Desgraciadamente, en nuestro país se conocen muy bien los campos de concentración nazis, pero mucho menos aquellos que fueron instaurados por la franquismo, durante y al final de la Guerra Civil española. En estos campos fueron recluidos miles de republicanos (civiles y militares), pero también presos comunes y lo que el régimen denominó “asociales” (homosexuales y prostitutas).
Estos campos se crearon ante la necesidad de dar respuesta a la enorme cantidad de personas que se iba apresando, ya desde mitad de la guerra, y que al acabar el conflicto sumaban varios cientos de miles de personas.
En 1.940 se designó al general de brigada Camilo Alonso Vega para la supervisión de los diversos campos de concentración que se fueron creando bajo la coordinación del Servicio de Colonias Penitenciarias Militarizadas. El número de campos llegó a sumar 188 (104 de ellos estables), creados desde 1936 a 1947, año en que se clausuró el último, el de Miranda de Ebro. En total, por sus instalaciones pasaron más de medio millón de personas.
En los campos se les recluía, “reeducaba”, torturaba y preparaba para el trabajo esclavo, dentro del concepto de la “Nueva España” franquista. El historiador Javier Rodrigo señala que los campos de concentración comenzaron a abrirse en noviembre de 1936, y que antes de eso los prisioneros de guerra eran fusilados “in situ” o encarcelados.
Los campos creados en España tenían como primer objetivo recluir a los soldados y oficiales republicanos vencidos, y ejercer sobre ellos un tratamiento de castigo, represalia y venganza, a través del hambre, la suciedad, el hacinamiento y las enfermedades. Este fue un trato que también se aplicó a la población civil derrotada, no solo a los combatientes, sino también a su entorno familiar y social.
Desde ese momento, España se convirtió en un enorme campo de concentración. Más de 300.000 presos republicanos pasaron por esos laboratorios de la “Nueva España” franquista, y cerca de 200.000 más tras el final del conflicto, en 1939.
El campo de Portaceli
Los campos de concentración, los consejos de guerra, las ejecuciones y las represalias, fueron algunas de las formas principales de represión del franquismo, antes y después del final de la guerra.
Durante la dictadura franquista, en el territorio de la Comunidad Valenciana destacaron tres campos de concentración: el de la cartuja de Portaceli, en la localidad de Serra; el de Los Almendros, en Alicante; y el de Albatera, en Albatera Sant Isidre. Para muchos, la existencia de estos campos, especialmente el de Portaceli, resulta totalmente desconocida.
Tres días antes del final de la Guerra Civil española partió el último barco de refugiados del puerto de Alicante, en dirección al exilio. Pocas horas después, se acumulaban en ese puerto miles de personas, esperando una salida al exilio que nunca se produciría. Esas personas fueron detenidas y enviadas al campo de detención de Los Almendros, al norte de Alicante, y posteriormente a Albatera, también en Alicante.
Entre los detenidos había periodistas, alcaldes, oficiales republicanos, sindicalistas, artistas, abogados, jueces… personas abiertamente conocidas como republicanos. Pocos meses después, el campo de Albatera fue vaciándose por motivos de insalubridad, y sus presos fueron trasladados al campo de Portaceli, en Serra (Valencia).
El campo de Portaceli, uno de los más desconocidos de la historia valenciana, ha sido investigado por Rafael Arnal y Mirta Núñez, entre otros, que en su libro y documental homónimo “El Camp de Concentració de Portaceli (1939-1942)”, incluyeron información inédita sobre muchos de los presos. Especialmente importante fue la documentación sobre el arresto y ejecución del antiguo rector de la Universitat de València, el doctor Juan Peset Aleixandre. Ambos investigadores encuadran su trabajo en el uso de cartas de los presos y testimonios orales sobre la situación en el campo.
El campo se encontraba en el espacio entre las localidades de Náquera y Serra, perdido en la montaña, a poca distancia de la Cartuja de Portareli. En 1937 fue creado el campo por las autoridades republicanas, como espacio para identificación de franquistas. Pero pronto cambió de manos. Con la llegada de las tropas franquistas, el centro republicano se convirtió en un centro de encarcelamiento de miles de detenidos por las autoridades golpistas. Se calcula que por allí pasaron entre 15.000 y 20.000 personas, y que llegaron a convivir hasta unas 5.000 al mismo tiempo. En sus celdas se llegaron a hacinar más de 30 personas en escasos metros.
Al principio, el campo comenzó su actividad con unos 1.500 presos republicanos, entre soldados y civiles, detenidos por los franquistas durante los últimos días del conflicto y la primera fase de la represión de la dictadura. Se trataba de un “campo provisional”, con la función de redistribuir a los presos en otros campos; dependía de la Jefatura de Campos de Concentración y Batallones Disciplinarios, adscrita al Ministerio del Ejército, una vez suprimida la Inspección de Campos de Concentración de Prisioneros.
Poco después, las autoridades franquistas decidieron ampliar Portaceli y trasladar a los presos de los campos de la zona, incluyendo el campo de Albatera.
En Portaceli la situación de los presos fue empeorando rápidamente: hacinamiento, hambre, suciedad, enfermedades (especialmente tuberculosis). Nada más llegar, los presos eran despojados de todas sus pertenencias, y los paquetes de comida, ropa y tabaco enviados por las familias solían repartírselos entre los guardianes del campo o, directamente, eran destruidos por los guardianes.
Cada tres meses se realizaban ruedas de identificación: unos se enviaban a la cárcel y otros a los pelotones de fusilamiento, si el hambre o las enfermedades no acababan antes con ellos. Los que tenían suerte y recibían los avales de algún familiar podían volver a casa.
Además, la entrada de grupos de falangistas a seleccionar internos para “depurar”, saltándose la legalidad y la autoridad militar del campo, llevó al segundo jefe de Portaceli, el capitán de la Guardia Civil Emilio Tavera Domínguez a escribir una carta a Franco, denunciando las irregularidades. Los falangistas actuaban incluso al margen de la legalidad represiva que ya se aplicaba en la época. En esta acción Tavera fue apoyado por otros oficiales del campo, que denominaban la situación como un “estado de animalización” del sistema.
La figura de Tavera resaltó como un “mando benévolo”, en un entorno en el que primaba el castigo y la represalia. La acción de Tavera, y otros pocos como él, fue importante, porque trataron de que prevaleciera la acción jurídica, frente al arbitrio privado de estos grupos de falangistas.
Una considerable parte de los presos fue fusilada: según indica el registro civil de la localidad de Serra, donde se ubica el antiguo monasterio y el terreno del antiguo campo de concentración, fueron 2.238 los fusilados. También los trabajos forzosos eran comunes, una forma de tener mano de obra semiesclava que se empleaba en obras públicas (carreteras, pantanos y líneas ferroviarias).
El campo fue finalmente desmantelado entre finales de diciembre de 1.941 y enero de 1.942, cuando ya habían sido identificados y transferidos todos los internos. Esta había sido, teóricamente, la verdadera función del campo. Ante el repunte del problema de la tuberculosis en España, el campo de Portaceli fue reconvertido en el Sanatorio Nacional Antituberculosis, en 1.942.
En 1.943 el sitio fue adquirido por la Diputación Provincial de Valencia, y al año siguiente se volvió a instalar allí una comunidad de monjes cartujos, que aún reside allí. En 1.947 se restauró el patrimonio arquitectónico de la cartuja, y se mantuvo como Bien de Interés Cultural.
Pese a la cantidad de presos que murieron en el campo de Portaceli, en los alrededores de aquella zona apenas son unos pocos los vecinos que conocen la historia del campo de concentración. A pesar de todo, en octubre de 2.017 se colocó un pequeño memorial en la entrada del hospital, como recuerdo a las víctimas. El recinto del antiguo centro de prisioneros está actualmente ocupado por el Hospital Doctor Moliner.