embargo, (spoiler), traiciona a sus compañeros porque decide que prefiere vivir en ese engaño, ya que es la vía de la sencillez. Porque aunque el chuletón sea falso, es extremadamente sabroso tal y como es. Esa decisión lo convierte en villano y, por retórico que parezca, muchos se compadecerán de él e incluso tomarían dicha decisión. Así de complejo resulta este relato.
Ahora que los noventa se están convirtiendo en los nuevos ochenta, ya que (a día de hoy) todo el mundo considera que fue un periodo maravilloso, se ha considerado a esta película como la quintaesencia de aquel espíritu, ya que manifiesta todas las dudas habidas y por haber de lo que representaría nuestro futuro, gracias a múltiples factores, como la dirección de las hermanas Wachowski, que es, sencillamente, soberbia. Nada sobra ni falta, cada plano tiene una intención y el montaje no te permite pestañear un solo segundo. Además, se convirtió en el más claro ejemplo del término cinematográfico “etalonaje” (hoy mejor conocido como “corrección de color”), ya que cuando recordamos las escenas de la cinta, lo hacemos con la predominancia de un color verde que impregna cada aspecto de cada plano.
Ver la película en pantalla grande es una gozada, así que si tienen ocasión, vayan a ver el reestreno de esta joya, ya que es una de esas cintas que mejoran con el tiempo y de las que se pueden sacar nuevas lecturas y significados con cada visionado. Además, si escogemos la píldora roja, podemos encontrarnos con un joven Keanu Reeves y unos magníficos Laurence Fishburn y Carrie Ann Moss. Pobre de aquel que escoja la azul, ya que quedará relegado a la ignorancia y la desesperación de no ver Matrix.