Venezuela: oposición come oposición
Para frustración de los sectores sociales conservadores de Venezuela, la oposición a Nicolás Maduro suele tener dos anotaciones permanentes en su agenda política: la primera es la rotura de los cauces democráticos para alcanzar el poder, y la segunda es enfrentarse entre ellos cuando fallan en la primera. Las disputas son agresivas, hasta que se producen escisiones y se terminan carreras políticas.
La derecha venezolana no ha descubierto todavía el uso de las manifestaciones pacíficas ni la redacción participada de un programa político como ejes vertebradores de su respuesta al chavismo, que ahora mismo está enfocado en el impulso del sistema comunal como forma de superar las sanciones y la guerra económica interna.
Esta situación en la que la oposición come oposición, o dicho de otra forma, se ataca a sí misma para imponer la fuerza de una facción sobre el resto -nunca han llegado a unirse más allá del plano electoral, y esta unidad se mantuvo solo hasta que sobrevinieron una serie de derrotas que evitó el pegamento que suponían los puestos institucionales para todos-, ha vuelto en las últimas semanas.
El apoyo a Juan Guaidó por parte de las fuerzas de la derecha de Venezuela ha sido bastante timorato desde el principio, solo ha existido una ocasión en la que se produjo la presencia de la mayoría de los líderes opositores: en el intento de sublevación de Guaidó, pero solo por las llamadas de la administración de Donald Trump, que necesitaba el máximo apoyo para vender la escena mediáticamente como una posibilidad de romper las filas chavistas, sobre todo entre los militares.
Lo cierto es que ninguno de los partidos neoliberales está contento con que el de Voluntad Popular sea el líder elegido por EEUU, ya que su presidencia de la Asamblea Nacional es meramente casual, fruto de un acuerdo entre las principales agrupaciones opositoras. “Le podría haber tocado a cualquiera” suelen expresar cuando no hay cámaras delante.
Una vez que han comprobado el fracaso del líder golpista, se han lanzado en tromba a por él, para despejar el puesto y poder ocuparlo uno de ellos, solo así se entiende que la mayor parte del ataque por la corrupción de Juan Guaidó venga de sus compañeros de la oposición, no del gobierno que lidera Nicolás Maduro.
Leandro Domínguez, del Frente Amplio Venezuela Libre (FAVL), diputado de la Asamblea Nacional por el partido de extrema derecha Un Nuevo Tiempo (UNT), del que ya no es militante, es miembro de la Comisión de Contraloría del ente legislativo, y ha llamado a hacer una profunda auditoría de la corrupción que salpica a Juan Guaidó.
Responde a una batalla interna de la oposición, que ahora mismo se está disputando el poder del campo conservador, bastante menguado tras los fracasos que supuso la estrategia del boicot electoral, ya que no todos los partidos de la derecha lo acataron, y los que se presentaron no lograron buenos resultados debido a las acusaciones de sus antiguos compañeros, que los calificaban como “traidores” y “chavistas“, unas peleas que llegaron a agresiones físicas en las calles, desmovilizando a su base electoral.
Es precisamente por ello que Juan Guaidó apuesta por el diálogo con el chavismo. Es una huida hacia adelante para no perder la cuota de poder que la casualidad le ha otorgado por estar en el lugar y momento apropiados. Conseguir un acuerdo con el gobierno que incluya un adelanto electoral -máxima petición de la derecha venezolana-, le garantizaría ser la opción presidencial indiscutible de las fuerzas de derecha. De ahí que sus enemigos internos estén configurando la idea de que participar en el diálogo es dar credibilidad democrática al chavismo.